La vencedora muerte de Nicanor Parra


Nora Méndez_ Perfil Casi literalA ver a ver
tú que eres tan diablito ven para acá
¿hay o no hay libertad de expresión en
este país?
-Hay
ay
áááy!

Nicanor Parra

Ha muerto de viejo el poeta más joven de la literatura. Un excéntrico, un genio, un físico-matemático, un médico que creó el antídoto contra la dominación de la poesía española en América Latina. Entre sus lectores más potentes y seguidores de su corriente se encuentra Roque Dalton, quien contó con menos suerte por la falta de humor y cultura de los comunistas salvadoreños.

Nicanor Parra y su antipoesía barrieron, en tan solo 75 años, con una dominación literaria de más de 500; pero su gran legado no acaba allí. En lo político ―pues todo arte lo es― Parra logró demostrar su teorema sobre la unidad de las izquierdas y derechas del mundo. Son una sola, nos dijo, y juntas no podrán jamás ser vencidas por ninguno de nosotros. Nuestro Señor Jesucristo, como le llamaba su amigo Alejandro Jodorowsky, o Nuestro Gran Libertador, como le llamo yo, murió convertido ya en poeta. Gabriela Mistral cuando lo conoció le llamó «el poeta chileno del futuro» y, por supuesto, no se equivocaba.

Recuerdo cuando en noviembre de 2010, por cosas del destino, conocí a Carmen Berenguer en El Mesón Nerudiano de Santiago de Chile, y le pregunté por él. Hizo un extenso periplo que culminó con un rotundo «no», por aquello de que «la izquierda y la derecha unida jamás serán vencidas». Los grandes escritores comunistas como Carmen y Pedro Lemebel tomaban distancia de la más famosa sentencia de Parra ya que, según ellos, era una excusa para no tomar partido. Así vivió, en una guerra fría en medio de dos potencias, de dos corrientes de pensamiento, de dos dedos que lo señalaban, de dos brazos que lo halaban como un Cristo entre Dimas y Gestas.

Otros se preguntan todavía si a Parra le habrá costado vivir a la sombra de Neruda, dado el peso mediático que este tuvo, pero esa duda quedó aclarada incluso por el mismo Pablo cuando, en relación a sus famosos artefactos, dedicara al vate de la melena invencible un caligrama titulado Una corbata para Nicanor. En él retrata sus diferencias, no solo por su delgadez sino por su altura ―moral y literaria―, que convierte a Parra en una parra chilena, úvica e inmensa, capaz de alimentar humanidades.

Nicanor fue un hombre de ciencias y práctico, lo cual no inhibió jamás sus excentricidades de antipoeta o poeta enemigo. Realizó instalaciones y performances, dejó las molotov a los anarquistas y tomó la palabra en artefactos que estalló por todo el mundo. No nació poetérrimo como su hermana Violeta ―quien en vez de hablar cantaba y comprobó que los pájaros escriben― pero logró encontrar su antipoesía.

Tras su muerte la gente está dividida, no saben si asombrarse por la edad en que murió, el momento en que lo hizo o por su vasta e inteligente obra. A mí me asombra todo: que haya morado tanto lo atribuyo al hecho de haber vivido dos vidas: la suya y la que Violeta no pudo o no quiso vivir; que haya hecho una poesía inteligente para el hombre común, siendo él y su poesía lo menos común; y tomando opción por la tierra y la vida como objeto de los ecopoemas que continuó en silencio cuando, en sus casas de La Reina y Las Cruces, paseaba con sus perros.

Y quizá sea por esos paseos que la muerte nunca lo encontraba en casa. Parra fue un escurridizo de las reuniones donde se le celebraba u otorgaban premios. «Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa. Suban, si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por la boca y narices».

Expulsado ―como Dalton, mas no públicamente― de Casa de las Américas luego de que circulara una foto suya con Pat Nixon, Nicanor Parra se convirtió en un anarquista de las artes que literariamente rechazó los extremos, que vivió en público sus contradicciones de hombre libre y que asumió también la censura, en varios tonos y modalidades, de sus obras más polémicas. Pero hasta un hombre como él tuvo la necesidad de explicarse:

«yo soy más dadaísta que anarquista
más anarquista que socialdemócrata
más socialdemócrata que estalinista»

Y así fue. Se mantuvo por 103 años rompiendo esquemas y, a pesar de ser también un antimuerte, lo alcanzó por fin el destino. «Voy y vuelvo», se colgó en la década de 1970 sobre el pecho. Ahora nos tocará imaginarlo.

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