#MeToo. De la caminata final hasta la última cena


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literal1

En Costa Rica el elemento punitivo delimita el castigo partiendo de la represión y no de la prevención como método de injusticia social. Hombres y mujeres destruidos por dentro son víctimas y victimarios. En países como Estados Unidos, la lógica jurídica anglosajona que operó hasta la década de 1930 permitía la ejecución de los condenados a muerte de forma pública. El proceso fue suspendido por la violencia posterior que desataba, y sobre todo, por el espíritu carnavalesco que fomentaba.

Me propuse investigar sobre las últimas horas de un condenado a muerte y las últimas horas de un condenado moral: la sentencia que se dicta, la firma que ordena la ejecución y, por consecuencia lógica, el lugar, el modo y la forma de llevar acabo el castigo. En Estados Unidos, algunos de los Estados que aún utilizan la pena de muerte dentro de sus legislaciones permiten que el preso elija cómo quiere ser ejecutado. Tienen sus propios protocolos para las ejecuciones.

La nueva forma de ejecución en las redes sociales se lleva a cabo de forma pública. Es un proceso descontrolado que posteriormente desata violencia y donde cada víctima revive a su propio victimario al generar mucha ira, pero sobre todo, una conmoción colectiva. Gente que tiene tiempo de ocio suficiente para seguir el hilo de los conflictos, gente que gana dinero con la forma de ejecución del condenado y gente que verdaderamente utiliza la ventana mediática, o bien las plataformas sociales, para denunciar ciertos delitos. Esta forma de ejecución moral reproduce el espíritu carnavalesco, se resquebraja el discurso oficial y el espacio marginal se convierte en el circo de acusaciones, perdiendo la noción de debido proceso. Una conversación en redes sociales entre dos individuos está disponible al alcance de miles y miles de usuarios.

Me propuse investigar las últimas horas de un condenado moral, la sentencia que se dicta, la firma que ordena la ejecución y, por consecuencia lógica, el lugar, el modo y la forma. Cada gremio tiene su propio protocolo de ejecuciones. En el mundo cibernético no se permite que el usuario elija cómo quiere ser ejecutado.

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La mayoría de los condenados elije «el ahorcamiento», otros prefieren la silla eléctrica, el fusilamiento, o bien, la inyección letal, que es un método que utilizan 34 Estados en Estados Unidos. Cuando la elección del «modo» surte efecto práctico, el corredor de la muerte es el escenario por donde pasará el condenado moral hasta llegar a la cámara de ejecución. El camino que desplaza al condenado al área de ejecución tiene una duración de aproximadamente 72 kilómetros. La persona es acompaña por varios funcionarios, además de un convoy de tres vehículos. Existe la «escuela de verdugos», funcionarios que son instruidos en el Estado de Texas. Es allí donde se dan la mayoría de las ejecuciones. En algunos Estados, la primera persona que ve el reo es un símbolo de piedad en los últimos pasos, un representante religioso que tiene una función de prepararlo espiritualmente. El individuo puede escuchar música, escribir una carta o hacer una llamada.

La mayoría de los condenados morales elije la silla eléctrica, que es generalmente la silla donde están sentados observando las redes sociales y los bombazos noticiosos. El corredor de la muerte para la ejecución de los condenados morales dura aproximadamente algunos segundos de envío. Lo peor que podría pasar es que se caiga el internet, y en Costa Rica, a diferencia de Estados Unidos, sería predecible semejante torpeza en el universo de las telecomunicaciones. Al reo lo acompañan cientos de computadoras dispuestas a lanzar información, detrás de esas computadoras están tres tipos de participantes: los testigos, los verdugos y las verdaderas víctimas. No es necesaria la «escuela de verdugos», los civiles están instruidos para insultar, calumniar, acusar, despotricar y pedir toda clase de métodos de tortura «extra» para el condenado. En algunos gremios, la primera persona que ve al condenado moral es un representante del grupo de verdugos, una persona que tiene la función de avisarle al que será destruido moralmente que se prepare. Es un acto de amor propio por parte del verdugo, este puede ser o no periodista o hasta un ex jefe herido. El individuo, desde la comodidad de su casa, puede escuchar música, escribir una carta o mandar un mensaje de WhatsApp.

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El verdugo tiene una función importante, su identidad no es revelada. Su misión es velar porque los acontecimientos se den de manera correcta. Activa los químicos usados en la cámara de gas cuando así lo elije el condenado. La función del testigo —por otro lado— es confirmar la legitimidad de los actos, la verosimilitud de la ficción. Hay personas que se ofrecen, civiles sin relación con el crimen. El condenado y las víctimas pueden elegir testigos, también representantes de los medios de prensa (no todo el mundo tiene la oportunidad de ver morir a alguien). La caminata final para la ejecución de los condenados no pasa de cuatro metros, pero se vuelve larga. La relatividad del tiempo en un escenario trágico. La camilla es el lugar donde morirá el sujeto. Hay un equipo de amarre cuya función es manejar las correas para atar al individuo. En 30 segundos se amarran y ajustan correas.

