Entre indiferencia, corrupción y dogmas religiosos

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María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalEs un hecho que vivimos en un país que no es conservador, sino mojigato. Aquí no se profesan religiones por convicción, sino más bien se presumen en círculos sociales; nos damos golpes de pecho y a la vez exigimos que se aplique la pena de muerte, e incluso discutimos acerca del aborto ya sea a favor o en contra, pero siempre desde nuestra cómoda trinchera. Sin embargo, nos aterra hablar de sexo cara a cara.

Hemos construido nuestra sociedad a base de dogma y contradicciones; no nos importa si Dios existe realmente o no, sino que los demás posen sus ojos en el crucifijo que adorna la pared de nuestra casa o en la Biblia que llevamos a todos lados. Así también nos interesa que escuchen nuestras letanías mientras ignoramos las voces silenciadas a punta de balazos.

En realidad no importa en qué creemos o dejamos de creer, sin embargo, es aterrador vivir en un país donde se clama la misericordia divina desde el mismo sitio donde deseamos justicia a toda costa. O peor: desde el mismo lugar donde se pretende despojar a etnias enteras de toda su cosmovisión e identidad porque nos consideramos a nosotros mismos una raza superior, cual sentimiento hitleriano.

Me preocupa enormemente la sociedad que estamos construyendo a partir de conservadurismo extremo, el individualismo, la doble moral, la violencia y los fanatismos religiosos. Me alarma cada una de las contradicciones morales que carcomen a nuestra sociedad, pues nos jactamos de ser creyentes al mismo tiempo que deseamos saciar nuestra sed de justicia por medio de la violencia. Y aún queda algo que me atemoriza mucho más: esta es la sociedad que estamos heredando a las próximas generaciones.

Las contradicciones ideológicas aunadas a la doble moral son un virus letal que se propaga a través de la indiferencia y la ignorancia. El resultado final es visible en el rostro de aquel que delinque, en las suelas desgastadas de quien camina kilómetros enteros todos los días porque no tiene acceso cercano al trabajo, a la salud o a la educación, y en cada uno de los crímenes sin esclarecer engavetados en un sitio cualquiera. La sangre sigue corriendo, la desigualdad aumenta y no queremos darnos cuenta de ello. Lo más triste es que seguimos comportándonos conforme a patrones de conducta heredados, donde nos sobra religión y nos falta interés en el otro.

Reitero y aclaro: el problema no es la religión, sino la contradicción moral de una sociedad entera. No quiero insinuar en ningún momento que practicar una religión nos hace superiores o inferiores a nivel moral, pero sí quiero poner el dedo sobre cada uno de los renglones que trazan esas paradojas que nos impiden contemplar la realidad desde otro ángulo.

Rompamos esa burbuja. Démonos cuenta de que no hay coherencia ni sentido en promover prácticas religiosas mientras ignoramos que como sociedad hemos fracasado al fomentar el individualismo en hogares y aulas, al reproducir esquemas racistas y machistas y, peor aún, al ser indiferentes a  nuestro panorama sociopolítico, que ahora mismo es una bomba de tiempo a punto del estallido.

Destruir esa burbuja no significa arrojar por la borda una creencia, sino ser más consecuentes con nuestros discursos y principios. La historia hasta hoy ha sido escrita a punta de todas esas incongruencias que mencioné antes, desde los años coloniales hasta nuestros días. Ahora abundan los revolucionarios en redes sociales, pero  falta gente realmente decidida y comprometida a ponerle un alto a la corrupción y a la violencia. Esa es nuestra historia, la que después de cientos de años todavía finaliza con esta pregunta: ¿hasta cuándo?

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