Respuestas del polvo


Rubí_ Perfil Casi literalEl caos ordenado de mis libros me obliga a veces a revolverlos cuando no encuentro el que busco. En ocasiones tropiezo con textos cuya lectura no me enorgullece del todo, o bien, vuelven a mis manos aquellos que me reembolsan los años olvidados. Así sucedió hace unos días cuando descubrí con asombro que aún conservo una edición escolar barata de Los cachorros de Mario Vargas Llosa que leí durante el bachillerato. Ahí estaba cual viudo triste, gris de polvo y arrinconado en la hilera de los acusados. En la cara interna de la pasta de cartón percudido estaba escrito un número telefónico de seis dígitos.

No recuerdo cuándo dejé de llamar a esa casa de la Zona 5 de la ciudad de Guatemala. El número ya no conecta e ignoro quiénes son sus dueños actuales. El joven de dieciséis años que tantas veces levantó la bocina ahora vive en Antigua Guatemala; una vez me confesó que ir a vivir allá era su sueño de vida. Lo logró. Por mi parte, soñaba con vivir en el centro de la ciudad, en la Zona 1. También lo logré; el adiós valió la pena.

Y es que cuando no puedo evitar mencionar que vivo el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, las personas asienten con reconocimiento de una dicha que desconocen y anhelan. Me comparten su opinión de las ventajas del transporte público abundante en aquella zona, del remodelado paseo de la Sexta Avenida con su diversidad de comercios o de la resucitada vida cultural que devuelve al famoso «Centro» su prestigio de escenario de intelectuales. Yo recibo silente aquellas prédicas porque crecí en la derrota de mi barrio remoto. No me quejo.

Pero si la primera avenida y cuarta calle de la Zona 1 goza de prestigio revolucionario y reconocimiento en más de un libro de Historia de Guatemala (o en las estampas semanasanteras de Héctor Gaitán), para mí lo más valioso son los rincones donde se venden libros usados. Esos lugares donde el polvo es parte del ambiente; el polvo es lo que queda de los lectores que  fueron y dejaron sus suspiros pegados al papel de los libros que compramos rebajados y que no declaramos al pagar impuestos. El polvo de esos lugares llega desde lejos, así como sus visitantes nostálgicos que peinan las libreras para encontrar aquello que ya nadie lee y llevar consigo un par de ejemplares para que se dejen bautizar por el polvo.

A lo mejor por eso John Fante llamó a aquel majestuoso libro Pregúntale al polvo, para decirnos a los eternos aspirantes a escritores que hay que reconocerse en el polvo para escribir algo que valga la pena ser leído. Que a veces alucinar de hambre no es tan malo a la luz de un foco nocturno que nos deje ver cómo serpean volutas del polvo de todos y sepamos que hay que seguir escribiendo; que un polvo nos puede devolver a la vida en medio de estertores alucinantes, como le pasó a Arturo Bandini, el protagonista de, en mi opinión, la mejor novela de Fante. Porque polvo eres y en polvo te convertirás, repiten los religiosos, pero antes de volver al polvo, según Fante, hay que encontrar las respuestas en este.

Otra ventaja de vivir en la Zona 1 es la abundancia de quiromantes; hay de todo tipo. Algunos leen el asiento del café, las líneas de la mano, el humo del cigarrillo o interpretan las cartas del tarot. Pueda que yo ignore los beneficios económicos de la prestidigitación urbana, pero desde el libro de Fante aprendí a leer el polvo y no cobro por ello. Quizá no lo hago al prodigioso estilo del Bandini de Pregúntale al polvo, pero sé que la funda cenicienta que duerme sobre mis libros no es mía; está de paso contando historias. La más reciente es la de una pasta rústica con un número telefónico garabateado cuyo fin fue unir a dos que se llamaban de noche para contarse dónde soñaban vivir cuando crecieran.

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1 Respuesta a "Respuestas del polvo"

  1. ¡Qué bello artículo! Como siempre, Rubí, me estremeces y me reconfortas. Muchas gracias.

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