Louise Glück y los Colores primarios


Diana Campos Ortiz_ perfil Casi literalHace poco hice portafolio de mi trabajo literario. No fue tarea sencilla poner en un documento una muestra de lo que escribo. Cargada de aprehensión inicié el portafolio con poesía, pero en todo el documento incluí un solo poema, con el cual introduzco a los demás escritos. Se trata de uno que escribí hace siete años durante una particular y feliz época de mi vida en la que me dedicaba a estudiar antropología, cursar talleres de literatura, trabajar como recepcionista en un hostal y escribir poesía.

Escogí este poema de forma azarosa y random porque fue el que encontré más a mano en los archivos traspapelados de mi drive. Se llama «Colores primarios» y solo voy a decir que empieza con este verso: «Yo soy una mujer de colores primarios» y que termina con este otro: “«Ístmica. Difícil. Volcánica».

¿Acaso hay mejores o peores poemas? Desde luego, este no es uno de mis mejores. Pero colocarlo ahí entre crónicas, cuentos y ensayos académicos le estaba dando un significado mayúsculo y trascendente para mí, ya que entré en un proceso de negociación personal para convencerme de la importancia de colocar poesía en mi portafolio, pero al mismo tiempo este poema me hizo reconocer que en ese momento preciso de mi vida no me sentía, no me sabía y no me quería poeta.

El proceso de negociación, además, me hizo hacerme preguntas necesarias, pero poco útiles, del tipo: «¿Qué es la poesía?» «Para qué sirve la poesía?» «¿Quién hace poesía en el siglo XXI?» «¿Cómo es la poesía en esta época de Instagram, WhatsApp, Facebook y Tiktok? ¿Quiero ser poeta, escribir poesía o ninguna de las anteriores?

Desde que envié el portafolio estuve recriminándome sistemáticamente por haber puesto ahí el poema. Incluso pensé en llamar a las personas que lo van a leer y decirles «Hey, ¿saben qué? Lo de la primera página fue un dedazo, no lo lean. Pueden iniciar la lectura a partir de la crónica de la segunda página. Gracias y disculpas por el inconveniente. Saludos cordiales».

Pero pasó algo insospechado que hizo que se me fuera la zozobra, y fue que un grupo de distinguidas y anónimas personas suecas decidieron darle el Premio Nobel de Literatura del año 2020 a Louise Glück, una mujer de 77 años, poeta.

Este premio ha implicado que muchas personas —yo incluida— busquemos quién es Louise Glück, que nos hayamos puesto a leer poemas y que agradezcamos que exista la poesía para recordar lo valioso de leer y escribir sobre las pequeñas cosas de la vida: los jardines, los vestidos, las nostalgias, las casas de la infancia, el tiempo que discurre, las tardes, las mitologías.

En un contexto tan complejo, doloroso, contradictorio y sobreinformado como el nuestro no es poca cosa que exista aún la poesía con sus formas, sus licencias, sus búsquedas y recovecos. Es casi un milagro. En un contexto como el que atravesamos, cargado de contenido multimedia, multimodal y multiplicado, que se haya mediatizado una señora que escribe poesía me parece mágico y capital. Lo celebro.

Yo me tomo este premio como algo personal y agradezco profundamente a los y las estimables señores y señoras de la Academia Sueca cuya labor ha estado tan llena de polémica en los últimos años porque me devolvieron la poesía, regalo invaluable. Pero sobre todo agradezco a Louise Glück por tomarse la poesía en serio y en calma. Por recordarme que la poesía y la literatura no solo tratan grandes temas, grandes narrativas, grandes discursos. Menos aún, grandes performances. La poesía sobre todo se trata de la contemplación, del respiro, del momento, de uno mismo.

Aunque no sea mi mejor poema (¿acaso no siempre habrá mejores y peores poemas?) ya no quiero persuadir a nadie para que no lea la primera página. Por el contrario, quiero reiterar que esa es lo que soy: ístmica, difícil, volcánica. Y que saludos cordiales.

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