Ida Vitale, Premio Cervantes por todo el continente


Uno de mis sitios favoritos en la capital cubana es la  librería Fayad Jamis, en la calle Obispo de La Habana Vieja. Allí, como en un oasis silencioso que permite tomar distancia del olor a ron, de la rumba y del calor que exudan las pieles mulatas, tuve mi primer contacto con libros de Rubem Fonseca (Pequeñas criaturas), Juan José Saer  (El entenado), José Bianco (Diarios de escritores) y con algunos cuentos de Somerset Maugham.  Ojeando estantes encontré, en la sección de poesía, Jardín de Sílice, de Ida Vitale.

En Cuba los libros son muy accesibles, lo que hacía que cualquier ejemplar atractivo terminara siempre en mi mochila. En la larga espera por el bus de vuelta a casa, y luchando por robar luz del único foco que alumbraba en la estación, empecé a hojear el volumen y me topé con el poema «Salmo»:

El itinerario de tu viaje
                            brevemente infinito
traza un dibujo que sólo tú no entiendes,
pero no te amotines;
en el ruidoso vacío de su centro
caerás
                    trasmutable semilla
cuando la hermosura y esperanza
ensimismadas
                  finen.

*

Estoy de paso por las librerías de la calle Donceles, durante una escala en la Ciudad de México. Es 2 de octubre, día importante en la ciudad por la conmemoración de la masacre de Tlatelolco. La multitud marcha en dirección al Zócalo y su paso hace vibrar el suelo hundido de la capital mexicana.  Me decido a llevar Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, y Memorias del subdesarrollo, de Edmundo Desnoes. Se hace tarde y temo perder mi vuelo. El vendedor no tiene cambio. Me pide que escoja un libro de la mesa de liquidación para saldar la diferencia y tomo Procura de lo imposible, de Ida Vitale.  Salgo de prisa y abordo un taxi.  En un semáforo abro el libro al azar, como siempre hago con los poemarios, y me distraigo leyendo los textos donde recuerda a Octavio Paz, Jaime Sabines y Álvaro Mutis, así como sus paseos por Sicilia, Londres y Japón.  Luego me engancha el poema «El día, un laberinto»:

El día, un laberinto
donde sólo tienes luz
                                  unos minutos.

Te asomas a la mesa que marea,
miras papeles,
                      mares que se ajan,
letras confusas,
                        hojas de otro otoño,
el registro del día,
                            el laberinto
donde sólo tuviste luz
                                  unos minutos.

*

En el invierno de Montevideo, nada reconforta como una tarde soleada después de una semana de viento, lluvia y cielo gris. El buen tiempo invita a salir de casa y sentarse a beber un mate caliente bajo el sol, porque aunque la tarde brille, el clima permanece helado. El mejor plan para pasar un buen rato sin gastar un peso es manosear ejemplares en las librerías de la calle Tristán Narvaja, o entrar a la Biblioteca Nacional, en el cruce de esta con la avenida 18 de julio.  Después de hojear los diarios del día y las revistas del fin de semana, veo en la mesa de novedades: El ABC del Byobu, de Ida, publicado en 2004 en México pero apenas el año pasado en Uruguay. Byobu, un cronopio del siglo XXI, camina extrañado por la ciudad y tras detenerse en un semáforo, indaga en sus «Pensamientos propios»:

«Se dice: todos tendemos a llamarles “propios” a los nuestros, aunque nadie puede estar seguro de que los pensamientos que descubre en su cabeza lo sean: cualquiera puede venir flotando en la universal correntada, de una criatura, en otra, de un tiempo en otro. A él le constan las frecuentes desazones que padece por encontrar palabras que él tenía por cultivadas y recogidas en huerto propio, ya escritas, aproximadamente o mejor, en lo ajeno».

[Foto de portada: Pablo Bielli]

¿Quién es Leonel González De León?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

5 / 5. 1


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior