El problema de profesionalizar el arte (II)


LeoHace dos semanas planteé el problema de la profesionalización —casi regalada— que se les otorgó a los artistas que aplicaran al programa PLART en Guatemala; ahora quiero abordar otro de los grandes problemas sin resolver de las carreras de arte a nivel superior: su formación y su enfoque.

Veamos primero el problema de su formación. Es común oír quejas de los estudiantes, en especial de las áreas de teatro, de que los catedráticos son deficientes y que no están capacitados para los cursos que imparten. Estos comentarios son una consecuencia lógica del proceso de selección que ya mencioné antes, el mejor barómetro para demostrar que no hay docentes lo suficientemente capacitados y que a las autoridades de la Escuela Superior de Arte poco o nada les importa darle continuidad a la capacitación de sus docentes.

Me atrevería a afirmar en el área de teatro, que es la que más conozco, que un artista notable no necesariamente es un maestro capaz, pues la Pedagogía es una disciplina que tiene sus propios principios y no se puede perder de vista que muchos docentes son artistas con formación empírica, asistemática o con mediana formación académica. Aunque un taller por acá o un congreso por allá puede enriquecer el bagaje cultural de un profesional de las artes, definitivamente no sienta las bases de un aprendizaje sistemático y consistente. Es que, definitivamente, al menos en Guatemala no existe un maestro que tenga el perfil de un profesor que ha llevado un proceso sistemático, y con eso no estoy poniendo en duda la capacidad de los profesores. Muchos docentes enseñan a partir de su propia experiencia, mucha de la cual se ha forjado más a partir de su intuición —que no siempre es acertada— que de un cuerpo de conocimientos sistematizados que dé una visión totalitaria de su proceso. Ser un docente completo implica algo más allá que la intuición o el don de gentes. Un docente debe estar preparado y la preparación significa que domina un sistema de conocimientos y que es capaz de transmitirlos. Pero todavía más, un sistema de conocimientos no es algo que se aprende de la noche a la mañana o que se adquiere en un taller o un encuentro.

Ante esta disyuntiva, las autoridades tienen tres caminos a seguir: el primero, invitar maestros extranjeros a que estén por temporadas largas en el país —lo cual, obviamente, saldría demasiado costoso— mientras manda a descansar a sus docentes o los incorpora al proceso de capacitación; el segundo, iniciar un plan de capacitación de sus docentes a través de intercambios y propiciando proyectos en los que se logre hacer una aplicación de los conceptos aprendidos; y tercero, seguir así, sin invertir en el recurso humano, hasta que la escuela muera en su aletargamiento. Por supuesto que esta última opción, aunque es la más económica, a largo plazo termina siendo letal.

El aspecto del enfoque está íntimamente ligado al de la formación. Contando con los actuales docentes, no es de extrañar que algunos estudiantes que hayan estudiado en las escuelas nacionales de arte tengan la sensación de que están repitiendo la escuela. Y no lo digo en tono despectivo o porque crea que los docentes no tienen la capacidad de subir el nivel de dificultad, sino por algo que tiene toda lógica, pues resulta que algunos de los docentes de la Escuela Superior de Arte fueron anteriormente docentes de las escuelas de arte o son discípulos de docentes que han estado en estas instituciones. De igual manera, hay muchos estudiantes que anteriormente pasaron por alguna de las escuelas de arte, por lo que para ellos es inevitable la sensación de estar aprendiendo lo que ya sabían.

No tiene sentido enseñar en la universidad lo que ya se aprende en las escuelas de arte u otras instituciones ya existentes a menos que haya una diferencia cualitativa sustancial. Estudiar la profesionalización en alguna disciplina artística a nivel de licenciatura debería implicar que los aspirantes conozcan ya el oficio en el arte al que se dedican; y si no lo conocen, debería condicionarse en los primeros años a través de una formación técnica, como se hace con las carreras intermedias en otras unidades académicas; pero pretender que la mayor aspiración de una licenciatura o un posgrado sea la perfección técnica es un alcance demasiado corto. Esto sería como pedirle a un auditor o a un economista que al terminar la licenciatura sea capaz de llevar registros contables con impecabilidad, cuando en realidad eso se puede esperar de un contador.

Una carrera universitaria que aspira al perfeccionamiento técnico como meta última al final de una licenciatura podría llegar a crear, en condiciones ideales, a técnicos y especialistas que operarán con mucho éxito dentro del campo laboral; sin embargo, el perfeccionamiento técnico, aunque útil, representará siempre un alcance muy pobre, principalmente cuando se trata de carreras humanísticas y sociales. Un país como Guatemala, que está tan necesitado de cabezas, precisa más que nunca de profesionales que piensen críticamente y no de brillantes ejecutantes. Como ya dije antes, profesionales que sean capaces de ocupar cargos estratégicos dentro de las instituciones, para que a partir de esas plataformas puedan hacer aportes significativos al desarrollo de las artes y en beneficio de los diferentes sectores que conforman la sociedad.

Por lo tanto, una licenciatura en arte debería implicar un enfoque más investigativo y propositivo, porque mientras esto no ocurra, los productos artísticos seguirán siendo objetos decorativos innecesarios para satisfacer los caprichos de élites burguesas o no pasarán de ser meros artículos al servicio del entretenimiento.

El desarrollo de las artes en Guatemala todavía es un reto que está esperando ser superado. Poco o nada se adelanta teniendo una unidad académica universitaria que no se haga un planteamiento serio del tipo de profesionales que forma. De hecho, los dimes y diretes están haciendo demasiado bulla ya como para que pasen inadvertidos. No quiero echar ningún tipo de mal augurio, pero si la Universidad de San Carlos no es capaz de poner orden a la situación actual y hace un replanteamiento urgente del sentido de la profesión, lo más probable es que esta unidad académica esté condenada a morirse, ya sea porque termine cerrando sus puertas o porque se convierta en otro muerto viviente de los tantos que abundan en este país.

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