Alrededor del vértigo de las Nicaraguas


En un pequeño establecimiento comercial de Managua recuerdo haber visto, colgado de una pared apreciable desde la entrada, un retrato del último de los Somoza que gobernaron Nicaragua durante casi medio siglo hasta 1979. Para mí, criado en los años de 1990 en un entorno de «patrialibreomorir», «venceremos» y «laluchasigue», junto con romerías a La Plaza el 19 de julio, ver ese sonriente y lozano rostro del pasado (que no podía sino considerar) infame exhibido tan orgullosamente resultaba, por decirlo suave, chocante.

Poco después empecé a considerar algo que ahora resulta más que evidente: con la revolución hace 40 años, estalló también en muchísimas piezas el país que irremediablemente compartimos más de siete millones de personas aquí, allá y acullá. Hubo en la década de 1980 algo que llamaron una «Nueva Nicaragua». Pero hubo y hay también otras, múltiples y en ocasiones contradictorias Nicaraguas. Existe una especie de «nicaraguanidad» en la que convergen muchas formas de sentir y pensar la nación, y una es la que sostienen algunos nicaragüenses desde lo que han vivido durante muchos años como un exilio forzado y doloroso.

De estas «otras» Nicaraguas extraterritoriales emanan también «otras» culturas nicaragüenses, en cuya teórica sumatoria debemos buscar una aproximación a lo que más o menos significa hoy esa fractura que muchos continúan llamando patria. Con eso en mente leo Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia, publicado en 2012 por Roberto Carlos Pérez con la editorial Leteo en Managua. Pérez, que nació en la Granada nicaragüense en 1976 y debió dejar el país a los 11 años, huyendo con su familia de la guerra en que degeneró el choque de algunas de aquellas Nicaraguas, ha residido durante más de 30 años en Estados Unidos y representa —hasta donde es posible que alguien represente algo— parte de esa extrañeza y esa dispersión, y esa contradicción que es ser nicaragüense.

El libro, que significó para su autor el retorno a la primera lengua (que nos gusta llamar materna) tras el desarraigo que debió soportar al integrarse sí o sí in the American way of life (and speak), contiene ocho piezas que pretenden llevar de la mano al lector a través de una galería histórica: inicia con un episodio de crueldad colonizadora poco después de la conquista de lo que hoy es Nicaragua, a principios del siglo XVI, en contra de un líder indígena en resistencia; avanza luego hasta el XIX, introduciendo el que será el personaje de mayor ficción en todo el volumen (un apócrifo hijo del coronel Aureliano Buendía), puesto en medio de la llamada «Guerra Nacional» de Nicaragua; y aterriza a continuación en el XX, donde sus personajes van a ser un músico en la fase álgida de su lepra, un poeta que ha sucumbido a la esquizofrenia, un sacerdote que protege a un grupo de poetas supuestamente subversivos, un sexagenario desahuciado que recuerda un episodio traumático de su despertar sexual, un adolescente a quien sus padres ocultan de los reclutadores del Ejército para evitarle la experiencia de la guerra y un muchacho que puede considerarse el alter ego de Pérez, trompetista que recibe en su casa en Washington, D. C. la visita del fantasma de su abuelo, que trata de aliviarle la carga emocional que la «violencia revolucionaria» dejó permanentemente en su espíritu siendo un niño en Nicaragua.

Si un mérito puede señalarse en este libro, es la introducción de la noción de «vértigo», entendida como la incapacidad del observador de comprender si los eventos a su alrededor están efectivamente ocurriendo y si constituyen un verdadero movimiento, en este caso histórico, o si se encuentra más bien atrapado en un estanque de fango e inmundicia. Un vértigo que en cualquier caso genera parálisis. Esta atrofia en el entendimiento y en la percepción es notoria en muchos de sus personajes. Y es algo que debemos evitar, tomando la distancia necesaria, ni tan cerca ni tan lejos, de lo que sucede en nuestro entorno. Tal vez así podamos construir un equilibrio.

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