El verdugo cibernético no siempre revela su identidad. Su misión —sea este periodista, enemigo, jefe o civil sin arte ni parte— es vigilar que la información corra por las redes sociales y bien pueda viralizarse. Activa los químicos en la cámara de gas. La función del resto de los cibernautas, en su rol de testigos, consiste en ofrecerse a escribir comentarios y a dar sus criterios de índole moral. No son las víctimas ni los afectados directos, simplemente son llamados por la histeria colectiva y por la necesidad de participar en la vorágine (no todo el mundo tiene la oportunidad de ver morir a un condenado moral). Por ejemplo, la gente que no tiene acceso a internet 24/7 no tendrá acceso a toda la artillería de comentarios y «me gusta»’s. La caminata oscila entre 1 y 2 gigabytes. Se forman tres grupos: verdugos, espectadores y víctimas. Se amarran y se ajustan las correas.

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A la usanza anglosajona, las drogas letales no se inyectan hasta que el condenado no diga sus últimas palabras. Los testigos son escogidos, algunos por el condenado y otros por las víctimas. Se colocan en cuartos separados. Dos grupos de individuos que están presenciando la caminata final. Recordemos que para la mayoría de estos reos, antes de la ejecución han pasado por lo menos quince años de un debido proceso y en los cuales el condenado ha tenido tiempo para respirar y acceder al sistema de justicia. En el cuarto de ejecución hay dos líneas telefónicas: una del gobernador y otra del fiscal general. Una sola llamada y todo se interrumpe. Las suspensiones devuelven a los reos al corredor de la muerte, pero esta vez, para ser devueltos a la cárcel, algunos logran el sobreseimiento definitivo y con esto la luz.

A la usanza tica, las drogas letales se inyectan antes de que el condenado diga sus últimas palabras. Los testigos y los verdugos no se colocan en cuartos separados, todos participan de las publicaciones. Reina el silencio y el ruido. ¿Paradoja? Recordemos que antes de los procesos de ejecución han pasado muchos años, que cae una pieza del engranaje y continúan otras en sus posiciones de poder. Recordemos que los verdugos y los testigos utilizan las nuevas formas de denuncia social para hacer también su agosto, no son víctimas ni afectados directos, utilizan el río revuelto para ganancia de sus bolsillos de pescadores. Recordemos que cuando los individuos están en posiciones de poder pueden utilizar el mecanismo de las dos líneas telefónicas. Con una llamada todo se interrumpe. La suspensiones devuelven a los reos al corredor de la muerte, algunas veces incluso les devuelven la luz.

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El día de la ejecución, aún en los últimos minutos, los abogados del condenado a muerte presentan mociones y recursos directos al quinto circuito, llegando hasta la Corte Suprema de Justicia. Un hombre en Estados Unidos resultó sobreseído del delito que se le imputaba, vivió la experiencia de la última caminata y de la última cena, estuvo en la cámara de gas. El último ser humano que vio antes de ser trasladado le preguntó cuál era su último deseo, entonces él le respondió: «Cuando empiece a fluir el gas letal, tome mi mano». El condenado preguntó a su abogado: «¿Todo terminó?», y le respondió: «Sí, ya podés irte a casa». Un condenado que se devolvió por el pasillo de cuatro metros porque el sistema descubrió un fallo procesal en el último momento y eso le otorgó la libertad inmediata.

El día de la no ejecución, aún en los últimos minutos, las víctimas no tienen la posibilidad de acceder a ningún sistema de justicia. El resarcimiento del daño para los anglosajones viene con la muerte, el condenado tiene derecho a expresar sus últimas palabras, algunos piden perdón, otros aceptan que están dando su vida por la vida que le quitaron a alguien más, están ante los familiares de sus víctimas. ¿La muerte les devuelve la paz? ¿Dónde está el proceso de resocialización de los victimarios? Hay hombres y mujeres que matan a sangre fría.

#YoTambién (a manera de epílogo)

Mientras escribía este artículo recordé que yo visité una cárcel durante seis años. Recordé los diferentes tipos de reos, los condenados morales, sus familias, y observé mucho de la condición humana. Vi el dolor y el arrepentimiento y también vi seres dañados por el sistema que los parió. Ninguna forma de violencia debe ser permitida ni aceptada.

