¿Qué habría hecho Rubén Darío con el calor de mayo josefino?


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalMuchas veces escuché hablar de Centroamérica Cuenta. Había visitado Nicaragua en repetidas ocasiones fuera de cualquier acontecimiento cultural. Nicaragua en sí misma fue para mí un acontecimiento cultural. El flechazo con León tuvo su razón de ser a primera vista, y sobre todo, por la imagen de unas niñas nicaragüenses jugando ajedrez. Si mi pupila no me traiciona y si logro viajar a la velocidad de la luz, cierro una vez más mis ojos y veo cómo una niña le enseñaba a otra a jugar estratégicamente ajedrez. La más experimentada le indicaba a la segunda cuáles jugadas la llevarían al fracaso y cuáles otras a la victoria. Observé la escena mientras caminaba por la calle, embelesada con mi propia suerte. Estaba en Nicaragua.

Mis visitas este año a la Feria Internacional del Libro de Costa Rica estuvieron marcadas por lo que suelo hacer con gozo carnavalesco: observar. El primer encuentro con la Feria fue un domingo. Llevé paraguas, una mochila (para los libros) y suéter de dos tipos: delgado y grueso. Pero el calor fue algo realmente inmanejable. Poco a poco, como quién deshoja una cebolla, opté por la ligereza de una camisa blanca de algodón que cumplía bien su función. Supuse que era una cuestión infame, una tetra del destino que amordazaba mi capacidad de disfrute, pero ante semejante incógnita opté por interrogar a una muchacha que estaba detrás del mostrador de uno de los stands y le pregunté: «¿Tiene usted calor?» Ambas nos abanicábamos con libros ilustrados y nuestros rostros se unieron en un sentimiento de hermandad. «Más que calor, me estoy derritiendo», me respondió. Ante semejante respuesta me sentí más tranquila y la desesperación bajó su intensidad. Entonces imaginé que así mismito sería el infierno. Cuando el guardián de la puerta finalmente me dejara pasar, así sería. «Entre», me diría, «la estábamos esperando».

Hace unos años me acerqué a un stand de la Feria, pero el calor no dominó la escena como ahora. Era septiembre y un escritor independiente tenía por lo menos unos 31 títulos suyos desperdigados en la mesa de los escritores independientes, yo me acerqué con cierto recelo pero con algo de curiosidad entre las muelas. Las portadas de sus textos me abrumaban un poco. El señor, entrado en años y en canas, era realmente singular. Sabía perfectamente cuáles libros entrarían sin demora en mi mochila azul, pero no sería ninguno de los suyos. Él lo sabía, pero aun así gastaba energías en explicarme el porqué y el para qué de su inspiración.

Este año fue distinto. De la mano a la FILCR estaba Centroamérica Cuenta, así que me dispuse a investigar qué sería lo que en términos concretos nadie —o casi nadie— se atrevería a contar. Porque siempre hay situaciones que es mejor no ventilar.

Se dice que la antigua aduana, en San José, es el mayor espacio cerrado público que poseemos los costarricenses. Yo también diría que el infierno más extenso que poseemos los desterrados. Al final de la década de 1970, «La aduana principal», como se le llamaba, perdió el monopolio sobre el control de las importaciones y el Estado dejó de percibir los ingresos que generaba el bodegaje, por lo que fue gracias a un decreto de interés patrimonial que el inmueble se protegió de la demolición. Es bien sabido que en Costa Rica al sector público le provoca cierto placer demoler edificios emblemáticos para construir colosales parqueos de carros.

Sin ser arquitecta sentí la necesidad de que alguien me explicara qué sendas y recovecos administrativos habían llevado a los individuos de los sectores de cultura a utilizar ese espacio para desarrollar actividades culturales, entre las cuales están la FILCR. Me enteré por algunos documentos históricos que hubo una suerte de intríngulis donde tuvo protagonismo el entonces ministro de Cultura, Guido Sáenz, quien tuvo que librar una batalla con el INCOFER, entidad que arrendaba el inmueble. Para que quedara en manos del sector cultura se empezó con una lucha jurídica entre ambos bandos. Una batalla legal interminable. Finalmente, en 2002, el ministro Sáenz se apersonó a la antigua aduana, cortó candados con unos miembros de la Policía y, como en el Viejo Oeste, el duelo le dio la victoria contundente al susodicho. El espacio finalmente le sería asignado a la cultura.

Pero sigamos con mi recorrido por la FILCR 2019. Francamente me estaba ahogando de calor dentro de «la nave», como le suelen llamar al amplio galerón. Es cierto que es una estructura cubierta y prefabricada en hierro fundido que en sus comienzos funcionó perfectamente como espacio de registro de productos y bodegaje, pero hay que ver lo que sucede adentro en este caluroso mes de mayo. «La nave» fue inspirada en modelos utilitarios de hangares y salas de exposición europeas, pero en estas rumbas tropicalizadas la cosa pasaría de castaño a oscuro. Es cierto que es arquitectónica y estéticamente agradable: desde la mampostería de ladrillo hasta las formas en arco de las puertas, pero esas también pudieron ser las formas y materiales utilizados para la construcción de los infiernos europeos. Incógnitas sagradas.

