Haití y los sueños de libertad


Darío Jovel_ Perfil Casi literalCon el alba de una mañana de 1804, entre grilletes y el olor a pólvora, nació la primera república negra del mundo, de la mano de Toussaint Louverture y Jean-Jacques Dessalines. Haití —una nación forjada por esclavos, el hogar de los jacobinos negros, la cuna de la emancipación latinoamericana— es hoy, tras dos siglos de batallas heroicas donde un grupo de esclavos derrotó al ejército enviado por Napoleón Bonaparte, la nación más pobre de occidente.

Ya han pasado dos siglos de las campañas libertadoras y Haití aún sueña con su libertad. Ni un año había pasado desde que Jean-Jacques Dessalines se hiciera gobernador vitalicio cuando se proclamó emperador bajo el nombre «Jacobo I». Diez meses duró la primera república. Luego, con Jean-Jacques convertido en emperador, se llevó a cabo una masacre de criollos y mulatos. El terror volvía a esa tierra del Caribe cambiando el papel de los verdugos y las víctimas, el látigo pasó de manos y las pesadillas de las plantaciones azucareras volvieron a asolar el sueño de los haitianos. Aquel país del caribe fue gobernado por el odio. Es el odio quien sigue cosechando adeptos a causas que un día fueron justas, honorables y dignas de una lucha, pero que hoy son cuento chino para justificar la barbarie.

Ocurre que en Haití se han perdido más de 3 mil millones de dólares de Petrocaribe (una iniciativa de Hugo Chávez para apoyar a la región con descuentos en el combustible y, de paso, comprar votos en la OEA). Haití aún no se recupera del terremoto del 2010, la extrema pobreza es una regla y el hambre ha comenzado a aflorar. El mínimo acto de corrupción es escupir a la cara de un pueblo que derrotó ejércitos pero no puede romper con las cadenas de la esclavitud más allá del vano e inútil papel. Allí donde el odio se ha generalizado la violencia es ley y tras dos siglos de autodeterminación se sigue soñando con la libertad. Haití tiene todos los problemas de Latinoamérica al extremo y lo tratamos como mejor sabemos hacerlo: con indiferencia. Haití no le importa a nadie.

Ese el diagnostico, esa es la realidad de gritos que se ahogan entre el mar del silencio. Allá se quieren quitar de encima al presidente, como en Puerto Rico se quitaron al gobernador; pero si pasa en Haití, esto no estará en las noticas.

Hace nada, el presidente peruano Martin Vizcarra presentó una reforma para adelantar las elecciones en su país y acabar con un congreso que se había comido vivo al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y presionó para que un dictador y genocida de apellido Fujimori fuera indultado. Vizcarra sacrificó el resto de su periodo presencial para quitar de la historia del Perú a un legislativo que estrangulaba al Estado, e hizo con voluntad lo que los haitianos no han podido mediante la fuerza, porque las demostraciones de fuerza no siempre son señales de voluntad.

Cuando el génesis de un movimiento es el odio y el rencor, la sociedad está casi condenada. Haití puede seguir luchando por las justas causas que un día la pusieron en el mapa, pero el hecho es que esa nación lleva toda su historia soñando, deambulando en un mundo onírico que jamás se hizo realidad y que lleva toda su historia en un sueño de libertad. Sin embargo, no es fácil porque debe liberarse de sí mismo y eso es lo más difícil. Haití es el mayor caso de histeria colectiva contemporánea, un país que ha comenzado a perder su esperanza. Esta situación no puede darnos igual sin alegar a la bondad humana y al altruismo, simplemente debería intensarnos por el pensamiento egoísta de «hoy es allá, mañana puede ser acá», pero no. Haití no le importa a nadie porque ese sueño le libertad de más de dos siglos parece que seguirá siendo solo eso.

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