Recordé también el reportaje que había visto hace un tiempo sobre Brian Price, quien en 1989 fue sentenciado a quince años de prisión. Músico y fotógrafo de profesión, se hizo cocinero en la cárcel y desde entonces es quien prepara las últimas cenas de los condenados a muerte. En Florida, por ejemplo, la última cena no puede exceder los $40 dólares. «La última cena generalmente es un alimento que el condenado no había comido en décadas», afirma Price, y cuenta con dos horas para preparar la comida de los victimarios. La cena que más solicitan es hamburguesa con queso y papas fritas. Algunos condenados a muerte piden otro tipo de cosas: camarones fritos, pollo frito o tocino ahumado. El mismo Brian Price se cuestiona: «¿Por qué una última cena, si ellos no se la dieron a sus víctimas?». Un cocinero que trabaja para darle contenido a un estómago que luego sería solamente parte del resultado escrito de una autopsia. En 2011 terminó la tradición de la última cena en Texas. Un verdugo dijo: «Si yo tuviera que pedir mi última cena, pediría Caviar del Mar Negro, les tomaría mucho tiempo traerlo».

El movimiento #MeToo o «Yo también» no se puede convertir en una fuente de condena previa. Las víctimas tienen derecho a utilizar todos los canales de comunicación y de intervención. Y es cierto que las redes sociales son una fuente de denuncia y una forma de activar los mecanismos dormidos de una sociedad que pide a gritos una reconstrucción del entramado social, pero qué vamos a hacer con los victimarios, si también son víctimas del sistema que los antecede. Vemos que incluso los mecanismos más letales le dan al condenado su derecho, las últimas palabras. El resarcimiento moral de las víctimas no termina con la exposición pública: allí tienen una ventana, nada más. El proceso es mucho más largo.

Soy abogada de profesión pero dediqué muchos años de mi vida a la resolución alterna de conflictos. Vi casos de lo más variados, algunos donde la violencia intrafamiliar respondía a una condena a muerte y otros donde familias vecinas se disputaban terrenos desde épocas inmemoriales. Vi insultos, vejámenes, rencores, abusos, violencia, desenfreno. Después de la violencia siempre subyace dolor. Nadie piensa en el victimario. ¿Por qué debería alguien hacerlo? El victimario también es un producto social. El victimario solo es el detonante.

En una de mis primeras clases de derecho penal vi junto a mis compañeros el caso que inspiró la novela A sangre fría, de Truman Capote. Después de estudiar la escena sangrienta levanté la mano y dije: «Profesor, estos asesinos tuvieron que tener una infancia miserable. Las culpables, las monjas del centro de cuido; y si no, aquí hay deficiencias cerebrales, trastornos emocionales». (Así lo dijo un condenado a muerte en la última carta que le escribió a su mamá: «También deberías ser ejecutada, mamá, porque cuando me robé la bicicleta del vecino no me dijiste nada. Tampoco cuando me robé el dinero de la vecina y me acompañaste a gastarlo»). Mi profesor me dijo: «Elizabeth: es responsabilidad objetiva. Finalmente, si nos vamos al inicio de la cadena, tendríamos que culpar a Dios».

Repudio todo acto de violencia que dañe a cualquier ser humano. En mi país, Costa Rica, en el gremio literario, hay muchos lobos con piel de oveja que deberían inculparse públicamente con el #MeToo o «Yo también»: #YoTambién coaccioné, #YoTambién he utilizado el poder como mecanismo de coacción, #YoTambién utilicé mi condición de poder para someter a otros. #YoTambién me burlé de su escritora por su condición de mujer, #YoTambién las seduje y les dije palabras asquerosas al oído para sentir mayor poder, #YoTambién he sometido a la fuerza a otras mujeres para legitimarlas intelectualmente,  #YoTambién las he agredido diciéndoles que si no me pagan tantos libros entonces no publico su obra, #YoTambién he considerado que una violación tiene que darse en un lugar oscuro, que la persona tiene que estar prácticamente inconsciente para que no pueda oponer resistencia, #YoTambién conozco colegas que han utilizado sus discursos machistas para satisfacer sus egos, #YoTambién soy parte de la mentoría de tantas mujeres jóvenes que necesitan ser legitimadas para que no pese sobre ellas el estigma de su belleza física porque la belleza las convierte en objetos intelectualmente desechables.

#YoTambién le dije a Elizabeth Jiménez Núñez: «Su obra no será nunca lo suficientemente buena para publicarla en ciertas editoriales, Elizabeth; usted nunca va a escribir como Fulanito de Tal, usted es bonita y tiene presencia, pero no me interesa su obra. Si no hace lo que le digo, entonces no publico un artículo reseñando su texto, Elizabeth. A usted la van a entrevistar porque le quieren “echar el cuento”, cuídese». «Elizabeth, ¿cómo consiguió que publicaran su texto?» Pesan los abusos psicológicos, sexuales, pesa el dolor de las víctimas y seguirán pesando los silencios de los agresores que no han ni siquiera resarcido a sus víctimas con una mea culpa privado y mucho menos público.

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