La vida de cristal de Sylvia Plath


Habría mucho que decir y que pensar, lo primero sería su muerte ocurrida por voluntad propia unas semanas después de que descubriera una nueva infidelidad de Ted Hughes, su esposo y gran amor, con Assia Wevill; y supo que esta podría ser la mujer que definitivamente se lo quitaría para siempre.

Sin embargo, pienso que esa fue la última de las excusas que tuvo para terminar su días: «Ted fue probablemente el último de los demonios que se proclamaron desde que tenía 9 años y nuestro padre, quien a todas luces se dejó morir tras negarse a tomar tratamiento contra la diabetes por la que sufrió la amputación de un brazo, o una pierna, y una fulminante embolia pulmonar, una forma de suicidio», recuerda Warren Plath.

La muerte es en ocasiones la amante más fiel, y por eso, según yo, los genios tienden a acabar con sus vidas, porque dos de la misma cosa raramente se toleran entre sí. Este el caso de Sylvia Plath, eminentemente conocida como poeta, también fue autora de obras en prosa dentro de las que destacan La campana de cristal, su única novela semiautobiográfica escrita bajo el alias de Victoria Lucas, quien era bipolar, enfermedad que probablemente les heredó a sus hijos, y por lo que hoy hace diez años se suicidaría el menor de ellos, Nicholas.

Nacida en Jamaica Plain, Boston, el 27 de octubre de 1932, fue la autora de obras en prosa, relatos y ensayos, y junto con Anne Sexton, fue también reconocida como cultivadora del género de la poesía confesional iniciada por Robert Lowell y W. D. Snodgrass. Ha quedado claro en estos años que la bipolaridad que padecía, probablemente la misma del actor Robin Williams, la hizo poner fin a sus días, y que en realidad ella era superior a Ted Hughes.

En su primer año en la universidad en el Smith College llevó a cabo el primero de sus intentos de suicidio. Luego, al obtener una beca Fullbright (que permite estudiar o colaborar en universidades extranjeras) fue a la Universidad de Cambridge, donde conoció al poeta inglés Ted Hughes, con quien se casaría en junio del 1956. Viviendo en Estados Unidos, a los dos años de casados descubrió a su apuesto marido en el campus entusiasmado con una estudiante, y su frágil mundo se vino abajo. Al enterarse de que Plath estaba embarazada, volvieron al Reino Unido. Muchos han dicho que no podía con el peso muerto, la fama y el glamur de su esposo, pero pienso que ella fue quien lo formó en gran medida y la que desarrolló su estilo y su técnica desde el primero hasta el último día de su vida; de no ser así, ¿por qué nadie lo recuerda a él como a ella?

Su vida con Hughes fue siempre de tormento e inestabilidad, regida siempre bajo el designio de la madre: una mujer demasiado manipuladora y controladora que se convertiría en el mayor demonio de su hija por legarle la incapacidad de abandonar un matrimonio como el que tenía con Hughes, por el simple temor de convertirse en alguien como ella, su madre, quien siempre le dijo que el lugar de una esposa era no sacrificarse por su propia carrera profesional, sino por la del marido, como ella lo había hecho, y comportarse siempre con la máxima de las rectitudes y decoro personal en el lugar que fuera, pues las lágrimas no sirven de nada.

La tarde en que descubrió el libro que Assia Wevill le regaló a su esposo, después de que ella quemara los anteriores, supo que era tiempo: volvió a Londres con sus hijos, Frieda y Nicholas. Alquiló un piso donde había vivido W. B. Yeats y el 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas.

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