Paz en América… o no


rsz_2018-08-22-07-22-13-043Volvemos a ver a nuestro alrededor y es difícil ser optimistas sobre el futuro. «¡Ya viene el cortejo!», celebraba Darío, inflamado el pecho de algún incomprensible ardor patriotero. Él tenía entonces menos de 30 años y quizá el siglo de las matanzas que vendría luego aún parecía improbable. Ese mismo muchacho ―que enaltecía la «marcha triunfal» de algún ejército que retornaba de la guerra― se convencería después, a sus 47 años, habiendo iniciado el horror en Europa en 1914, de lo estúpido que es celebrar la violencia y exhortaría a los pueblos del continente donde había nacido que vieran el ejemplo «de la Europa deshecha». «No; no dejéis al odio que dispare su flecha,/ llevad a los altares de la paz miel y rosas». Y que no buscaran las tinieblas ni persiguieran el caos ni regaran «con sangre nuestra tierra feraz».

Este poema, «Pax», lo leyó en público por primera vez en Nueva York, mientras hacía su viaje de retorno a Nicaragua proveniente de París, donde vivía, para finalmente morir en 1916 en el León de su infancia. De manera que el hombre que se hacía llamar Rubén Darío apenas alcanzó a ver los comienzos de una lógica destructiva hasta entonces desconocida por la humanidad. Con las revoluciones industriales y los avances de la ciencia, la tecnología de la muerte se refinaría a niveles tales que en esa guerra que angustiaba a nuestro poeta hubo batallas en las que, en apenas semanas, morían cientos de miles de hombres. Y ya sabemos el resto de la historia: todo el siglo XX estuvo salpicado de sangre, sufrimiento y crímenes imperdonables; pero qué decir salpicado: estuvo inundado, casi se ahoga. ¿Y no estamos ahora ante escenarios que parecen anticipar otra conflagración masiva?

Las potencias juegan su geopolítica acrobática, se imponen mutuamente sanciones económicas, inventan barreras arancelarias, miden fuerzas en guerras satélites, se expanden y aumentan su arsenal, se reconfiguran alianzas. En medio de esas tensiones que parecen preludiar reajustes en las hegemonías globales, países con poca o nula influencia en el concierto de naciones deben moverse con cuidado a fin de no acabar como piezas de sacrificio en un ajedrez interminable. No nos engañemos: aquí nadie está jugando en serio a acabar con el capitalismo, no es ese el trasfondo del asunto; son varias versiones del mismo sistema económico las que están en pugna. Más o menos igual que en 1914.

En aquel año, Estados Unidos aún no era la superpotencia que nosotros conocemos; de hecho, sin las guerras mundiales difícilmente hubiera conseguido ese estatus. Darío pensaba por esos días que la locura europea de la muerte se mantendría lejos de suelo americano si todos los países de este continente se mantenían juntos; así lo hace pensar el final de su poema:

Paz a la inmensa América. Paz en nombre de Dios.

Y pues aquí está el foco de una cultura nueva,

que sus principios lleve desde el Norte hasta el Sur,

hagamos la Unión viva que el nuevo triunfo lleva,

The Star Splanged Banner, con el blanco y azur…

Hoy no se ve completamente claro que, en caso de estallar un conflicto global, este vaya a quedar fuera de suelo americano. Es difícil ser optimistas sobre el futuro. Y a estas alturas sabemos de sobra que no basta con rezar.

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