¡Gracias, COVID19… por todo!


El confinamiento y la distancia social se han vuelto parte de nuestras vidas. Una especie de imposición que recibimos «amigablemente». Al principio fue un estado de alerta, un shock abrupto y hasta un respiro necesario. Eso de apartarse del resto propuso un reto y una aventura. La nueva convivencia —encerradas y encerrados en nuestras casas— nos trajo una etapa de precaución, contención y silencio. Un nuevo espacio donde refugiarnos y reflexionar largas horas sobre la pandemia, la historia de la humanidad, la literatura escrita en tiempos duros, la recesión en la economía global, la velocidad que llevábamos viviendo inconscientes y todos esos tentáculos oscuros que trajo un virus que bien podría tener un nombre más trágico.

Pero los días de reflexión ya quedaron atrás y ahora afrontamos una nueva necesidad: ¿Cómo seguir con nuestras vidas después de ochenta días de encierro obligatorio? La verdad es que la respuesta está en la misma pregunta. Seguiremos adelante… dejaremos atrás momentos y personas y trabajos y codependencias. Todo se volverá a alinear pronto y los engranajes se aceitarán solos hasta funcionar bien y, cuando menos lo pensemos, todo cobrará sentido de nuevo como en un poema de Jorge Teillier o una canción de Father John Misty.

Mientras escribo esto pienso en todas las playas a las que iré después del encierro. Pienso en esas carreteras que recorreré felizmente y que ahora están vetadas. También pienso en esos cuerpos nuevos que recorreré con mis dedos asimilando un despertar o un «estartazo». Pienso, sí, como siempre, muchas cosas y nuevas fórmulas de resetearnos por completo. Crear más comunidad es una de ellas. Crear un espacio para invertir en cooperativas locales, nuevos modelos de negocio, trueques empáticos, corporaciones independientes en apoyo a la economía informal, etcétera. En fin, toda la cabeza me vuela hacia muchas posibilidades que en otra dimensión deberían ser posibles. Y lo son, lo sé.

Escribo todo esto desde mi privilegio de tomarme una botella de vino cada noche, tener un techo donde dormir, una computadora para trabajar, comida en la refri, un «vamos a estar bien»; y vuelvo a pensar en quienes viven del día a día. En fin. Eso me da pánico. Y es terrible.

Al decir esto pienso en Yuri Herrera —el narrador favorito de mis últimas lecturas— y sus libros Trabajos del reino, La transmigración de los cuerpos y Señales que precederán al fin del mundo. Este último, una joya transgresora que evidencia nuestro sentir contemporáneo y a lo que yo le añadiría música de fondo. Si lo pienso bien, serían Los tigres del norte o Manu Chao.

Pero hay mucha más música para ponerle de soundtrack a esta cuarentena. También más literatura. Escuchemos más piano: Chopin, Frahms, Korzeniowski, Cyrin… Leamos más contemporáneos: Mariana Enríquez, Julián Herbert, Javier Payeras…

Ahí hay magia… y amuletos para resistir este encierro que nos está sacando canas verdes y de todos los colores posibles del universo. En fin, toca resistencia.

¿Quién es Pablo Bromo?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

4.8 / 5. 13


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior