La Alemania nazi como lección de historia


«Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo», reza una de esas frases famosas que nunca he podido olvidar. No necesita mucha explicación, o al menos, eso siempre he pensado. La historia es cíclica y es importante recordar de donde venimos para asegurarnos de no volver a ese mismo lugar.

Talvez porque yo sí recuerdo el pasado es que me da tanto miedo encender la televisión y ver manifestaciones en Estados Unidos, donde se ondea la bandera nazi con orgullo, donde se gritan eslóganes anti-semitas y anti-minorías, donde se promulga el odio.

Talvez porque yo sí recuerdo el pasado me entristezco cada vez que alguien en Panamá me habla acerca de los migrantes venezolanos de la misma forma en que me hablaban antes de los colombianos y tal como terminamos hablando de todo el que es diferente y nos hace sentir amenazados en nuestra propia tierra.

Ahora me pregunto si habrán dicho las mismas cosas de los panameños que se vieron obligados a huir de Noriega. ¿Habrán recibido el mismo trato que yo recibí de algunas personas en Barcelona, que me miraban de reojo y me llamaban sudaka con desprecio?

Y sin embargo hoy pienso cómo, al contrario de nosotros, el país que más sufrió la Segunda Guerra Mundial ha aprendido e internalizado la lección. En la Alemania nazi había dos tipos de gente mala: la que creía en la ideología de Hitler y la que no. Estos últimos, con tal de no causar problemas, simplemente se limitaban a seguir la corriente. Sin embargo, a historia no hace ninguna diferenciación entre estos dos tipos y talvez por eso es que los alemanes son los que más parecen entender que promulgar el odio está mal, desde luego, pero también verlo y no decir nada, está igual de mal.

La libertad de expresión es un derecho básico de todas las democracias, pero en Alemania, como en casi ningún otro país del mundo, la población ha entendido que hay una línea entre expresarse y promulgar ideas racistas, homofóbicas y anti- minorías: «tenemos derecho a expresarnos, pero no para promulgar odio». Ellos aprendieron a las malas todo esto, a base de dolor y lágrimas. Y nosotros, por nuestra parte, estamos en una posición envidiable en la que podemos aprender de los errores ajenos.

La historia es muy larga, la vida muy corta y el planeta está lleno de gente maravillosa y diferente: sería bueno que comenzáramos a apreciar esas diferencias. Aprendamos los unos de los otros y no dejemos que las marchas con banderas nazis o las anti-inmigrantes de nuestros países se vuelvan la noticia común de todos los días.

¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?

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1 Respuesta a "La Alemania nazi como lección de historia"

  1. Nosotros también hemos podido ver de cerca el efecto de la xenofobia, incluso entre migrantes de lugares que no son tan dispares, como Nicaragua y Guatemala. Aun así, y a pesar de las «lecciones dolorosas de la historia» que han recibido las personas de estos (y muchísimos, si no todos) países, la actitud sigue siendo la misma, si no peor.

    Esto nos hace pensar en que la raíz del problema se halla en la naturaleza de todos los seres humanos, en su «corazón», es decir, en sus motivos más profundos. Muchas personas suelen admitir (si están en sus cabales y en dominio de sus facultades) que tales actitudes son «malas» y que sus efectos resultan en desastre, y, no obstante, continúan actuando de la misma manera.

    El caso de Alemania (que la autora menciona) es interesante, pues aunque los actos protocolarios y las disertaciones públicas de algunos políticos y de pensadores e intelectuales pueden dar la impresión de que las cosas han cambiado «mucho» en ese país (sobre la base de la percepción que los medios imprimen en la mente de las masas, especialmente las más alejadas del país donde se produce la noticia), la proliferación de los grupos neonazis y sus cabezas rapadas, amén del racismo «común» y la xenofobia a los cuales algunos dicen «ser empujados por las circunstancias», como las oleadas de migrantes causadas por la escalada global de «guerras en un lugar tras otro», continúan. Y esto contradice lo que «se quisiera» pensar o creer.

    Por ejemplo, en 1992, poco después de la caída del Muro de Berlín, El País de España informó: “El racismo y la xenofobia han resurgido abruptamente en la nueva Alemania”. Y se informaba sobre el hecho de que chusmas violentas, que la prensa llama cabezas rapadas neonazis, han atacado a inmigrantes.

    Ahora vamos más atrás, al germen de la eugenesia en la Alemania nazi y el involucramiento de la Iglesia evangélica y la católica. Un fragmento de una serie de artículos que analizaron la evolución de la religión en la historia humana, en la parte que atañe a lo sucedido en medio de la cristiandad durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania, informa (solo transcribimos una parte):

    «The Encyclopedia of Religion dice que el primo hermano del patriotismo, el nacionalismo, “se ha convertido en una forma dominante de religión en el mundo moderno, y ha llenado un vacío dejado por el deterioro de los valores religiosos tradicionales”. […] Al no promover la [religión pura y valores como la falta de hipocresía y la honestidad], la religión falsa creó el vacío espiritual que el nacionalismo llenó». (El texto entre corchetes es nuestro, para ampliar la idea que en el original se expresaba).

