El pecado del artista


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal.jpgSimultánea a la escandalosa, lenta y merecida caída en desgracia del productor Harvey Weinstein ―o acaso gracias a la misma―, muchas personas se han vuelto más conscientes acerca del sexismo y el abuso prevalentes en la industria del entretenimiento. Por supuesto que no es nada nuevo ni nada limitado a las bambalinas de Hollywood; sin embargo, este es el siglo de la celebridad, de la cultura de masas y las revoluciones súbitas, y quizás esta vez, con más y más nombres famosos manchados con el crimen de acoso sexual, podemos empezar una conversación seria acerca de consentimiento.

Junto con el escándalo de Weinstein se han descubierto las transgresiones de Louis CK, Kevin Spacey, Woody Allen (bueno, este no tiene nada de sorpresivo) y el líder del departamento creativo de Pixar, John Lasseter. Diferentes de Weinstein, la carrera de estos cuatro hombres ha sido públicamente celebrada, galardonada y aplaudida como influencia en una generación. Hay mil y un artículos sobre la comedia de Louis CK, dos óscares con el nombre de Spacey, cientos de estudios sobre las narrativas de Manhattan o Annie Hall y ni hablar sobre el furor (y rentabilidad) de películas como Toy Story o Frozen. Las revelaciones de abuso y acoso sexual de estos hombres han hecho que muchas personas se sientan dolidas y que cuestionen si pueden aún disfrutar su trabajo artístico.

Comprar boletos de cine, mercadería o DVD’s, aseguran muchos, implica avalar sus conductas desviadas y llenarlos con reconocimientos que eclipsan sus agresiones. Ese es, precisamente, el espíritu con que muchas fanáticas han llamado a boicotear las siguientes entregas de Fantastic Beasts and Where to Find Them, donde Johnny Depp tiene un papel protagónico a pesar de las denuncias de violencia doméstica en su contra (aunque creo que sus últimas mediocres actuaciones justificarían aún mejor su despido). Por otra parte, hay quienes dicen que esta oleada de declaraciones se ha convertido en una cacería de brujas dispuesta a arruinar las carreras de hombres destacados; esta es la postura más ingenua, no solo porque menos del 6% de acusaciones de abuso sexual son falsas (según estudios de la Unión Europea), sino porque existe aún un estigma para las víctimas de abuso, un complejo de falsa culpa, lástima y vulnerabilidad que las aísla de la sociedad. Este mismo estigma muchas veces dificulta que una persona denuncie. Revelarse como víctima (créanme) no representa ninguna clase de victoria. No hay premios para eso.

Finalmente están las personas que adoptan la postura barthiana para apreciar la obra sin fijarse en su autor, acaso por salud emocional o porque es realmente difícil despegarnos de algo que realmente disfrutamos y que tiene calidad evidente. De todas formas, los medios que consumimos (algunos más o menos artísticos que otros) nos forman como personas de acuerdo con nuestras interpretaciones, y no siempre con el sentido real de una obra sino con la carga emocional que le damos. El problema con esta postura es que muchas veces el trabajo de una persona está innegablemente vinculado con sus experiencias, como sucede con los poetas, comediantes y algunos músicos. Es casi imposible apreciar su arte sin conocer las emociones que lo procuraron. Acaso es esa la razón por la que lo atesoramos.

Curiosamente, parece que es más fácil dispensar las peores acciones de un autor si estas son de carácter autodestructivo. Celebramos a Sylvia Plath, Ernest Hemingway o Charles Bukowski al punto que su autodestrucción está glamorizada; y no es nada nuevo, porque la lista se extiende hasta Edgar Allan Poe y Lord Byron. Ese es el preciso encanto del Club de los 27: la paradoja de creatividad y catástrofe que en este año ya se llevó a Chester Bennington y Chris Cornell. Supongo que perdonamos lo imperdonable porque conocemos a estas personas a través de su obra. Quizá sentimos lástima, pero si lo pensamos un segundo, somos inmunes a los verdaderos estragos que causaron a sus seres cercanos. Quizá por eso es tan difícil que muchas personas entiendan el rol de las víctimas en los casos de abuso sexual: nunca han reflexionado sobre las personas alrededor del individuo creativo.

La interrogante es si es ético o no consumir el arte de personas malas. La definición de qué es peor, si un abuso o un suicidio, es claramente arbitraria. Le corresponde al sistema legal hacer que se penalicen los crímenes, y ojalá sea éste lo suficientemente objetivo y consciente para juzgar a las celebridades (probablemente no, pero tengo fe en la humanidad de vez en cuando). Nosotros, la audiencia, tenemos la responsabilidad únicamente con nuestros propios principios, debemos actuar de acuerdo con lo que sentimos correcto, acaso boicotear parcial o totalmente a un artista, o disfrutarlo en privado, conscientes de que al final lo que está en escena o en pantalla tiene el espejismo de la ficción.

El reto en la cultura de celebridad de este siglo consiste en aprender a conocernos, fuera de los filtros, las mentiras del social media y un medio noticioso cada vez más preocupado con la irrelevancia. A mí aún me causa risa un especial de Louis CK y he aprendido mucho observando sus interpretaciones. Midnight in Paris es una de las películas que puedo volver a ver miles de veces ―y tengo un amigo con quien siempre hablo de eso― y por supuesto que veré la última temporada de House of Cards. Eso no me convierte en alguien que celebre la violencia sexual o el sexismo, pero me hace consciente de que existe un problema en la manera en que observamos a los artistas y quizá la mejor manera de hacer una diferencia consiste en salir de nuestra zona de confort.

Tenemos más y mejores capacidades para educarnos y entretenernos. El acceso a tantos datos reclama la responsabilidad para formar un criterio y ―aunque sea, tratar de― entender mejor a las personas que crean, especialmente para no caer en esa ridícula idolatría creada para vender tabloides y abarrotes. Ya sea que el plan sea boicotear o consumir, debería existir el esfuerzo para apreciar a artistas con otros mensajes, especialmente artistas de minorías étnicas o LGBTIQ. El arte, aunque a muchos les sorprenda, no es solo blanco, heterosexual y masculino. Ojalá sea este el momento para reinterpretar las dinámicas de poder.

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