De cuando fui profesor de secundaria


Javier Payeras_ Perfil Casi literal_Creo que tenía 26 años cuando tuve mi primer empleo como profesor de secundaria. De lunes a viernes, impartía desde la clase de Idioma Español a los estudiantes de básicos, hasta Archivo y Seminario a las alumnas de Secretariado. Los sábados tenía asignado repetir todos mis cursos para los estudiantes del plan fin de semana. Lo tengo tan presente, usaba un uniforme café (de lo más deprimente del mundo) que consistía en un saco horrible y una corbata de poliéster. El dueño del establecimiento creía que de esa forma los maestros dábamos un toque «gerencial» a su negocio.

Ciertamente, se trataba de un negocio. Los padres, en su mayoría gente muy sencilla, terminaban pagando mensualidades bastante altas, tomando en cuenta la variedad de sobrecargos que adjuntaban en cada recibo. La calidad de la educación importaba poco, lo primordial era que los chicos salieran directo a encontrar un trabajo.

Para los maestros era un trabajo rutinario y mal pagado. Puedo decir que éramos dos o tres los que tomábamos muy en serio nuestra labor. Me sentía muy contento impartiendo literatura y filosofía a bachillerato. Ese montón de alumnos con que me enfrentaba cada mañana comenzaron a leer obras clásicas y contemporáneas conmigo, descubrieron a Dante, a Quevedo e incluso a James Joyce. Me importaba bien poco el programa oficial. Me importaba bien poco el miserable director del Liceo. Me importaba bien poco que el salario no me alcanzara para vivir. Sabía que ellos no olvidarían lo que habían aprendido y así fue. Al terminar el año, me dieron una tarjeta enorme que firmaron todos y que decía «Para el teacher, porque somos de la misma materia de los sueños», y la frase era de Shakespeare.

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1 Respuesta a "De cuando fui profesor de secundaria"

  1. La docencia es una profesión maravillosa…, si se ejerce desde el amor por el «otro», reconociéndolo no como un ser inferior por lo que no sabe, sino como alguien que nos superará en el futuro, por todo lo que podrá aprender. Para los que hemos tenido la suerte de pasar por las aulas con ese fuego en el corazón, es, con seguridad, la mejor experiencia de la vida.

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