Testigos de una iniciación


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalLa noche del 18 de mayo de 2017 en el escenario de la resonante, acústica y semioscura Sala Experimental Pilar Aguirre, del Teatro Nacional Rubén Darío, el mundo cultural de Nicaragua vio nacer a una gazella de la música: Ceshia Ubau Molina, cuyo rango de voz y etérea presencia ha dejado sorprendidos a los oídos que pudieron apreciar las canciones de su disco Con los ojos del alma, motivo de su debut de aquellas horas, que provocó no solo asombro sino reverberaciones en el eco mental de quienes fueron testigos de su presentación formal como cantautora.

Ceshia nació el 30 de octubre de 1997 y con solo diecinueve años  —y de la mano de artistas musicales de larga trayectoria y supremacía— surgió casi de la nada, tal como en el espacio aparecen o desaparecen los astros sin que la ciencia pueda explicar con disertaciones certeras sus movimientos siderales. Debe entenderse esta nada como un precedente ausente en ella, pues aunque venía de la música —arte que estudió durante catorce años: casi el ochenta por ciento de su vida—  no es hija de músicos famosos ni pariente de personajes del mundo cultural, sin embargo, el brillo de su rito de iniciación ha ocurrido con mecenas, bienhechores, amigos, periodistas y admiradores que, atraídos por el imán de su talento —que se puede ver sin mayores reflectores—, han acudido esperanzados al nacimiento de una estrella.

De su infancia, que ha culminado solo hace unos pocos años, Ceshia ha recordado en entrevistas con diversos periodistas como una rancia saudade —lo que denota madurez y crecimiento emocional— el destino que se le había impuesto por orden familiar: el de llegar a ser una pianista concertista; pero los designios, premoniciones y planes están hechos para romperse y de esas rupturas autolideradas siempre han surgido los seres extraordinarios.

Sorprende de sus composiciones —que hoy son públicas con las ventas de su disco y su pronta aparición en plataformas mundiales como Spotify— no solo la calidad de los arreglos y la policromía de su voz, sino la profundidad de su contenido y el corto rango de tiempo entre la creación de esas piezas y su lanzamiento público. La cantautora escribía poemas desde adolescente y esas letras fueron el ejercicio para una vez llegar a escribir canciones con líneas moderadas, de contenido social y verdaderas muestras de prestancia a recibir ese mundo incipiente y desconocido que se le avecina.

El disco Con los ojos del alma tiene quince canciones: once de su autoría, una musicalización suya de un poema de Rubén Darío y tres composiciones foráneas: canciones de Juan Solórzano, Mario Montenegro y Camilo Zapata, de quien ha elegido el tótem de su repertorio, la ciclópea Minga Rosa Pineda, hoy considerada un himno del ritmo endémico de Nicaragua conocido como “son nica”, creado por el mismo Zapata.

La música, una vez que se construye para producción, deja de ser un arte solitario y tal como el cine o la escultura monumental se convierte en arte colectivo. Quienes han estado detrás de esta publicación trabajando en colectividad son el cantautor Juan Solórzano, quien además es profesor de canto y música en la Universidad Centroamericana (UCA) de Managua, donde Ceshia estudia Psicología actualmente.

El disco fue grabado en seis meses —entre junio de 2016 y enero de 2017— en el estudio de Solórzano. Mientras trabajaban en él, surgieron dos canciones más: Sos para mí y Conchitas de mar, que fueron incluidas en el disco. Oír a Ceshia decir que fueron escritas en un día, en minutos, como una aparición fugaz, hace ver el estado poético y epifánico en que se encontraba.

Otro de los mayores privilegios que obtuvo la producción de Con los ojos del alma es que primero fue grabada una maqueta, y luego, las voces e instrumentos principales, como se hacen los discos; solo que esa maqueta, realizada con todo el rigor profesional de una gran casa discográfica, se hizo con grabaciones únicas, instrumento por instrumento, y para tales fines fueron creadas composiciones y partituras especiales en cada grabación individual.

El episodio que Ceshia Ubau comienza con esta salida pública inició en 2015, en ese lapso entre los diecisiete y los dieciocho años de edad, cuando el cerebro aún no ha llegado a su total desarrollo y produce más pensamientos e ideas de liberación y de ensoñación en la vida de un ser humano. Esto coincidió con su llegada a la universidad y con los grandes cambios que implicaba en su vida el hecho de volverse una adulta con la oportunidad de tomar elecciones que cambiaran su destino.

