El cáncer del activismo


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalRecibí hace poco otro correo electrónico de Change.org. Esta vez alguien estaba recolectando firmas para que el presidente, los ministros y los diputados guatemaltecos no recibieran el Bono 14 y que la suma fuera donada a las familias damnificadas por la reciente erupción del volcán de Fuego. En Guatemala, este bono corresponde a un sueldo extraordinario que la ley obliga a las empresas y entidades públicas a pagar a todos sus empleados a mitad de año; en pocas palabras, se trata de una especie de aguinaldo en pleno julio.

Con el respeto y la admiración que me provocan este tipo de iniciativas, siento que con demasiada frecuencia pecan de ilusorias. Aquí debo detenerme y aceptar que, a pesar de que he firmado varias peticiones de esta naturaleza, desconozco cuál es la mecánica o qué sentido tiene recolectar cientos o miles de datos en este sitio web; en qué beneficia esto objetivamente a las distintas causas que promueven.

Incluso si firmaran los 14 o 16 millones de habitantes que hay en Guatemala (en realidad ahora mismo no sé cuántos son ya), dudo demasiado que haya alguna voluntad terrenal o divina capaz de quitarle a nuestros gobernantes uno de tantos beneficios que tienen más que inmerecidos pero legalmente garantizados. ¿Para qué sirve, entonces, firmar en Change.org o cualquier otro listado?

La primera vez que firmé en este sitio fue hace tres o cuatro años, con el firme propósito de invalidar el que sería el primero de muchos fraudes electorales que Nicolás Maduro llevaría a cabo en Venezuela. A partir de entonces he firmado todas las iniciativas habidas y por haber que buscan restablecer la democracia venezolana mientras que en Caracas y otras ciudades millones de venezolanos organizados se agrupaban y firmaban sobre un papel su rechazo total al régimen. Sin embargo, a pesar de contar con una de las oposiciones políticas más avasallantes de este siglo, Maduro, como si nada, hace poco se acaba de regalar otros seis o siete años de estadía en el palacio de Miraflores.

Tiempo después firmé para evitar que Daniel Ortega volviera a violar la Constitución al postularse por sexta o séptima vez a la presidencia en Nicaragua. Recuerdo que se «requerían» 2,500 firmas y la mía fue la no. 84 mil y pico. ¿Cuál fue el resultado? Ahí está todavía el dictador mandando a matar estudiantes a diestra y siniestra con cifras espeluznantes que sobrepasan la centena en menos de dos meses y empequeñecen las hazañas de las peores dictaduras militares latinoamericanas del siglo XX. Asimismo, volví a firmar en los primeros días del gobierno de Donald Trump para evitar que construyera el muro fronterizo entre México y Estados Unidos, y sin embargo, hace poco leí que va viento en popa con sus intenciones. Volví a hacerlo un par de veces más para provocar la renuncia de Jimmy Morales, la cabeza involucrada en el homicidio de 42 niñas a principios del año pasado y el más inepto y descarado presidente de Guatemala del que yo haya sido testigo hasta ahora; pero ahí sigue como si nada, recibiendo el mejor salario presidencial en América Latina, realizando viajes millonarios a Israel con comitivas dignas de un emperador, presupuestándose aros de diseñador de 3 mil dólares y una dieta alimenticia de 4 mil dólares al día. Por cierto, así como Morales, en Guatemala hay por lo menos 80 diputados y ministros que ostentan más o menos los mismos beneficios.

Firmé también para que Juan Orlando Hernández en Honduras no pasara a convertirse en otro dictador más, y a pesar del revuelo y la desaprobación que causó su reelección, ahí sigue y ―si los hondureños se duermen― va para largo. Por último, hace poco firmé para que se hiciera justicia ante la muerte de Claudia Gómez, mujer guatemalteca asesinada en la frontera entre México y Estados Unidos por un guardia fronterizo estadounidense. Este caso, a diferencia de los anteriores, es demasiado reciente, pero me arrancaría la mano con la que escribo estas palabras si la justicia estadounidense no absuelve de cargos al implicado.

Pero resulta que en Change.org también se firma por banalidades de la farándula. Recuerdo la recolecta de firmas para que el gobierno estadounidense deportara a Justin Bieber a Canadá por conducir ebrio, a alta velocidad y con más gramos de marihuana de los permitidos en su vehículo. Desde luego, no necesitan que les diga en qué terminó todo, pero pueden estar seguros de que si se hubiera tratado de cualquier residente latinoamericano o asiático común y corriente ―no digamos indocumentado―, la historia hubiese terminado en Fox News.

Como dije antes, más allá de llenar nuestro correo electrónico de spam, desconozco el mecanismo que organizaciones como Change.org utilizan para materializar todo lo que promueven con la recolección de firmas; tampoco sé cuántos «cambios» se han logrado hasta ahora con la utilización de este método, pues los ejemplos que enumeré aquí todos han sido fallidos. De lo que sí estoy seguro es que se requiere de mucho más que firmas digitales o en tinta para cambiar las distintas micro-realidades de nuestro mundo, pero sobre todo les puedo asegurar que a Donald Trump, Daniel Ortega, Justin Bieber, Juan Orlando Hernández, Jimmy Morales, Nicolás Maduro, el guardia fronterizo estadounidense que mató a Claudia Gómez, las mineras transnacionales, las organizaciones anti-aborto, los movimientos anti-semitas, las políticas anti-inmigrantes y tantos otros tienen en común una sola cosa: a todos les valen mierda nuestras miles de firmas en Change.org.

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