Los clásicos centroamericanos y un café de Nueva York


Mario Ramos_ Perfil Casi literalTodo comenzó como empieza todo proyecto: con una ilusión. Un simple sueño que para nosotros era especial. Se trataba de poner a circular obras que, en su tiempo, fueron esenciales en la literatura centroamericana y que con los años se habían desvanecido en el olvido. Discutimos los detalles acerca de cómo desarrollaríamos la idea y durante un par de horas, en un café en la Quinta Avenida de Nueva York, decidimos emprender el reto de desempolvar algunos de los textos literarios más notables para publicarlos bajo un sello al que llamaríamos Casasola y nombrar la serie «Clásicos centroamericanos». La propuesta era clara: promover la literatura centroamericana en Estados Unidos.

Cinco años después de esa reunión informal descubrí una triste realidad: que en nuestros países —y hago alusión mayormente a Honduras— el hábito de la lectura se perdió con los años, si es que en algún momento se ha tenido. La llegada de internet trajo consigo el desconocimiento de nuestras raíces y nuestra cultura. En Honduras se conoce muy poco a sus escritores y hablar de la obra de Froylán Turcios —por ejemplo— es un tema extraño para la mayoría de los hondureños. Muchas personas ni siquiera saben que fue un escritor. La gente relaciona su nombre a escuelas, colonias y barrios sin saber que Turcios llegó a ser una de las figuras más emblemáticas de la literatura centroamericana en las primeras décadas del siglo XX y cultivó tanto la prosa como el verso.

El vampiro (1910), por ejemplo, es un aporte significativo al desarrollo literario del país, una novela modernista de toques románticos que para Honduras constituyó una de las primeras incursiones en el campo de la literatura fantástica. Un año después de El vampiro Turcios publicó el magnífico relato El fantasma blanco (1911), luego vendrían Prosas nuevas (1914), Florecita sonora (1915), Cuentos del amor y la muerte (1930) y Páginas del ayer (1932), esto sin mencionar sus obras anteriores a El vampiro.

La reconocida crítica Helen Umaña, miembro de la Academia Hondureña de la Lengua y Premio Nacional de Literatura Hondureña, refirma la importancia de la lectura no solo ocasional sino constante cuando cita en el prólogo que escribió para El vampiro —en la edición de Casasola Editores (2014)— que: «Igualmente aleccionador es el persistente llamado a valorar —mediante la lectura constante— el rico legado de la humanidad consignado en los textos escritos. En estos y otros aspectos semejantes, escuchamos la voz de un auténtico humanista. Froylán Turcios es un escritor clave para comprender el paso de transición entre el siglo XIX y el XX».

Además de Froylán Turcios en Honduras, los dos pasados siglos vieron nacer en Centroamérica a grandes escritores que marcaron una etapa importante en las letras de la región: Francisco Lainfiesta, de Guatemala; Francisco Gavidia, de El Salvador; Yolanda Oreamuno, de Costa Rica y el magistral Rubén Darío, de Nicaragua, quien además marcó un antes y después en la historia de las letras, no solo centroamericanas sino en lengua española.

Sin embargo, en el presente milenio el panorama luce aterrador ya que el hábito de la lectura parece desvanecerse y ser reemplazado por la desidia y la indiferencia. Por esa razón es urgente revivir las obras que un día fueron vitales para las letras de la región. Ese fue el sueño de aquella tarde en Nueva York, en la mesa de un café cuyo nombre no recuerdo: darles vida a los clásicos centroamericanos.

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