En esas divagaciones y efervescencia se encontraba el día que acompañó a unas amigas a una audición en la universidad. Allí conoció a Juan Solórzano, quien dirigía la audición. Ceshia probó con unas canciones y se robó la escena con toda la naturalidad y el talento que, por supuesto, Solórzano no dejó escapar. Pronto la invitó a participar de sus clases de música y tal ha sido su admiración que no cesó en sus instrucciones y motivaciones hasta no ver finalizado un disco de ella. Fue así como la música se convirtió en prioridad en la vida de Ceshia. Conoció a cantautoras insignes de Nicaragua como Katia Cardenal, Norma Helena Gadea, Cristyana Somarriba y otros músicos y cantantes que le han brindado su apoyo.

El furor inicial ya ha pasado, el disco tiene miles de reproducciones en Spotify y la agenda de conciertos de Ceshia permanece llena. Actualmente prepara un proyecto con canciones infantiles y desde hace meses da clases de piano a niños y niñas. Ha pasado a otro plano en la vida, y como ella misma ya lo ha declarado, durante su infancia y adolescencia no tuvo dificultades económicas y mucho menos experiencias traumáticas, pero fue sobreprotegida por su familia y eso la hirió en el alma, sin embargo, la música ha sido su curación. La creación de su disco fue como una llamarada que arde y abrasa pero que se va luego para dejar tras sí a un ser renovado, una nueva Ceshia Ubau, de quien se vaticinan éxitos.

«La música —declara— es como un colchón, una cama para descansar», y la salida a luz de su primera producción discográfica, el cuido detallado de las letras de sus canciones, es «una forma de honrar a los cantautores que estaban conmigo. Cuando había violencia, siempre había un libro, un poema, una canción»; pero no solo ha espantado los dolores con su expresión verbal sino que alude una cita de Gustavo Cerati como la explicación resumida de toda su creación: «Sacar belleza desde el caos es una virtud».

Y para resaltar su plan profesional con el arte musical, Ceshia afirma que suele «componer de una manera muy adictiva y maravillosa». Esa condición única que el artista vive en el momento o en los días, meses o años de su furor creativo, es lo que ha transformado a la niña pianista en una cantautora que hoy tiene grandes planes. Sí, porque un artista que recién nace debe tener planes y proyectos, y quienes le siguen y admiran, la obligación de proclamar sus esperanzas en ellos.

Una vez vencido el destino vernáculo que ha sido su aporte, acudir al inicio de un propio estilo melódico ha sido el deber social para ella que hoy llena salones de espectáculos con solo su presencia, pero todo esto vivido en el corto tiempo que ha pasado en su carrera solo será el inicio. Los caminos del arte no son fáciles y tampoco encontrará definidos esos caminos aunque su talento sea indiscutible, le faltará mucho tiempo de búsqueda y solo podrá permanecer firme con una disciplina intelectual y nuevas experimentaciones.

Deberá saber Ceshia que el arte le será fuente de impedimento para la felicidad plena y, como el mal histórico del artista, serán demasiados los estados de desolación y dolor que vivirá. Hay que padecer para triunfar. El artista casi siempre es una persona rota a la hora de crear, rodeado de gente, fama y luz, pero en el fondo, cubierto de tristezas perennes que surgen como de una fuente inagotable y sin explicaciones razonables.

Habrá de experimentar los dolorosos caminos de la excentricidad y saber preservar el misterio y el misticismo, no decir todo de sí misma, sino callar intimidades, desinformar a su público, andar la profesión con paso felino. La ventaja de experimentar una iniciación como la ocurrida en mayo de 2017 es tener la posibilidad de crear un mito, el poder de deshojarse o no, y recordar que siempre, alrededor de las grandes y altas murallas cerradas, hay merodeadores o, dicho en buen español: fans.

Que los caminos lleven a Ceshia Ubau a ser un halo intangible porque tiene todo el potencial para hacerlo, y que alguien escriba de ella —como lo hiciera el periodista Jan Martínez Ahrens sobre Juan Gabriel en el diario El País, de España, luego de su muerte en 2016— que ha llegado a ser tan incorpórea como «un sentimiento, un estado del alma, un incendio melódico».

[Foto de portada: Andrea Saro]

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