Marcello


Noe Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal.jpgEntro al Museo de Arte e Historia de Friburgo, Suiza, después de haber pasado frente a él dos días seguidos. Hay un cielo nublado que cubre esta ciudad vieja que mantiene una temperatura de dos grados centígrados en las calles. Se trata de un edificio histórico que ha tenido varias intervenciones para modernizar sus salas sin perder el halo de castillo medieval.

La exposición temporal trata sobre la iconografía de los ángeles en el arte. Hace una narrativa que pasa por el Egipto Antiguo, los mitos griegos, la Iglesia y el Estado hasta trasladar los conceptos de ángeles y demonios a la propaganda nazi y la publicidad actual de ropa femenina. Me gusta, tomo suficientes fotos.

Salgo y me dirijo a las salas permanentes. Son 33 pequeñas salas que guardan pedazos de esta ciudad en diferentes periodos. Algunos Cristos y Vírgenes llaman mi atención, sobre todo el trabajo fino en madera. Hay esculturas de piedra y mármol, pienso en castillos, en calles llenas de barro, en cerveza y vino, en gente de pueblo que se partía la espalda en tiempos de frío.

Sigo subiendo y encuentro un par de piezas que me hacen detenerme y verlas desde varios ángulos. Tienen algo distinto: movimiento, cierta picardía, demasiado atrevimiento en el siglo XIX que irrumpe y se hace su propio espacio entre las demás obras. Busco y leo con atención el nombre del autor: Marcello (simple, sin apellidos).

Termino esta parte bajando los escalones de piedra y con la vista de dos pasillos llenos de vitrales. En ellos hay escudos de quienes ostentaban dinero y poder (el arte plástico siempre tiene un poco de eso). A pesar del nublado día, estos pasillos están llenos de luz.

Me encuentro de nuevo en la recepción. Sobre una mesa hay pequeñas biografías y ensayos sobre artistas plásticos de Friburgo. Tomo dos, sus trabajados conceptuales me atraen y las publicaciones, en dos idiomas, son gratuitas.

Hay otras salas en el sótano del edificio. Me recibe un antiguo y enorme mapa de la ciudad. Al acercarme veo tantos detalles que me parece impresionante el trabajo que hizo Grégoire Sickinger en 1582. Imagino que su segundo pasatiempo era ser caminante.

Este sótano tiene más piezas en un largo pasillo de paredes de piedra; es rústico y moderno al mismo tiempo. Al final de este primer oscuro pasillo encuentro “El retablo de las pequeñas bestias”. Es una escultura movible. Al presionar un botón, la obra despierta, funciona en ruecas y círculos, es una máquina del tiempo y de la vida, como un reloj suizo. Jean Tinguely expresa en sus obras los vínculos de la vida con la muerte. Hay cráneos de animales en este gran móvil para bebés, adultos que pronto morirán.

En un entrepiso de esta parte rústica encuentro algo que me mueve. Bustos en mármol de mujeres, de medusas, de hombres turcos sensuales con labios anchos y mordibles. Tienen mucho movimiento, mismo que he visto en otro lado. Me encanta. Busco al autor: Marcello.

Todo el pasillo está lleno de su obra. Es fascinante un pezón al aire, un pálido hombre africano. Los bustos llevan un detalle simpatiquísimo: en los ojos hay un hueco, que al contrastar con la luz, les da una mirada intensa. La técnica realista, neoclásica y romántica es impecable.

Lo que me dio vuelco el corazón fue enterarme que yo había empezado por el final, que en el inicio de la sala se encuentra la presentación de Marcello, que esta sala está dedicada a su obra y a su vida. Ya me sentía enamorada/fascinada por esa soltura particular en sus esculturas. Me derretí al ver los dos retratos de la artista. Marcello era una mujer bellísima, con templanza, con carácter, atractiva. Los pintores la retrataron en su estudio.

Según Carmen De Armiñán Santonja, Adèle d’Affry (1836- 1879), condesa de Castiglione Colonna, es una de las pocas escultoras existentes en el panorama europeo del tercer cuarto del siglo XIX. Adoptó el seudónimo de Marcello en 1863 para encajar mejor en un mundo dominado por los hombres y, desde entonces, intentó conjugar la vida mundana y social con la vida artística (dilema que le acompañó durante toda su existencia, según dice en sus cartas), desenvolviéndose en ambos ambientes con natural seguridad.

Enviudó joven y nunca volvió a casarse. Amiga de Delacroix, Courbet, Carpeaux y Regnault, de los músicos Liszt, Rossini y Gounod, del escritor Prosper Mérimée, del emperador Napoleón III y su esposa Eugenia de Montijo, del político Adolphe Thiers, etc., etc. Con la mayoría mantuvo correspondencia escrita. Vivió entre Friburgo, París y Roma. Expuso en el Salón de París desde 1863 hasta 1876, en la Royal Academy de Londres en 1865, 1866 y 1867, y en las Exposiciones Universales de París en 1867, de Munich en 1869 y de Viena en 1873.

Friburgo es una ciudad hermosa que no termina de gustarme, pero Marcello es exactamente lo que yo espero del arte: una sacudida fascinante que traspasa la historia y la piel.

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