    Sigue el artículo: «En ningún otro lugar se ilustró esto mejor que en la Alemania nazi, donde, al comienzo de la segunda guerra mundial, el 94,4% de sus ciudadanos afirmaban ser cristianos. De todos los lugares, se supone que Alemania —tierra natal del protestantismo y alabada en 1914 por el papa Pío X como patria de “los mejores católicos del mundo”— debería haber representado lo mejor de lo que la cristiandad podía ofrecer».

    Y agrega algo muy interesante: «Es significativo que el católico Adolf Hitler encontró más apoyo entre los protestantes que entre los católicos. Distritos predominantemente protestantes le dieron el 20% de sus votos en las elecciones de 1930, mientras que los distritos católicos solo le dieron el 14%. Y el partido nazi obtuvo su primera mayoría absoluta en las elecciones estatales de 1932 en Oldemburgo, un distrito en el que el 75% eran protestantes».

    ¿Por qué esa descomposición moral tan elevada entre los protestantes católicos de entonces? El artículo explica: «Al parecer, el “vacío dejado por el deterioro de los valores religiosos tradicionales” era mayor en el protestantismo que en el catolicismo, lo cual es comprensible. La teología liberal y la alta crítica de la Biblia fueron en su mayor parte producto de teólogos protestantes de habla alemana».

    ¿Entonces por qué tan pocos miembros del clero, prácticamente uno solo, protestó contra los abusos del naciente nazismo con su xenofobia y racismos característicos?El artículo cita a un historiador, precisamente, y dice:

    «Igual de significativo es lo que finalmente consolidó el tardío apoyo católico brindado a Hitler. El historiador alemán Klaus Scholder explica que, “por tradición, existía una estrecha vinculación del catolicismo alemán con Roma”. Al ver en el nazismo un baluarte contra el comunismo, el Vaticano no se retuvo de utilizar su influencia para fortalecer la mano de Hitler. “Cada vez más decisiones importantes pasaron a manos de la curia —dice Scholder— y lo cierto es que la posición y el futuro del catolicismo en el Tercer Reich fue por fin decidido casi exclusivamente en Roma.”

    Aunque la Europa actual es cada vez más descreída, y con justa razón al no hallar respuestas serias ni honestidad entre los miembros del clero de las grandes iglesias de la cristiandad (católico y protestante evangélico), los sentimientos que aquellos «engendraron», junto con una actitud todavía más libertina que hace pensar que no se le ha de rendir cuentas de nada a nadie, inflama más las emociones de muchas personas que ven en lo «extraño», «ajeno», «distante», un peligro y no una fuente de la cual se ha de beber para acrecentar la cultura y la variedad humana.

    En el edificio de las Naciones Unidas se hallan unas palabras tomadas del libro de Isaías. Esta organización afirma que logrará que la humanidad «bata sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas». No obstante, las guerras son cada vez más frecuentes y crueles. De hecho, las que ocurren en Asia y África especialmente son en la actualidad las mayores causas de migración hacia la más «civilizada» Europa.

    ¿Acabará algún día el racismo? Es evidente que las Naciones Unidas no lo lograrán por medios políticos, ya que estos son los que junto con el nacionalismo han despertado la «ira de las naciones». Isaías también profetizó que en un tiempo muy particular llamado «la parte final de los días», que en el contexto de las Escrituras se refiere al final del sistema político, religioso y económico mundiales, caracterizado por corrupción, hipocresía, injusticia y abuso, se produciría un cambio que afectaría al futuro de la humanidad de manera permanente: “En la parte final de los días […] la montaña de la casa de Jehová llegará a estar firmemente establecida […]; y a ella tendrán que afluir todas las naciones” (Isaías 2:2). Es evidente que al hablar de «todas las naciones», en función del contexto, la expresión se refiere a «gente de todas las naciones». Pero no todo el mundo. Otro profeta, Daniel, afirma que estas personas apoyarían a un solo gobierno (no humano), el reino de Dios, e indica el profeta que «en la parte final de los días» este reino o gobierno celestial destruirá y pondrá fin a todos los gobiernos humanos para siempre (Daniel 2:44; Mateo 6:9, 10).

    Al ver las graves tensiones raciales, mucha gente se pregunta si realmente habremos avanzado en la lucha contra el racismo. Algunos creen que jamás la podremos ganar.
    No obstante, tal como dice Isaías y el resto de las Escrituras, Jehová no tolerará el racismo indefinidamente. Al contrario, bajo su Reino (un gobierno celestial que regirá sobre toda la Tierra), los hombres y las mujeres “de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” le servirán unidos y demostrarán que se aman unos a otros (Revelación [Apocalipsis] 7:9). El Reino de Dios no es algo que se lleve en el corazón; es un gobierno real que actuará en la Tierra, el lugar donde Dios quería que todos los hombres vivieran sin barreras raciales, y ¡para siempre!

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