Convivir con los monstruos… ¡ahora o nunca!


Hace tres meses que el tiempo está detenido. No avanza. Ni hacia atrás ni hacia delante. Por momentos parece un sueño, por momentos una pesadilla. Todo es un letargo y una modorra.

Es como ver una nube suspendida en el cielo y comprobar que es la misma nube que vimos la primera vez que volteamos a ver al cielo en nuestra infancia. Pero la nube al final del día se disipa, se desvanece y se olvida entre tanto devenir. Es una ilusión fugaz y un desvarío necio —necesario— por ver una nube entrañable, linda, bella, hermosa. Algo ilusoriamente nuestro y, que creemos nuestro hasta lo más profundo de nosotros porque sí.

En ese sentido es una forma de pertenecer a algo y estar conectados con ese algo. Afirmar que esa nube existe por nosotros y para nosotros porque nuestros ojos la ven, la afirman y existe. Una manera insistente de replicar un vínculo creado por nosotros mismos. En fin… ¡Ya mucha verborrea! Me pasa que a noventa días de «cuarentena» me da por pensar muchas cosas, repensarlas, darles vuelta, volverlas a pensar y, ¿por qué no? Mandarlas a la mierda.

La verdad es que la cabeza me da muchas vueltas entre reflexiones, especulaciones, tonterías, interpretaciones, metáforas y afirmaciones de la época que estamos viviendo atrapadas y atrapados en purísimo aburrimiento, incertidumbre y algo raro que vibra en el ambiente.

No sé si les pasa lo mismo, pero este encierro me está decolorando los sueños y amplificando los silencios todo el tiempo. Está cansándome las ganas y llevándome aceleradamente al hastío. Pienso que la reflexión ya se quedó corta. Toca actuar y convulsionar, pero todo está detenido.

Con todo esto en la cabeza pienso en refugios: libros, discos, películas, recetas, vino y cerveza. Entre estos refugios me acordé de una belleza que bien podría confesarles es mi película favorita de siempre. La peli tiene que ver con rabia, ira, felicidad, bosque, árboles, música, sueños, introspección, felicidad, fantasía, un niño, unos monstruos y mucha melancolía.

No sé si ya le atinaron, pero les sigo dando pistas. Está inspirada en un librazo infantil escrito con menos de cuatrocientas palabras y maravillosamente ilustrado. El autor es gringo y muy poco conocido, pero este cuento fue su mayor acierto al punto que la adaptación al cine la tenía que hacer alguien con el mismo carácter intimista, fantástico y preciosista. El director es una joya y de mis favoritos para videos de música: Daft Punk, Björk, Fat Boy Slim, Beck, R.E.M, The Chemical Brothers, Sonic Youth, Beastie Boys, Weezer, The Notorious B.I.G., Yeah Yeah Yeahs, Arcade Fire, Jay-Z, Kanie West y más.

Con esa gran narrativa musical se imaginarán por dónde va la montaña rusa musical de la película —a la que llamaremos SALVAJE—. Pero si no le han atinado, les dejo una frase que atesoro de las más de treinta veces que la he visto y ahora conecto con estos tiempos difíciles:

«Ya sabes; si tienes un problema, cómetelo». Ya pueden googlearla. Disfrútenla en el encierro.

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