La realidad escindida en Pavloviana. La perra


LeoEditorial Alambique y Carolina Pineda nos presentan una colección de doce microrrelatos de su más reciente producción bajo el título de uno de ellos: Pavloviana. La perra. Más que relatos, son imágenes congeladas en un tiempo y en un lugar incierto; símbolos demasiado sombríos de esos fantasmas que parasitan arraigados a nuestros miedos y deseos más profundos, y que, como en un ritual de exorcismo, son expulsados por Pineda a través de la literatura. Pero también son una sucesión de cuadros en los que la acción se mueve, no siguiendo las leyes del mundo natural, sino más bien buscando el suceso atípico y la irracionalidad del mundo onírico.

Todavía más: este desfile de relatos tiene como común denominador contrastar lo cotidiano con la acción inaudita, inesperada o sorprendente, gracias a la cual, el hecho cobra una fuerza expresiva que queda en la mente del lector. Es esta situación inaudita, precisamente, la que le otorga ese carácter de pesadilla al cuadro condensado en el microrrelato. El hecho se vuelve memorable en el momento justo en que lo excepcional irrumpe para poner de cabeza las leyes del mundo natural, sin embargo, y tal como sucede cuando soñamos, la situación no se percibe como una yuxtaposición inverosímil, sino más bien encaja a la perfección. Es así como lo improbable, lo que desafía las leyes de la lógica, lo irracional, se convierte en un elemento indispensable para concretizar el sueño. En otras palabras, la fantasía engarza perfectamente con la realidad cotidiana para hacer posible la construcción literaria. Sin embargo, esta sería una construcción fría, casi parnasiana, si no se combinara con un tercer ingrediente: ese sentimiento de horror que es capaz de producirnos la ruptura de lo cotidiano, esa pérdida del equilibrio con su consiguiente pérdida del sentido de seguridad.

Para resumir, podría decir que en todos los relatos prevalecen en mayor o menor medida estos tres elementos: el hecho cotidiano, el hecho excepcional que provoca la ruptura y el consecuente sentimiento de horror que produce esta pérdida del equilibrio. Y quisiera detenerme todavía en otro aspecto de la construcción formal que reafirma este punto de vista: me refiero exactamente a los títulos de cada relato. Cada narración tiene un nombre construido a partir de frases hechas, incluso, trilladas: «El gato negro», «El grito del huésped», «La corbata nueva», etcétera. Sin embargo, la disección de la frase en dos elementos que la deconstruyen me hace pensar, más que en un caprichoso juego estilístico para dotar de originalidad cada una de estas doce realidades literarias, en esa ruptura del mundo natural. Desde la descomposición del título pareciera que la autora nos trata de anunciar de alguna manera —ya sea consciente o inconsciente— ese choque entre lo natural y lo sobrenatural, la irrupción de lo extra-cotidiano en lo cotidiano.

Otro aspecto que es necesario mencionar es la tendencia hacia el minimalismo, algo que no debiera extrañarnos dentro del género que se caracteriza, precisamente, por desechar todo aquello que sea accesorio y dejar la esencia. No obstante, no está demás decir que es específicamente esta cualidad la que le da a la construcción narrativa aristas diversas que llevan al lector a pensar en distintas posibilidades, de tal suerte que su participación es indispensable para barajear las diferentes probabilidades que ofrece el relato, pero también para darle un cierre de acuerdo con su propia visión del mundo. En este sentido, cada uno de estos bocadillos literarios funcionan como una Gestalt en la que el lector va participando activamente en la construcción de la historia.

Ejemplo de esto lo podemos encontrar en el segundo párrafo del primer microrrelato, en el que la voz narrativa parece hablarle a alguien con quien comparte la habitación, pero a quien no conocemos a ciencia cierta. Es por medio de la atmósfera misma que sugiere el florero escupiendo pétalos multicolores al aire y el gramófono emitiendo sonidos grises que remiten a los ambientes donde se refocilan los amores clandestinos, como se puede deducir que el acompañante es un amante fortuito. Lo importante es notar que, en casi todos los relatos, este personaje incierto y fantasmal se presenta constantemente con el fin de jugar con la imaginación del lector, quien lo reconstruirá y hará sus propias conjeturas a partir de las mismas condiciones que el texto va presentando.

Por último, merece la pena hacer alusión a la riqueza simbólica que recorre como eje a lo largo de todos los relatos y que se materializa en imágenes como la del gato negro, el ángel de la guarda, el látigo rojo, la túnica blanca o el ave de mal agüero que titulan cada uno de estos cuadros y que nos dan cuenta del valor expresivo y la riqueza imaginativa de los textos. El mejor ejemplo quizá sea la perra pavloviana —que hace alusión a los perros condicionados que utilizó Pavlov en sus experimentos—, que, irónicamente, nos presenta a la mujer que se rebela contra el amo en una imagen con sugerencias sexuales y grotescas.

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