Escribir o no escribir: ese es el dilema


Rubí_ Perfil Casi literalAlguna vez leí que un escritor latinoamericano de culto, cuyo nombre decimonónico me ahoga, dijo que lo mejor que le pudo pasar en la vida fue aprender a leer. Solo alguien con un Premio Nobel de Literatura y decenas de novelas publicadas puede darse el lujo de  afirmar que el hecho parvulario de unificar grafías e hilar significados fue el acontecimiento que lo consagró como escritor de oficio y autoridad literaria. Odiado por muchos y amado por otros, el hombre —según dijo— se abría las venas al escribir. Los estados depresivos, cual Kafka engullido por su saturnesco padre, eran su momento de luz. Desconfío de esa relación romántica con la escritura porque huele a neuromarketing.

Pero para nosotros, los lectores-columnistas del inframundo cibernético, los acumuladores compulsivos de libros en todos los formatos que la economía nos permite y los que tenemos opiniones para compartir, escribir es a veces una tortura medieval. Me refiero a que, si como dijo el laureado, el talento fluye mejor mientras hay nubes de tormenta en nuestro panorama creativo, esa facultad de transformar el lodo en agua es exclusiva de quienes recibieron el bautismo de fuego del talento o de quienes se ubican en un Partenón fuera del alcance de nuestra lipidia artística.

Entiendo que la escritura automática fue un ejercicio en el que se exprimía al inconsciente hasta vomitar todas las flores y los sapos flotantes en el espíritu del artista; el problema es que algunos no cedemos a la seducción de las musas cuando hay grietas en el suelo que pisamos; y si a esto se suma el hecho de escribir acerca de plástica, música o literatura —en un país de lectores que esperan alimentarse del choque analítico propio de la coyuntura de moda—, este noble oficio termina siendo un acto de valentía y resignación. Escribir es un dilema agobiante; pero eso, como ya dije, es un asunto de mortales, de escritores de a pie que aprendimos a leer esperando que algo mejor sucediera después de ello.

Para Salman Rushdie el escritor es un ser custodiado por un demonio temperamental. Si fuera escritora, imagino que el mío bailotearía de felicidad al presenciar la tragicomedia de mi bloqueo escritural. Pero como no lo soy, solo me queda decir que no hay unción literaria, que no tengo nada que aportar de la coyuntura y que escribir es, a veces, un dilema tortuoso donde no hay ganador.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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