Sin tacones (carta a Diana de 13 años)


Diana Campos Ortiz_ perfil Casi literal¡Hola, Diana!

Le escribe Diana del 2020, unos días después de cumplir 34 años. Fue un cumpleaños sin fiesta, es que estamos en una pandemia, algo inimaginable. Hay un virus en el mundo que ha paralizado más o menos todo: desde viajes en avión hasta el fútbol; desde las misas hasta las fiestas. Esto no se parece a los ataques zombies de los que sus amigos del colegio hablan, aunque algo tiene en común por lo distópico del panorama.

En este tiempo de pandemia, sin embargo, siguen pasando cosas. Muchas. Algunas en vivo y algunas virtuales. La humanidad (quienes pueden conectarse) cada vez se relaciona más por internet, de ahí lo distópico. Eso sí, ahora conectarse es más fácil, ya no hay que encender el escandaloso router.

Cada vez se ve menos tele y ya no es tan terrible no tener cable en la casa. Ahora se pueden ver series en la compu, a través de internet (ya no hay que ir al videoclub a alquilar el casette del VHS, eso facilita las cosas). Hace unos días vi una serie que en parte me hizo recordarla, por eso le escribo. Es de una niña pelirroja, huérfana e inusual que inventa historias con sus amigas y las escribe en el escaso papel al que tiene acceso desde su isla candiense del siglo XIX.

¿Qué me la recordó? El sufrimiento por ser pelirroja y la imaginación desbordada. Como ella, nosotras también sufrimos la estridencia del color de nuestra cabeza colorada. ¿Se acuerda todas las veces que nos mojamos el pelo para oscurecerlo? Como ella, nosotras también nos pasamos la vida inventando historias fantásticas, románticas, místicas y épicas. Como ella, también nosotras buscamos, amorosas y optimistas, las raíces de las ancestras.

Le quería agradecer porque ahora tengo claro que todo lo que soy es una consecuencia de ese ímpetu y de esa disconformidad desde la cual usted vive. También, por escribir esas redacciones en español y esos cuentos en francés. Además, por pasar todas esas horas leyendo en el jardín, jugando fútbol en la calle y riéndose con esas niñas originales y creativas que son sus amigas. Y, finalmente, por tomarse con tan poca seriedad las cosas aburridas de la vida.

Gracias porque fue a usted a la que se le ocurrió que cuando fuera grande yo me podía dedicar a escribir. Lo que usted escribe me da un poco de vergüenza, se lo digo con todo el cariño; sobre todo, cuando la profesora de español la pasa al frente a leer en voz alta sus crónicas de viajes imposibles. Pero esos textos están llenos de encanto y de imaginación, Diana. De eso se trata. De escribir. A la larga sé que fue una buena ocurrencia. Compleja, espinosa, tortuosa y empinada, pero buena.

El mundo ahora es más feo, más injusto, más violento y menos esperanzador, pero va a conocer una palabra que se llama resiliencia y otra que se llama resistencia, que hacen que la realidad sea más llevadera.

Me he estado acordando mucho de ese viaje que usted acaba de hacer en bus hasta El Salvador. Qué aventura y qué privilegio para una niña de su edad llenarse los ojos de los ríos, los bosques y las calles de Centroamérica. Y es lindo porque ahora yo también trabajo en Centroamérica, tratando de que algunas cosas cambien. Justo en lo que usted quiere trabajar cuando sea grande.

A pesar de que la realidad está llena de absurdos (un ejemplo: la gente se pasa la vida dando likes o esperando que le den likes en las historias sobre su vida cotidiana que publican en las pantallas de sus teléfonos) también hay cosas buenas pasando. La que más me gusta: el movimiento feminista. ¿Se acuerda que hace poco se escapó para ir a una marcha por el Día de la mujer? No tiene idea de lo que son ahora: color, fuerza y pura disrupción. Vale la pena llegar aquí para ver esto. Ya no se trata solo de la paridad de género en la Asamblea Legislativa, sino de ser nosotras mismas. De poder serlo.

Pero entonces, la razón central de esta carta es felicitarla, Diana: llegamos a los 34 años sin usar tacones.

Ese modelo de ser mujer que tanto le asusta fue solo eso, un susto. Aunque parezca mentira, va a llegar a los 30 y trabajar en cosas medianamente serias usando tenis y jeans. Hacerse mujer no significó maquillarse, ni usar tacones, ni dejar de jugar con la arena en la playa, ni tener las uñas largas y siempre pintadas, ni utilizar productos contra el envejecimiento de la piel, ni decir bloomer en vez de calzones o cutis en vez de cara. Ni siquiera significó tener que usar brassier siempre.

Hacerse mujer, eso sí, significó abrazarla con amor y respeto, a usted y sus miedos, a sus esperanzas, sus saberes y sus dolores. Abrazarla toda, incluido el pelo rojo bajo el sol tropical.

No va a ser fácil llegar hasta aquí, Diana. Le va a tocar pasar depresiones y tristezas, un camino sinuoso que a veces da vueltas sobre sí mismo. También va a tener que tomar decisiones. Algunas muy dolorosas, algunas liberadoras. Va a pasar por duelos angustiosos y en cosa de años su vida se va a desmoronar y se va a volver a construir con una fuerza que a veces parece sobrenatural. Así varias veces. Además, va a ser mamá por decisión y va a querer que todas las niñas de su edad crezcan con esa certeza. Va a conocer a personas fascinantes, visitará lugares increíbles y muchas veces va a sentirse perdida. Eso hay que presupuestarlo porque no hay mapa del camino propio.

Gracias, Diana, por ser una niña rebelde, auténtica, creativa y curiosa. Sé que no es fácil (ni lo será), pero es la única forma de ser. Tengo la certeza de que no me hubiera atrevido a perderme tantas veces si hubiera tenido que hacerlo usando tacones y sin su compañía.

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