En mi insistencia miraba para arriba y veía, según dicen las malas lenguas, óculos diminutos para la iluminación y la ventilación. Una suerte de «ojo de buey» que me recuerda que los espacios calientes son signo del fin de los tiempos. Así deben ser los terrenos del diablo, como los de la antigua aduana. La altura del edificio es de 35 pies, aproximadamente, pero solo en el centro. Las zonas más calientes, ubicadas en los extremos, son para los peor portados.

Pero fue muy atinado por parte del Ministerio de Cultura y otras instancias acoger al festival Centroamérica Cuenta, primero porque quedó en evidencia que la organización de este último fue superior a la de la FILCR, llevada a cabo en años anteriores. Centroamérica Cuenta logró mejor logística y orden, y se pudo notar incluso en el hecho de que la mayoría de los conversatorios se llevara a cabo en carpas (en el CENAC, por ejemplo). En el festival pude notar la dedicación en la construcción de espacios y de tiempos y que no hubo improvisación.

Si bien la FILCR también contó con carpas, el sentimiento y espíritu típico de la feria es el de miles de personas aglomeradas, pasillos estrechos, falta de organización, poetas exponiendo ideas mientras que la gente pasa frente a ellos sin verlos, voces encapsuladas, falta de aire, gente apiñada, una atención deficiente, uno o dos vendedores sofocados por los espacios tan reducidos. En el caso de Centroamérica Cuenta no solo es el asunto de las carpas que daban amplitud y sensación de bienestar, sino también cómo estaban los expositores debidamente identificados. La armonía en el concepto.

Tuve oportunidad de escuchar un conversatorio en la carpa del CENAC y me ubiqué en la parte de atrás de la carpa, fue muy provechosa la visita. En una de las salas se expusieron en algunas pantallas imágenes de la situación político-social actual de Nicaragua, dos imágenes se me quedaron grabadas: «Nicaragua, memoria 2018», que consistía en una exposición de fotografías que mostraban el dolor y la desesperación de un país maniatado por una estructura de poder y fuerza bruta. Me llamó la atención la foto de una madre inclinada sobre el féretro envuelto en la bandera azul y blanco que guardaba los restos de algún ser querido, muy probablemente los de un hijo. Unos pasos adelante había, una extensa valla de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro con la fotografía de Pedro Joaquín Chamorro, que decía: «Sin libertad de prensa no hay libertad».

Dentro de los datos históricos, un dato de orden jurídico digno de ser mencionado. En el Reglamento General de Uso de la antigua aduana, el artículo 6 dice: «Queda absolutamente prohibido subirse al techo, o escalar las paredes del edificio», ya sabrán por qué. Pensé y reflexioné sobre el artículo de dicho reglamento a partir del cual no me cupo la menor duda: de existir el infierno, este tendría un apartado con la misma redacción reglamentaria costarricense. Una vez ingresado el individuo a las llamas calientes y ardientes se le entregaría copia del reglamento y este diría nuevamente: «queda terminantemente prohibido escalar y subirse al techo».

En mi mi rareza habitual imaginé a grandes representantes de la cultura como Armando Morales, Rubén Darío y Pedro Joaquín Chamorro en la desesperación absoluta y violando lo dispuesto en el reglamento para librarse del calor, optando por escalar los ladrillos declarados como patrimonio cultural hasta encontrar un viento fresco que les devolviera el gusto por la vida, pero sobre todo, por la literatura. Una especie de cielito lindo y querido.

Si vuelve Centroamérica Cuenta a Costa Rica, si la situación no mejora en Nicaragua, si el ajedrez no otorga la victoria, estoy segura de que la organización será aun mejor que la de este año. Desde afuera se podría incluso pensar en franquiciar el modelo festival-feria) optar por espacios abiertos, dignificar la labor de editoriales, editores, lectores y artistas en general.

Lo cierto es que gracias a Centroamérica Cuenta pude deleitarme con expositores de alto calibre, pude ver de frente a Ángeles Mastretta con su encanto tan particular y a otros tantos escritores invitados que fueron un regalo para los costarricenses. El 2020 será otra vez fiesta cultural. Volveremos a circular por pasillos que no sobrepasan los cinco metros de largo dentro de la Antigua Aduana. El sudor, el vaivén y el calor son desencadenantes de mucha hipertensión, migraña, y violencia. La gente con un ventilador a la mano duraría más tiempo en un stand. Incluso en términos comerciales, los organizadores o los dueños temporales de stands, conseguirían más moneditas de oro.

Es cierto que Costa Rica, en comparación a otros centroamericanos, maneja cierta seguridad y equilibrio democrático, pero también es cierto que en materia de literatura el equilibrio económico es casi inexistente y los procesos se desarrollan de manera muy pausada. Son dos o tres los gatos los que manejan con total dominio nombres, puestos, premios, caras y gestos. Al menos Centroamérica Cuenta amplía el panorama, nos deja coexistir con otros expositores, nos deja apreciar sus capacidades y nos deja soñar con una FILCR con condiciones mucho más propicias para no tener que escalar paredes. Porque lo cierto es que los representantes en los puestos de poder utilizan el Teatro Nacional de Costa Rica solo para ciertos figurones. El resto que se apañe, y si la emergencia es muy grande, pues que los sofocados y desmayados sean sacados de la FILCR 2020 por la fachada oeste de la antigua aduana.

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