La pederastia y la fe


Mario Ramos_ Perfil Casi literalEs fácil hablar de perdón cuando es en tu favor, sin considerar el dolor y sufrimiento que se ha causado a otros. Solo en Pensilvania, Estados Unidos, durante un periodo de 70 años, alrededor de 1,000 niños fueron abusados sexualmente por 300 sacerdotes, quienes también persuadieron a sus víctimas a no denunciar tales abusos; esto sin contar los innumerables casos aislados, no solamente en Estados Unidos sino en el mundo entero.

Es inconcebible que existan personas que excusen o defiendan los abominables abusos de sacerdotes pedófilos dentro de la Iglesia Católica; más aún: que la misma institución religiosa que proclama el amor y la justicia como base fundamental de su discurso esconda o trate de justificar actos tan asquerosos sin tomar acción legal, lo cual los convierte en cómplices directos. En muchas ocasiones estos «hombres de Dios» solo han sido reubicados, otros han sido removidos o retirados de sus cargos, pero muy pocos han sido enjuiciados. ¿Acaso no es la Iglesia cómplice de estos abusos al no denunciarlos? ¿Por qué las autoridades permiten que se haga caso omiso a actos tan abominables?

Un aterrador informe presentado por un jurado en Pensilvania describe el caso de un sacerdote que violó a una niña en el hospital después de que le extirparan las amígdalas, además el de uno que ataba y azotaba a su víctima con correas de cuero y otro al que se le permitió permanecer en el ministerio después de haber embarazado a una joven y haberle practicado un aborto. Este informe apareció poco después de la renuncia del cardenal Theodore E. McCarrick, ex arzobispo de Washington, también acusado de abusar sexualmente de menores, así como de sacerdotes y seminaristas jóvenes.

Según el diario The New York Times, el gran jurado dijo que, aunque algunos sacerdotes acusados fueron destituidos del ministerio, los funcionarios de la iglesia que los protegían permanecieron en el cargo o incluso obtuvieron ascensos. Un obispo nombrado en el informe como aval de un sacerdote abusivo es el cardenal Donald Wuerl, quien ahora es el arzobispo de Washington. Aunque varios obispos, incluido el obispo David A. Zubik, de Pittsburgh, rechazaron que la Iglesia esté encubriendo los abusos, el jurado de Pensilvania determinó que los funcionarios religiosos siguieron un «libro de jugadas para ocultar la verdad», minimizando el abuso y utilizando conceptos como «contacto inapropiado» en lugar de «violación», o desinformando a la comunidad sobre las razones reales detrás de la separación de un sacerdote acusado. El Times agrega que el fiscal general, Josh Shapiro, cuya oficina inició la investigación, expresó que el encubrimiento por altos funcionarios de la Iglesia «se extendió en algunos casos hasta el Vaticano».

Por mucho tiempo fui un fiel creyente en Dios y seguidor de la Iglesia Católica, lo cual me llevó a trabajar por varios años con la Fundación Católica de mi país, a conocer una gran cantidad de sacerdotes, muchos de ellos hombres de fe y caridad y otros que con los años se vieron envueltos en actos y conductas ilícitas, abusos a menores y actos homosexuales forzados, inclusive dentro del seminario.

En mi paso por la religión llegué a conocer a dos papas: Juan Pablo II, en Roma, en el año 2000; y a Benedicto XVI, cinco años después, en Alemania, mientras realizaba un documental sobre la Jornada Mundial de la Juventud. Este último renunció después de verse envuelto en numerosos escándalos, incluidos los abusos sexuales a 547 niños del coro de Ratisbona, en Alemania, que era dirigido por monseñor Georg Ratzinger, su hermano. Esta cercanía con la institución religiosa y el hecho de conocer sus interioridades de fondo fue lo que, irónicamente, en lugar de acercarme, me alejo de ella.

Si bien es cierto que no todos los sacerdotes son pedófilos o pervertidos, también es cierto que, como dice la misma Biblia, «pagan justos por pecadores» y que la doble moral de la iglesia en muchos casos no tiene medida ya que las sentencias bíblicas en muchas ocasiones son aplicadas dependiendo a quién van dirigidas. Con los años dejé de ser parte de la Iglesia como organización porque sentí que si pertenecía a una institución que ocultaba tan terribles abusos me convertiría en miembro de esa pandilla. Ahora bien, solo para aclarar, esta decisión de alejarme nada tiene que ver con mi creencia o no en un Dios, el cual dudo que exista, pero ese es otro tema.

Aunque el papa Francisco fue contundente al decir que sentía «vergüenza y arrepentimiento» de que la Iglesia Católica no haya actuado ante las acusaciones de abuso sexual por parte de clérigos contra menores, también es cierto que él, como cabeza de la organización, es el encargado de desmantelar esa red de abuso y entregar a los sacerdotes pedófilos a las autoridades para que sean enjuiciados. Me cuesta pensar que el papa no esté al tanto de tanta corrupción, depravación y abuso que existe en la Iglesia. No es suficiente salir y decir «no mostramos ningún cuidado por los pequeños, los abandonamos»,  se necesita actuar y hacer justicia.

Tristemente en países pobres como los nuestros, donde la figura del sacerdote es endiosada por la feligresía, es muy común escuchar estas terribles historias de abusos sexuales a niños y niñas perpetuados por estos pervertidos que se esconden tras una sotana y que nunca llegan a ser denunciados, ya sea porque la misma Iglesia esconde sus fechorías o simplemente los traslada a otra región o país donde fácilmente puedan seguir abusando de menores. Asimismo, los abusados, quienes comúnmente son personas con poca educación y pocos recursos económicos, en raras ocasiones denuncian a sus agresores ya que también son víctimas del miedo, la vergüenza y, en muchos casos, del oportuno y despreciable temor a Dios que la misma religión les ha inculcado.

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