La gente que salva al mundo


Lahura Emilia Vásquez Gaitán_ Perfil Casi literalSi pudiéramos viajar en el tiempo y entrevistar a las grandes y magníficas personas que han hecho del mundo un mejor sitio, nos encontraríamos con que todas tienen algo en común: siempre tuvieron en contra a la enorme mayoría de la época. Si la propuesta ―como era de esperarse― arrastraba errores, este era el caldo de cultivo para justificar las peores y más duras críticas. Siempre he creído que, en el fondo, no es el yerro lo que se reprende sino el atrevimiento, la osadía de atreverse a romper el patrón, la valía para desafiar lo establecido. Cuando nuestras equivocaciones atentan contra la estructura social validada se amplifican mucho más, pues aunque no se diga, los errores se castigan de acuerdo a la repulsión social que producen. La fórmula es simple: si la sociedad lo acepta se perdona fácil; si no lo acepta, se condenará terriblemente.

El cigarrillo y la marihuana entran en la definición de droga. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tabaco mata a más de 7 millones de personas anualmente de forma directa y en los fumadores pasivos esta estadística se acerca a los a 600 mil. Los efectos colaterales que producen a quienes quedamos vivos son prácticamente imposibles de cuantificar, pero no son halagadores. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) informó que, pese a que la marihuana es la droga ilegal más consumida en el mundo, desde el año 1997 no se ha reportado ninguna muerte a causa de su consumo. Las múltiples propiedades medicinales de la marihuana están ahí y, sin embargo, el cigarrillo tiene una validación social que le permite ser una práctica que nadie cuestiona ―al menos sin tanto prejuicio ni tabú― como sucede con el consumo de marihuana.

Otro claro ejemplo que pone de manifiesto el fuerte peso que imprime una validación social positiva está en el consumo de gaseosas. Dañarse el organismo bebiendo las famosas «aguas negras del imperio» ―entiéndase la soda de color oscuro más difundida en el mundo― es una decisión consciente por la cual pagamos y, encima de todo, está muy bien hacerlo. Las consecuencias nefastas que tiene para la salud debido a su concentración de azúcar y ácido fosfórico altamente corrosivo son incuestionables, sin embargo, la aprobación social es tan apabullante que no importa si su consumo está relacionado con una lista infinita de enfermedades. Para la especie más inteligente del planeta, tener una salud optima no es un criterio que tenga significado.

Peter Goetzche, ex director de Centro Cochrane en Copenhague, Dinamarca, indica que el uso indiscriminado de medicamentos es la tercera causa de muertes a nivel mundial después de los problemas cardíacos y el cáncer. Sin embargo, utilizar muchos medicamentos ―que incluyen prospectos que oficialmente comunican una larga lista de efectos colaterales en el corto, mediano y largo plazo― está muy bien visto socialmente. Ingeniárnoslas para hacer frente a recetas médicas infinitas que afectan nuestra economía y contaminan nuestro organismo se justifica perfectamente si lo disfrazamos de una falsa y distorsionada idea de «preocupación» en nombre de una vida saludable que, en la práctica y objetivamente, a casi nadie le importa.

Al final pareciera que no se trata de cuán dañino o beneficioso pueda ser algo sino del nivel de validación social que esto tiene, pues la sociedad nos enseña que, si queremos jugar en la vida, deberemos hacerlo dentro de su esquema y bajo sus reglas. Pretender hacerlo con nuestras propias jugadas y con nuestro propio reglamento nos puede pasar una factura muy cara.

En ciencia, nunca una nueva idea supuso la aprobación de la mayoría. Cada avance relevante en la historia del pensamiento científico significó un distanciamiento con el discurso normativo del momento. En el presente hacemos reconocimientos a héroes y heroínas a quienes debemos la gracia de un mundo mejor, pero en el pasado fueron los villanos de su propia historia, círculos que no se enmarcaron en la cuadrícula social establecida. Retaron al Estado de cosas y eso es algo que, desde aquel pasado hasta este presente, se paga caro. Desafiar el establishment es una acción insoportable e imperdonable porque le dice al ego humano que la verdad aún no está dicha y que no existen absolutos; implica aceptar y reconocer la falibilidad e insignificancia de las mayorías frente a la evidencia de una sola cabeza pensante; nos recuerda que la humanidad ha fallado una y otra vez, y que es un error intentar aferrarnos a doctrinas dado que en la vida lo único que realmente permanece es el cambio. Como especie nada nos asusta más que lo desconocido que se encierra en los nuevos caminos que habremos de emprender. Reconocernos en nuestra estupidez y pequeñez nunca fue fácil.

La próxima vez que se le ocurra hacer algo «anormal», celébrelo. La gente que salva al mundo y lo transforma en un mejor sitio tiene ese tipo de pensamiento. Recuerde que las más geniales mentes humanas siempre tuvieron que lidiar con la profunda incomprensión de las mayorías, con la crítica implacable, con las actitudes carniceras y destructivas de quienes les rodeaban. Cuando vea a una gran mayoría queriendo convencerle de que en usted germina el gen de la locura, siéntase dichoso. Cada genio humano se vio reconocido en ese sentimiento. Abrácelo. Quizá y lo que esté creciendo en usted sea la semilla del siguiente cambio que revolucione al mundo.

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