No rías por mí, Argentina (mi país también está en crisis)


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalEl 25 de junio de 1978 se disputó la final de la Copa Mundial de Fútbol en Argentina. La selección anfitriona venció a Holanda 3 a 1 en un partido donde Mario Kempes fue la gran figura, convirtiendo dos de los tres goles que le dieron el título a los albicelestes. Esto sucedió en Buenos Aires, ciudad que algunos llaman «la París del Sur» por su perfil urbano ecléctico.

Entre tanto, un periodista holandés en busca de otras realidades decidió observar algo más allá del perímetro del estadio. Su mirada se concentró en un puñado de abuelas argentinas con pañuelos blancos cobijándoles el rostro. Algunas gritaban con desesperación, mientras eran filmadas, «Digan por qué nuestros hijos e hijas fueron subversivos, si trabajaban y estudiaban». La nota del periodista trascendió internacionalmente y la lupa del ojo ajeno se enfocó una vez más en la paradoja latinoamericana, en la limpieza mediocre de quien barre el polvo escondiéndolo debajo de la alfombra.

Llegué a Buenos Aires el pasado 2 de julio invitada por el destino. Después de caminar unas cuadras con el frío congelándome el entendimiento decidí volver al hotel, pedir un chocolate caliente y meterme entre las cobijas para observar la semifinal de la Copa América. Como ritual siempre me ha gustado comprar los periódicos de los países que visito, desde mi primer día de estadía hasta el último. De esa forma llegó a mis manos un periódico argentino que me costó 50 pesos. Los titulares decían que ese día podría ser fenomenal si Argentina le ganaba la semifinal a Brasil. Horas antes se produjo un eclipse solar. Mientras los brasileños se alistaban para iniciar el juego los encabezados del Página 12 me llamaron la atención: «La ilusión de llenar el tanque», «Cuando estudiar es un gasto», «El acuerdo Mercosur-UE es “fake” por Alfredo Zaiat», «Morirse en el desamparo por Martín Granovsky», «Venta de autos cayeron un 44,4 por ciento», «Desde que asumió Macri, los combustibles aumentaron el 225%».

Tenía esa sensación rara de estar inmóvil con la conciencia de haber traspasado ciertas fronteras geográficas pero con ciertos problemas compartidos en la región: crisis financieras generalizadas, corrupción, protestas. Argentina me saludó como lo hacen la mayoría de los países que visito: con las primeras líneas discursivas de un taxista.

Un taxista es siempre un gurú del día a día con la sabiduría popular entre las muelas. Un conocedor sin vacilaciones del tormento y la gloria. Más allá del frío, a Buenos Aires la sentí suspendida en un letargo, en el secreto urbano revelado por las miradas. En el camino sobraron las preguntas. El taxista estaba sumido en la depresión del movimiento hecho parálisis. Todo mal: «la plata no alcanza, a mitad de mes ya no hay para comida», «Vienen las elecciones, se lo han robado todo», «Esta parte sur es picosa. Así le llamamos a los barrios peligrosos». «No vayan a Puerto Madero, todo ahí es caro, no vale la pena», etcétera. Y ya con el último suspiro: «Lo único que me queda es el asado. Sí, el asado de vez en cuando, la carne».

Recordé las películas sobre la dictadura argentina —algunas buenas recomendaciones del editor de esta revista—, imágenes, centros clandestinos de detención, militarización del país por zonas. Seguro detrás de los restos del tango estarían petrificadas en el imaginario las confesiones de Gardel, algunos fantasmas sosteniendo sus banderas con el tango entre las piernas; las avenidas principales y, sobre todo, los caminos oscuros, no oficiales y con el erotismo de las leyes transitorias donde la validez del deseo frenaría cualquier miedo. Observé con nostalgia las banderas desteñidas y me pregunté si los jugadores de la Copa América llevarían sus camisas con el mismo tono pálido y desolado.

Entonces pensé en el «Operativo Copa del Mundo 1978» con la fuerza del Ejército y la Armada, con la complicidad de sectores clave cuyo propósito era erradicar las «Villas miseria», asumir el control del espacio urbano para que en el centro de Buenos Aires quedaran a la vista solamente las clases medias y altas, eliminando provisionalmente la miseria, la tortura y la represión ante los ojos del mundo. El Archivo Nacional de la Memoria en Argentina documentó hechos espeluznantes, sobre todo la gran paradoja: a escasos metros donde se disputaría la final de la Copa Mundial de Fútbol que llevaría a Argentina a ganar el campeonato se encontraba uno de los centros clandestinos de detención, tortura y extermino en la denominada Escuela de Mecánica Armada (ESMA), muchísimos secuestrados, la mayoría desaparecidos hasta hoy.

Hubo un dispositivo propagandístico de Estado para afianzar la legitimación política de las fuerzas militares sin obviar el despilfarro de recursos estatales. Después de mi estadía en Buenos Aires entendí que los argentinos dentro de Argentina son amables, empáticos, agradecidos, valientes. Han vivido fuertes crisis sociales, económicas y políticas: entre 1976-1983, entre 1992-2001 y la crisis actual.

Argentina perdió contra Brasil. Dicen que a Borges no le interesaba el fútbol. El frío de Buenos Aires no me permitió ver a ninguna pareja bailando tango al fervor de una ciudad culturalmente bien armada y más bien lo que observé con detenimiento y angustia fue a filas de personas desempleadas, caras de incertidumbre, niños abatidos caminando de prisa y con frío del brazo de sus padres. Una imagen que detallé con la certeza de no tener que emborracharme, con la ficción de una botella de vino tinto en un boquete que parece ser la antigua ventana de un edificio viejo y descuidado.

Vi casas improvisadas como ejemplo de una depresión económica que en medio del invierno devora todo a su paso, una marcha en el sollozo del celestre desteñido, banderas ondeadas por el viento, la temperatura helada. Vi hombres y mujeres —en su mayoría obreros— participando de una marcha de duró para siempre. Entonces pensé en Costa Rica, mi país, y llegué a la conclusión que con esas temperaturas ni a los sindicalistas más recalcitrantes les daría la voluntad para obstaculizar el libre tránsito, sobre todo el de las ambulancias que llevan a las abuelitas enfermas que necesitarían ser atendidas con urgencia.

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