Nicaragua: laberinto de silencios


rsz_2018-08-22-07-22-13-043A mediados de esta década se reeditó en Managua, bajo el sello del Fondo Editorial Soma, la novela ¿Te dio miedo la sangre?, del ya por entonces celebérrimo Sergio Ramírez. Los editores, un par de veinteañeros nicaragüenses llamados Johann Bonilla y Luis Báez, también escritores, tuvieron la gentileza de invitarme al acto de presentación como panelista junto con Cindy Regidor, periodista. Esa noche, ante un público reunido en una librería en la capital de Nicaragua, conversamos, pues, ella y yo, también veinteañeros, con un Ramírez que, por su edad, podía, en una absurda realidad alterna, ser abuelo de cualquiera de nosotros. Su única condición previa: no hablar de política.

La charla, por consiguiente, discurrió lo mejor que pudimos sobre temas netamente literarios y, considerando el argumento de la obra —publicada originalmente en 1977 y ambientada en los años cincuenta—, históricos. La restricción impuesta por el autor para el evento, si se piensa sobre todo en el peso de su figura política en la vida nicaragüense, dejaba un vacío importante que, sin embargo, no resultaba del todo extraño para las personas ahí presentes: tanto en público como, quizá sobre todo, en privado, hablar de «esas cosas» en Nicaragua es (o era por aquellos días) poco menos que un tabú. Mi generación recibió como herencia, entre otras cosas (buenas y malas), un fardo de silencios por parte de quienes vivieron antes que nosotros.

Son tal vez estos vacíos en el relato de la historia nacional los que intenta ahora salvar la nueva generación de narradores nicaragüenses. (Quien conozca medianamente la literatura de este país sabrá que ya el solo hecho de invocar una generación completa de narradores supone algo parecido a un quiebre en su tradición, largamente dominada por la poesía). Es al menos lo que pienso ante un título como La fuga, colección de nueve relatos editada por Leteo en Managua en 2013 y escrita por Berman Bans, nacido en la misma ciudad en 1976 y también poeta y fraile capuchino.

En este libro, personajes minúsculos nos muestran sus miserias ligadas fatalmente a los destinos del país que habitan, del país que los encierra, de la nación inconclusa que se reclama siempre otra. Bans acomete una empresa decididamente costumbrista, en la que los escenarios escogidos —algunos barrios populares de Managua, un pueblo costero del Pacífico nicaragüense, residenciales clasemedieros más o menos exclusivos— resultan ser más que simple decorado. Espacio también permeado por el tiempo histórico que la mirada del narrador decide enfocar: episodios más bien sórdidos (y a veces dolorosos) de la vida privada de personas en la Nicaragua de los años ochenta y noventa del siglo XX, pero también —y esto es quizá lo más interesante desde mi perspectiva— en una hipotética Nicaragua semitotalitaria de los años treinta del siglo XXI, donde la voz profética de Bans nos arrostra la posibilidad palpable de un proyecto político fascista que se habría estado incubando frente a nosotros todos estos años sin que supiéramos o quisiéramos verlo.

Y es que resulta difícil ver lo que no se nombra, conjurar un mal que no se conoce. La distopía bansiana que menciono arriba se reparte dentro de La fuga en tres de sus piezas: «Antes de la niebla», «Desde la niebla» y «Después de la niebla», en las que un grupo de neonazis encabezados ideológicamente por una suerte de poeta maldito de la oligarquía nicaragüense asecha ferozmente la idea de nación de este país centroamericano, que hoy por hoy, aquí en esta realidad en que vivimos, reclama a gritos una refundación. Los silencios más apremiantes, los que más urge atacar son, sin embargo, si nos dejamos llevar por el guiño que el autor nos hace al titular su libro igual que el relato con que lo cierra, aquellos de nuestra propia intimidad, esos monstruos que duermen bajo nuestras camas y respiran frente a nosotros. En «La fuga», el cuento, asistimos al relato de las víctimas de un depredador sexual que abusa sistemáticamente de niños y adolescentes futbolistas aprovechando su posición de poder como su entrenador. Nos toca ya echar abajo el fardo.

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