Yolanda, o la reina de belleza (II)


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalComo venía diciendo en mi último artículo, me impacta el afán cansino con el que aun hoy la belleza física de Yolanda Oreamuno inmoviliza la construcción critica de su obra. Tengo un dato histórico que no me puedo reservar y se los contaré, rompiendo el hilo de está columna. Me inunda un cariño especial por Yolanda porque yo también lo soy y porque además compitió en un concurso de belleza con mi abuela, una mujer que para aquel entonces ni sospechaba que tendría una nieta que escribiría estas líneas.

Yolanda Oreamuno y Melba Jiménez compitieron en Miss Costa Rica de 1933 y curiosamente las dos escribían —acaso sin sospecharlo la una de la otra—; pero el camino las llevaría a dibujar historias distintas. Mi abuela se casaría y viviría confinada al hogar, con todas sus alegrías y sus miserias; mientras que Yolanda viviría confinada a su oficio, también con todas sus alegrías y sus miserias. Las dos mujeres que intelectualmente más he admirado coincidieron en 1933 en un concurso de belleza. No puedo pensar en sus atributos físicos, solo puedo homenajearlas por la lucha que las cobijó en su pulsión atávica. Imagino sus conexiones neuronales, sus movimientos bioquímicos.

Las imagino sentadas en una banca de madera, en un prado, en medio del caos actual hablando sobre el azar y la ruleta de la suerte.

Una de ellas (mi abuela), dedicada a parir seis hijos, escuchándolos llorar, multiplicando las manos y los dedos para atenderlos y cuidarlos, buscando minutos libres, espacios cerrados para su escritura, con los labios rojos como siempre, fumándose un cigarro y tomándose su consabida cerveza caliente, soñando con las letras, con los libros, con las editoriales, con las cosas con que se sueña de vez en cuando en ese universo paralelo donde queremos ser algo más que madres de nuestros hijos.

Y por otro lado Yolanda, soñado con poder estar junto a su hijo, luchando con su propia realidad, con sus circunstancias, pensando quizá en la ruleta del infortunio. Pero es un juego de ficcionalización y creo firmemente que cada una vivió y entregó el corazón.

Quisiera ver, leer y escuchar muchos más trabajos académicos, ensayos u opiniones que simbolicen una cirugía a libro abierto donde no se escape nada. Cada pensamiento de Yolanda, cada letra de su producción textual configura un nuevo horizonte de signos.

Muchos siguen afanados buscando su obra perdida. ¿No les basta con lo que hay? ¿Han decodificado la obra de Yolanda? ¿Han estudiado su obra a cabalidad sin tener que darles prioridad a las lindas fotografías con matices y claroscuros? Yolanda no es un mito, tampoco el personaje de una novela de Sergio Ramírez. Es una mujer que se adelantó a su época y que sigue corriendo en el tiempo historiográfico. Estudiarla es entenderla y entenderla es respetarla. Así alguna vez una biógrafa lo dijo: «Pasé mucho tiempo estudiando lo que otros decían sobre Simone de Beauvoir pero olvidé estudiar lo que ella había dicho sobre sí misma en sus libros».

Finalmente, la última intromisión. La ruleta de la fortuna. Decidí participar en un grupo cerrado de storytelling, quería contar por qué me había hecho escritora. Diez minutos para hablar sobre una breve historia. Veo a tres mujeres observándome, alguna de ellas contaría una historia, o acaso, las tres. Supuse que eran abuela, madre e hija, sus rasgos las convertían en familia. Me observaban mientras yo las observaba.

La que contaría su historia sería la abuela, su visión del mundo después de un cáncer de piel, la lucha con el hospital, los injertos de piel, pero la victoria que otorga el tiempo y la visualización de un instante de inmensa alegría.

Por mi parte hablé de mi padre, de su muerte, de mi duelo, de la necesidad de escribir sobre él para que mi hijo no lo olvidara y finalmente mi lucha entre ser como Yolanda o como mi propia abuela o una mezcla de las dos. Y entonces entendí —después de verme arder como consecuencia de mi propio ego— que mi gran hazaña sería que mi hijo, después de mi ausencia, dijera: «Mi mamá contaba historias, pero también vivió una historia conmigo».

Es difícil hacerlo todo bien, o medianamente bien, pero estoy segura de que Yolanda amó a su hijo como yo amo al mío y vivió para él, aun cuando los separara una distancia física.

Las mujeres que me observaban mientras contaba mi historia en el grupo de storytelling, ¿quiénes eran? La nieta de Yolanda Oreamuno, su bisnieta y su nuera.

Costa Rica es un país pequeño donde todo puede pasar: desde coincidir con Yolanda Oreamuno en un concurso de belleza hasta encontrase a su descendencia en un grupo de Storytelling.

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