Nos gobiernan y nos matan


Linda María Ordóñez_ Perfil Casi literalLa niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,
no la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido niños.
El horror asumió su papel de padre frío.
Conocemos su fuerza con lentitud de asfixia.
Conocemos su rostro línea por línea,
gesto por gesto, cólera por cólera.
Y aunque desde las colinas
admiramos el mar tendido en la maleza,
adolescente el blanco oleaje, nuestra niñez
nuestra niñez se destrozó en la trampa
que prepararon nuestros mayores.
Hace ya muchos años la alegría
se quebró el pie derecho y un hombro,
y posiblemente ya no se levante, la pobre.

Roberto Sosa

El año 1981 representa para Honduras el inicio de una década oscura, llena de incertidumbre, sangre, muerte y dolor para muchas familias en particular y para la sociedad hondureña en general. La desaparición forzada se convirtió en una política de Estado que se enmarcaba en un supuesto sistema de seguridad nacional.

Nací el 14 de abril de 1984, justo un mes después de la detención y secuestro del sindicalista Gustavo Morales, a quien mis padres conocían y apreciaban. Crecí escuchando entre susurros las conversaciones que, con mucho temor, entablaban mis padres y sus amistades más cercanas en las esquinas de mi cuadra. En contraste, la televisión nacional se encargaba de trasmitir anuncios en los que se fomentaba el temor y el desprestigio a las guerrillas organizadas en El Salvador y Nicaragua. Aún tengo presente escenas del anuncio en las que se mostraba a un niño llorando y corriendo a la habitación de sus padres para decirles que la guerrilla se llevaba secuestrada a su hermanita. Yo temía porque un día me sucediera a mí, pero mi temor era aplacado cuando, al finalizar el corto, aparecía un rótulo donde decía que el gobierno de mi país trabajaba para que estos hechos no sucedieran en nuestro territorio.

Me acuerdo del día en que mi padre llegó a casa con un libro del escritor Longino Becerra que se titulaba Cuando las tarántulas atacan, yo apenas tenía ocho años y me uní a la clandestinidad que aún imperaba en el ambiente: sin permiso de mi padre tomé el libro que con mucho cuidado mi madre había guardado en su librero. Ese día conocí la historia de Eduardo Becerra Lanza y ese día abrí la puerta que me permitió conocer la verdad y me colocó en la parte correcta de la historia.

Cuando las tarantulas atacan es una novela testimonial, política y social que narra los hechos sucedidos en la década de 1980: la persecución a las organizaciones sociales y a las luchas estudiantiles que se enfrentaban a un sistema neoliberal que promovía cambios negativos en la economía y geopolítica de Honduras. En la contraportada del libro podemos leer la voz narradora de Gertudris Lanza que nos dice: «A mi hijo mayor, José Eduardo Becerra Lanza, lo secuestró el Escuadrón de la Muerte 3-16 el 1 de agosto de 1982. Fue torturado durante 28 días. Después de ese lapso se le asesinó a balazos y su cadáver fue puesto en un hoyo con cal. Luego, a consecuencia de la deserción del individuo que lo ejecutó ―un “contra” nicaragüense de seudónimo Miguel―, fue exhumado y aparentemente mantenido en un horno con un gancho de carnicero en la boca. Por último, y sin duda alguna para impedir mis denuncias como madre, se le arrojó en un basurero próximo a la colonia 21 de octubre, en Tegucigalpa, después de quebrarle los dientes a martillazos, vaciarle los ojos, extraerle las vísceras y pintarle el cabello. Yo examiné su cuerpo en la morgue del Cementerio General y reconocí todos sus rasgos físicos excepto las manos, las que tenía un poco más pequeñas. Mi hijo era Secretario General de la FEUH y, por su vocación al estudio, toda una esperanza para la Patria y la familia».

Este desgarrador testimonio es la cruda realidad del dolor que experimentaron decenas de familias hondureñas. El escuadrón 3-16 se convirtió en la institución encargada de apagar las voces de quienes anhelaban una sociedad más justa. Nombres como los de Gustavo Álvarez Martínez y Billy Joya Améndola, entre otros, se convirtieron en sinónimo de terror, tortura y muerte.

Han pasado 26 años desde mi hallazgo en el librero de mis padres y con mucho dolor e indignación puedo afirmar que el panorama en Honduras no ha cambiado. Los escuadrones de la muerte continúan vigentes, siempre clandestinos y, posiblemente, bajo la dirección de los mismos nombres de la muerte, también continúan la tortura y el terror de la década de 1980. Ya se ha convertido en costumbre escuchar y leer a diario noticias sobre jóvenes que son asesinados. Pareciera que la limpieza social ha seguido su curso.

Entre los años 2010 y 2016 se han asesinado aproximadamente a 21,000 estudiantes en Honduras, muchos de ellos dirigentes estudiantiles y miembros activos de organizaciones en pro de los derechos humanos. Sus cadáveres presentan evidentes señales de tortura y se observa el mismo patrón que en los ochentas: asfixia por estrangulamiento, armas de fuego, heridas con instrumentos cortopunzantes, manos atadas, cadáveres dentro de sacos y bolsas plásticas. Según el Observatorio de la Violencia de la Universidad Autónoma de Honduras, hasta el primer trimestre del 2017 se habían cometido seis muertes diarias en promedio, sumando unas tres mil muertes por año.

El pasado 31 de agosto trascendió un video en el que se observa cómo dos jóvenes son sacados de una vivienda por personas que portaban uniformes de la Agencia Técnica de Investigación Criminal. Posteriormente fueron ingresados a un carro sin placas de identificación. Los muchachos eran estudiantes que habían participado en protestas contra el gobierno para pedir la reducción del precio del pasaje del autobús. Sus cuerpos fueron encontrados sin vida en un sector de Tegucigalpa llamado La Montañita. Fueron identificados con los nombres de Gerson Daniel Meza y Mario Enrique Suárez. En Ambos cuerpos se encontraron señales de tortura.

Cada día incrementa el número de muertes de estudiantes y, sin realizar profundas investigaciones, escuchamos cómo policía, los cuerpos de investigación y muchos medios de comunicación responsabilizan a las maras y pandillas.

Escribo estas palabras desde la rabia, la indignación y el dolor de ser espectadora de un macabro espectáculo orquestado por los mismos que hace 37 años sembraron el terror en nuestro país. Los veo optando a cargos de elección popular desde las planillas del partido de oficialista. Los veo dentro de las instituciones del Estado dando directrices. Los veo asesinando a nuestros muchachos, a nuestros estudiantes, tal como lo hicieron en aquella época perdida con Eduardo Becerra, con Roger Gonzáles, con Reinaldo Díaz, con Roberto Fino y otros nombres que aún resuenan en nuestras mentes.

No sé si la justicia alcanzará a los responsables de estos crímenes, mientras tanto, insisto en no olvidarlos porque sus hechos y sus daños son tan graves que no prescriben.

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1 Respuesta a "Nos gobiernan y nos matan"

  1. Ritza Calero dice:

    Esta muy bueno tu escrito, es duro pero ez la unica forma de expresar la rabia que sentimos ante tanta impunidad

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