El niño y el pregonero, nuevo libro de Gabriel Traversari


Karly Gaitán Morales_ perfil Casi literalSon muchas las expresiones artísticas que ha manifestado en su vida el multifacético y enigmático actor, cineasta documentalista, poeta y escritor nicaragüense Gabriel Traversari. Quizá sus facetas más conocidas son las de galán de telenovelas y presentador de televisión en cadenas que tienen millones de televidentes en todo el continente y el mundo: Univisión, Mega TV, Casa Club TV, Telemundo, E! Enterteiment y Cosmopolitan TV, entre otras; pero, Traversari también ha sido actor de teatro, dramaturgo, fotógrafo, poeta, modelo ―ha sido retratado por fotógrafos y pintores— narrador y periodista.

Uno de sus libros más destacados en Nicaragua es La hija del dictador, producto de la extensa entrevista realizada a la única integrante de la familia Somoza que permaneció callada durante setenta años y que nunca dio referencias públicas de sus opiniones, puntos de vista y criterios sobre los gobiernos de su familia: Lillian Somoza Debayle, primogénita y favorita de Anastasio Somoza García y hermana de dos presidentes de Nicaragua, Luis y Anastasio Somoza Debayle. Además, fue sobrina de quien fuera musa de Rubén Darío en 1907, Margarita Debayle, e hija de la segunda musa de aquella ocasión, Salvadora Debayle. Ya en la ancianidad, Lillian se sentó por primera vez en el banquillo de los entrevistados con Gabriel como su interlocutor, quien fue directo y audaz con ella pero sin dejar de ser respetuoso.

El niño y el pregonero, primer libro narrativo de Gabriel, es un cuento que denota la fluidez de pluma que él ha cultivado desde la adolescencia. Cuenta con las palabras preliminares de Eduardo Grecco y un prólogo del director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Francisco Arellano Oviedo, quien analiza el cuento en sus vértices textos-contextos sin dejar de aludir a la calidad narrativa.

Esta es la historia de dos niños que se encuentran, uno es rico y blanco y el otro moreno y pobre. A medida que avanzan los párrafos, la lectura motiva distintas reflexiones en las que el lector debe detenerse, siendo la más importante de ellas la forma como un niño ve la belleza de otro ser a través de sus ojos, que no tienen la catarata del prejuicio ni los pretextos de la adultez. Así detalla el narrador en sus descripciones la agigantada diferencia entre ellos.

Francisco Arellano Oviedo ha observado la evolución de la vista que tiene el narrador —que es un adulto— de la perspectiva que debió tener el niño protagonista, quien a medida que evolucionan sus emociones y crece su admiración hacia el otro niño, poco a poco va cambiando de parecer. Primero lo llama «elfo» y después, cuando los sentimientos se transforman luego de su contacto con él, lo llama «efebo»; y como un in crescendo en la obra, cuando estallan en el niño blanco y rico todas sus emociones por haber tenido una experiencia confidencial con el otro, lo llama «querubín»; sin embargo, para comprender esto, el lector se deberá detener también en la condición del niño-narrador.

En un inicio se puede observar la monotonía del residencial en la que vive el niño rico: sus juguetes de lujo, la gran casa que tiene comodidades, los empleados prestos a atenderlo, la admiración que les tenían a él y a su hermano los otros niños por ser ellos «chelitos», la atracción que otros sentían inmediatamente al verle por ser un niño bello y hasta otro tipo de banalidades superficiales como la rivalidad con su hermano menor porque este siempre ganaba las competencias en bicicletas. Sin embargo, un buen día le sucede algo mágico: cae seducido por la belleza extraña, la palabra, los gestos, la pobreza y sencillez de un niño que pasa frente a su casa todas las tardes vendiendo pan. Es entonces cuando el protagonista calla en su interior y vemos al narrador que deja en silencio al niño para reflexionar él sobre aquellos pensamientos de antaño desde su “hoy” como adulto.

Con buen uso del lenguaje y tono poético aparecen en la narración unos destellos que diferenciaban aquel primer día —cuando vio al vendedor de pan— de los otros días en la vida del niño rico, los colores que a modo de visión cinematográfica Gabriel Traversari nos deja ver en sus líneas y aquel niño estresado por el acoso de todos debido a su belleza —empleados, transeúntes y familiares se prendían de él— y presionado por el espíritu de competitividad con su hermano. Todo esto lo convierte de un día a otro en ―como el mismo autor refiere― un niño feliz hasta llegar a sentirse como «el favorito de Selene», la diosa griega, hija de Zeus.

El niño y el pregonero es un libro que invita a la reflexión. ¿Qué tal si paramos un día la maquinaria de nuestro cerebro adulto para ser niños un día o unas horas, como ya nos invitaba en la década de 1940 Antoine de Saint Exupéry? Este libro es, sin duda, el detonante para achicar una isla necesaria en la marea alta de la vida adulta.

[Foto de portada: archivo personal de Gabriel Traversari]

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