La razón poética: apuntes sobre un logos perverso


Alejandra Solórzano_ Perfil Casi literalPeriodista: «¿Por qué filosofía?»

María Zambrano: «Porque me tengo que morir»

Sobra cualquier otra respuesta. Veinticinco siglos de filósofos y filósofas en deuda para que finalmente María Zambrano (1904-1991) nos diese una respuesta como esta; la resplandeciente belleza en la punta de la navaja, con desenfado y sin laberintos. Una estrella fugaz dibujada con el filo de sus palabras sobre nuestro pecho. No es la certeza de nuestra muerte lo que interesa —en todo caso, bastaría con elegir los medios— sino que, antes de ese aislamiento final del todo, su respuesta hace que la filosofía cobre un lugar más digno todavía, testigo necesario de nuestra travesía, puente hacia el último silencio involuntario, ese puente fue llamado logos.

Los griegos estaban obsesionados con el Ser, eternamente mutable, completo e incompleto al mismo tiempo, ser y no-ser. Incompleto pues debía considerar «lo otro», que no es y es al mismo tiempo. Inasible al fin, como otros tantos anhelos.

Este ser que nos constituye volubles, carentes de una verdad incorruptible, debía arrojarnos entre su constante fluir alguna coordenada para encontrar la forma de atrapar la Verdad, un conocimiento invariable, y por tanto, universal. Logos. Platón los desterró porque no podía obtener ninguna verdad universal de ellos, decidió que dentro de su proyecto político y social los artistas eran prescindibles, o al menos, a una parte de ellos: los poetas.

A pesar de la devoción por Hesíodo, Homero, Safo y otros grandes poetas, Platón decía que los poetas eran mentirosos, y decía la verdad. Toda representación es una mentira. Copia, reflejo del Ser, pero no el Ser mismo. La poesía, en su Ser irracional, nada podría instruir al proyecto de «ciudadano» de su Politeia. La música, en cambio, sí guardaba una naturaleza matemática y de perfección de las formas, de las Ideas que tanto amaba él en los números, amor que correspondía a la impronta que los pitagóricos marcaron en su juventud viajante en Egipto. Lo anterior, sin duda, hacia evidente la actitud instrumentalista y reaccionaria en su proyecto político. Sin embargo, en la mayoría de sus diálogos —y muy a pesar de su proyecto político—, Platón honraba sutil y a su manera a los poetas como a la poesía.

El logos, racional, frío y distante de toda experiencia sensualista definió a partir de ahí su derrotero. El quehacer filosófico fue alejándose cada vez más hasta decidir que de aquello que no se puede hablar —de lo inconfesable para la razón, del gesto poético como condición humana, por ejemplo— y es mejor guardar silencio, como lo advirtiera Wittgenstein.

El hecho es que más de una veintena de siglos después de un logos racional y frío, María Zambrano, una de las mentes más grandes del siglo XX, consideró que la razón también es poética. Razón poética como tema y método de su filosofía. La poesía miente desde la visión platónica, pues escapa al Ser, pero nos dice Zambrano en Filosofía y poesía (Fondo de Cultura Económica, 2013): «La poesía se aferra al instante y no admite la esperanza, el consuelo de la razón». […] «El ser humano es una criatura afortunada y su única desgracia consiste en tener que esperar y en la espera desvelarse, desvelar lo que le está encubierto, pero ¡tan propicio a ser desvelado!»

Así, cuando la filosofía no admitía un hacer que no fuera palabra y razón —diseccionada de la poesía por su palabra irracional al servicio de la embriaguez lúcida e indomable—, se imponía hace veinticinco siglos, como ahora sobre nuestras vidas, la melancolía de vivir, la angustia, pero también la euforia de advertir la dicha incluso en los pequeños actos que, como instantes, se nos huyen sin remedio. ¿Esto es de lo que Wittgenstein, prudente y con cierta actitud mística, decidió callar? ¿De esta imposibilidad de que las cosas sean una y solo una para siempre es que Crátilo decidió guardar silencio para siempre?

Vivir es delirar. En la poesía de Zambrano, en su propia filosofía, en el humano gesto de mirar la sutil belleza que envuelve los objetos más cotidianos, en los símbolos, las pinturas, en toda la acción humana… En todo se cuela, con sutileza de fado por las grietas de nuestro interior, el resplandor de lo que se ama y el logos estéril parcialmente deja de gobernar, muy a su pesar, sobre lo que sucede. Somos caos. La poesía nombra ese caos. «El poeta no podía ver con buenos ojos el descubrimiento del Ser, porque el poeta sabe que hay descubrimientos que arrastran, que existen cosas a las que no queda más remedio que ser leal hasta la muerte una vez que las hemos descubierto».

Así, la razón poética de Zambrano reconoce el saber con qué la poesía acompaña, a través de sus escribientes, los cambios en que nacen, mueren y se consumen las cosas. Pero más reveladora aún, María Zambrano sabe que la poesía es perversión del logos —del gélido acto de la razón—, perversión necesaria y comprensiva de lo que nos hace ser. La cito de nuevo: «…la poesía es la consciencia más fiel de las contradicciones humanas, porque es el martirio de la lucidez, del que acepta la realidad tal y como se da en el primer encuentro».

Así, las cosas. Filosófico es preguntar y poético el hallazgo. «Es mejor la embriaguez a estar muerto», dijo Anacreonte. Los muertos ya no tienen deseos.

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