Hilda: ruda y cursi


Ricardo Corea_ Perfil Casi literalAdemás de estar viviendo un grandioso momento de las series (la «época de oro», dirán algunos cursis), somos testigos de otro fenómeno igual de relevante: el auge de las series animadas.

Shows como Big Mouth o BoJack Horseman han puesto un estándar bastante alto en esta materia. Mientras que la primera aborda el tema de la adolescencia con una desfachatez inédita y necesaria, BoJack nos ha sumergido en un abismo profundo de ansiedad y desesperación, causa y efecto del vacío insondable de la adultez.

Pero las series animadas también pueden bajarle la intensidad a los temas densos —y hasta filosóficos— y dedicarse a temas mucho más cercanos, cuasi infantiles, sin por ello comprometer la calidad de las historias que, al final del día, son lo más importante. Esto sucede con Hilda, una producción original de Netflix basada en el cómic homónimo de Luke Pearson.

Para no hablar en el aire, una sinopsis rápida: Hilda es una niña que ha vivido toda su vida en medio de la naturaleza salvaje junto a Johana (su madre) y Twig (su mascota zorro-ciervo). Por motivos de fuerza superior, Hilda y su madre deben mudarse a la ciudad de Trolberg y, en medio de todo esto, la niña se enfrenta con criaturas de todo tipo, propias del mundo de la fantasía.

Hilda y la importancia de experimentar el mundo

En su más reciente libro, 21 lecciones para el siglo XXI, Yuval Noah Harari nos recuerda el precio que estamos pagando por la hiperconexión: nos estamos desprendiendo de las experiencias directas, cada vez vivimos menos offline: «Los humanos tienen cuerpo. Durante el último siglo, la tecnología ha estado distanciándonos de nuestro cuerpo. Hemos ido perdiendo nuestra capacidad de prestar atención a lo que olemos y saboreamos. En lugar de ello, nos absorben nuestros teléfonos inteligentes y ordenadores. Estamos más interesados en lo que ocurre en el ciberespacio que en lo que está pasando en la calle».

Y no se trata de hacer una crítica fatal a las nuevas tecnologías, ni de satanizar nuestras realidades del siglo XXI, pero sí de poner el énfasis donde se debe: estamos perdiendo la capacidad de ver lo que está pasando en la calle. Ahí es donde entra perfectamente una historia como la de Hilda: una aventurera, ruda y cursi, siempre dispuesta a experimentar en carne propia el aire fresco, la naturaleza y cualquier monstruo vívido que esto conlleve. Nos recuerda la importancia de vivir, de no perder el contacto directo con lo que nos rodea.

Hilda no solo cumple con todos los requisitos para ser una cazadora-recolectora —una chica scout—, sino que además es propensa a las salidas pacíficas: lo mismo escoge el osado camino del diálogo cuando discute con sus amigos que cuando enfrenta algún troll.

Las series, sobre todo las animadas, no siempre deben sumergirnos en un estado catatónico de reflexión; a veces deben recordarnos verdades obvias y precisas: es necesario que las tecnologías no nos desconecten nunca del mundo real, caótico pero maravilloso en el que vivimos. Ese es el valioso mensaje de Hilda.

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