Profesiones sin #futuro


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal.jpgEn este valiente nuevo mundo me encuentro en la constante necesidad de explicarle a mis parientes mayores qué rayos hago en el trabajo. Casi ninguno de los puestos que he manejado existía hace una década y supongo que por eso les falta la dignidad que ostentan los doctores, arquitectos y abogados. Para empezar, estudié una de las carreras más desprestigiadas en el mercado: Comunicación y Letras. Y a partir de eso he tenido una variedad de empleos que rivalizan los de Homero Simpson.

Mentiría si dijera que siempre he amado mi carrera. Académicamente, tengo argumentos muy específicos sobre la calidad de su pensum, derivados de una cadena de bochornos con estudiantes de otras universidades. Cuestiono también su variedad en personal docente y la seriedad con que cada curso fue impartido. Pero al fin y al cabo, la universidad solo provee una cartulina con firmas elegantes. Ningún reclutador profesional está realmente preocupado por tu nota final de Estadística II o Teoría de la crítica I. Sus preguntas son más bien prácticas y nada tienen que ver con los sueños o ideales que uno tuvo en la adolescencia.

En esta época, los humanistas dependemos de nuestra capacidad de transformación en un mercado que cada vez es más quisquilloso en su idea de relevancia. Me tomó varios años entender que nuestro ejercicio profesional tiene más que ver con la capacidad de vender nuestras experiencias y conocimientos que con la erudición en sí, y por eso después de un tiempo dejé de preocuparme por leer a todos los ganadores del Nobel o por defender mi interpretación de Finnegan’s Wake. Probablemente estoy describiendo mi proceso científico hacia el invento del agua azucarada, pero la verdadera sensibilidad humanista debería enfocarse hacia las necesidades y preocupaciones de su época, por banales que parezcan. Y claro, es un poco fuerte pensar que no tenemos un sucesor claro del Boom latinoamericano, pero sí más del boom de este perreo intenso. Tenemos memes de dinosaurios y evidencia audiovisual de Kanye West en la Casa Blanca. Nos corresponde entender y adaptarnos.

Una de las características más insoportables de los intelectuales literarios es la necedad de recluirse en su conocimiento del canon académico. Quitando que la mayoría de cánones glorifican a una serie de hombres blancos, heterosexuales y pastosos, es casi imposible que un literato pueda extenderte una opinión informada sobre una novela gráfica, un feed tuitero o un guion televisivo, tres medios que defenderé hasta mi último día como la evolución natural de la literatura contemporánea. Esa es la clase de gente que quiere golpearme cuando le recuerdo que Kendrick Lamarr tiene un Pulitzer. Esa es la clase de gente que nunca se ha puesto a pensar que sus destrezas de interpretación, análisis y síntesis en realidad representan una ventaja que pueden aplicar en otras disciplinas.

Hace un par de años estaba entrevistándome para un puesto de publicidad digital. El gerente de la empresa me evaluó sobre mi conocimiento y competencia para medir gráficas de ROI, redactar con SEO y programar anuncios pautados. A pesar de que los otros candidatos sí tenían licenciaturas en mercadeo, me dio el trabajo basado en mis resultados del examen. Con un poco de suspicacia me preguntó cómo rayos había llegado desde el estudio literario y una experiencia en periodismo hacia algo tan mundano como el mercadeo. Le respondí que mientras no pueda comerse mis libros con salsa de tomate, mi gremio se está preparando para su extinción.

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