Un país brillantemente incomunicado


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Siempre he detestado a la gente que celebra, o más bien presume, su ignorancia al hablar o escribir. Suelen recordarme que esta los hace más humanos, más sensibles o más cool. Y talvez mi hábito de recordarles con gentileza que tal palabra no existe, que la coma no debe separar al sujeto del predicado o que se dice hubo y no hubieron es lo que me abstiene de una florida vida social. Podría presumir mi obstinación como esa mística incomprendida que plaga a los escritores, pero no es la clase de chiste que me gusta contar. Mi verdadera inquietud es otra: por qué prevalece el rechazo al mejor uso del lenguaje y qué nos dice sobre la manera en que intentamos comunicarnos.

Durante un tiempo impartí un curso llamado Composición y expresión oral en una universidad. El curso era una manera de evaluar y remediar los conocimientos de redacción y conversación en los estudiantes de primer año. Uno de los requisitos era completar la Ortografía programada de Wenceslao Ortega, un libro que, como muchos, había terminado en los primeros años de secundaria. Los alumnos lo entregaban perfectamente resuelto cada semana, pero cuando les pedía que redactaran un breve comentario sobre un texto las faltas de ortografía eran más abundantes que las observaciones obvias. Y ni hablar sobre fluidez, vocabulario y gramática: muchos de los textos que evalué parecían escritos por niños. Pero lo más desconcertante es que algunos de los alumnos poseían un gran carisma e ingenio que nunca se traducían al papel.

Fui a buscar mis cuadernos de la secundaria y una copia del currículum nacional base para Idioma Español. Efectivamente, todos los requisitos fueron cumplidos. Hice resúmenes sobre los tipos de falacias, tablas con los usos del acento diacrítico y una pequeña canción para memorizar las preposiciones. Tuve lo que el Ministerio de Educación consideraría una formación apta. Sin embargo, revisé también mis cuadernos de Inglés (o bien, Language Arts) y descubrí la raíz del problema. Según el Ministerio de Educación de Guatemala un estudiante ha aprobado cuando «redacta textos con autonomía, con claridad, concisión, sencillez, organización, cohesión, coherencia y adecuación, según el contexto y la intencionalidad».

Mis libros de inglés tenían casi los mismos saberes, competencias e indicadores, excepto uno. Un apartado discutía ampliamente el elemento de la voz para un autor. Recordé entonces a mi maestro de octavo grado, un enorme veterano estadounidense que insistía que debíamos estar presentes en nuestro texto. Mr. Stickrod solía ignorar los requisitos de gramática y ortografía para decirte «no escribas como tonto: demuéstrame cómo piensas». No encontré un solo apartado curricular en Guatemala que eduque esa destreza. Ese ínfimo detalle desmantela todo un sistema.

Así entendí por qué tenemos tan pocos escritores y por qué menos de la mitad son realmente buenos. La educación lingüística en mi país se trata de que memorices reglas, excepciones, conjugaciones de vosotros y trazos de caligrafía. Nunca se enfoca en el legítimo objetivo de cualquier código de comunicación: expresarse. Pienso en los proyectos de literatura que consistían en resumir la trama de Crimen y castigo en las presentaciones de clase sobre la tilde ortográfica y las incontables veces que me pidieron 500 palabras sobre cualquier cosa. Jamás se me asignó la delicada tarea de ejercer una crítica o una opinión, pero perdí varios puntos mientras aprendía a tildar todas las esdrújulas.

Pienso que si se nos educara para valorar nuestra comunicación quizá tendríamos la mente más dispuesta a algo tan práctico como la gramática y la ortografía. Quizá no nos veríamos en necesidad de usar palabras inventadas o préstamos del spanglish y talvez reconoceríamos el valor y responsabilidad detrás de cada mensaje que emitimos.

Pero a decir verdad, una población consciente de lo que piensa, dice y escribe probablemente sería peligrosa. Podría comenzar a percatarse de la injusticia, la corrupción y la crueldad que conforman el sistema y… bueno, si la tradición literaria sirve de evidencia, a este país no le gustan los finales felices. Así que nuestra educación, acaso, es una brillante movida para que nunca tomemos consciencia de lo que sucede, y jamás lo hablemos.

En fin. Creo que esto eso es lo más hermoso que he aprendido: el valor que tiene una idea que convertimos en palabras; y pienso seguir honrándolo a costa de malas caras y enojos fulminantes cada vez que cualquiera de ustedes necesite que le recuerde cómo funcionan los infinitivos.

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4 Respuestas a "Un país brillantemente incomunicado"

  1. Alex Rodas dice:

    Tu interés por un país con mejores lectores y mejores escritores es totalmente válido. Pero atravesamos una época en que la sobredosis de información y la tecnología han suplantado el interés por escribir de forma coherente y elegante. Desde abogados hasta publicistas prevalece la cultura del COPY PASTE. Leer mucho y escribir correctamente en estos tiempos es una decisión PERSONAL. El otro día tuve el gusto de ver tu trabajo en Proyecto Poporopo y me dió muchísimo gusto comprobar que una mujer en Guatemala tiene la testosterona de plantarse en un escenario y hablar en público justo como hablamos en privado. Felicitaciones.

    1. Angélica Quiñonez dice:

      Hey, gracias. 🙂 Me alegra que le agrade. Y de paso, no culpo a la tecnología porque gracias a ella tengo esta plataforma. Creo, como digo en este artículo, que la educación nos dejó enormes deudas en la destreza comunicativa. Pero también, como usted, ansío juicio y castigo para la legión del copy-paste.
      Abrazo.

  2. Elmer dice:

    Felicitaciones y muy acertado el titulo y la redaccion

  3. Andrés Grajeda dice:

    Escribir, hablar y pensar son extensiones de la palabra. La percepción de cada individuo está teñida por su experiencia y sentimientos así el acto de expresar de manera precisa la formas que percibimos en el mundo, es clave para formar buenas relaciones personales y a su vez grupos y comunidades fuertes. Me parece interesante como ves el sistema educativo y ese puente que falta desarrollar entre el escribir y pensar. Tal vez revele mucho sobre nuestra sociedad la actitud con la que tomamos escribir.

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