Remando contra la oscuridad: poesía transrevolucionaria nicaragüense (II)


rsz_2018-08-22-07-22-13-043Esa necesidad de reconstruir el Yo individual —que parece ser la tarea generacional de los poetas y escritores nicaragüenses de hoy— tendría que desembocar a su vez en una reconstrucción del Yo colectivo, de un Nosotros que ha estado fragmentado desde hace varios años pero que aparece más roto, más evidentemente roto, desde que en abril último estallaron protestas en contra del Gobierno de Nicaragua y se empezaron a apilar los nombres de muertos, heridos, presos y desaparecidos. Ese desmoronamiento de la psiquis lo ponía ya en evidencia Reynaldo Bordas (el otro leonés, nacido este en 1989) con algunos recursos que utiliza en su poesía, como la mención de alguien llamado Reynaldo en sus poemas. En «Observación para Reynaldo» coloca una nota donde asegura que el texto fue escrito colaborativamente con su «hermano» Reynaldo David Ríos, aunque bien podría tratarse de una argucia; sea como sea, hay otros poemas donde un Reynaldo vuelve a aparecer, como en «Niño peinado de partido al lado», cuyos versos finales dicen:

En el pelo llevo una trinchera enrojecida

que escandaliza los gritos a mi paso.

Me detengo hoy con dieciséis años de más.

Sin despeinarme, abriré sus pancitas,

cortaré su lengua.

Hay otras lenguas enredadas en los andenes.

Voy a usarlas de prensa pelo

sin descuidar la manera de ponerme elegante

que mamá me enseñara.

Tomé, Reynaldo, la firmeza de la tierra.

Me vencí.

Para Bordas, su identidad necesita ser reivindicada, sanada y reafirmada ante una realidad que debe ser vista desde una distancia prudencial para no desgarrarse de tan dolorosa, para no volverse loco de tan intensa. Y esa distancia ―según Ricardo Ríos― se gana en el territorio de los sueños, donde ocurre mucha de su poesía incluida en este libro cuyo título es tomado precisamente de un verso suyo. O también en el reino de lo cotidiano (un zapato, una casa, la lluvia), o sus distintas formas de ver a la mujer (amante, madre, amiga), o también en los recovecos de la infancia. Pongamos un ejemplo: en su «Nocturno X» (dedicado a su madre, María Elena García, según reza un epígrafe) dice, con sus períodos gramaticales extensos:

María,

en tu cama pueden verse florecer las almohadas

como señoritas que no entenderían

la participación de las fundas en las picaduras de tus mejillas,

porque todo lo que resta de onírico en tu cabeza

está remando contra la oscuridad.

Y así, remando contra la oscuridad, es como varios de los poetas y escritores coetáneos de Ricardo han estado enjuiciando la historia que les fue heredada. Vuelvo a citar mi trabajo monográfico de 2017, de mi quinta conclusión («la Historia Nacional será llevada a juicio»):

Uno de los procedimientos que emplea esta generación en el ordenamiento de sus alegatos en contra de la Historia es el recurso a las historias, el oponer al Gran Relato Colectivo de héroes y villanos uno alternativo, minúsculo, privado, del que pueda sacarse cuentas más detalladas de los gastos y los beneficios de las empresas nacionales, de construcción de la nación.

Ha sido lo doméstico por encima de lo público, lo íntimo por encima de lo colectivo, lo que ha privilegiado a estos poetas hasta ahora. Ya se verá si la poesía (y la literatura en general) se modifica en Nicaragua como producto de las tensiones con su realidad sociopolítica, que continúa su ritmo vertiginoso, su cadencia dolorosa, su propia transformación necesaria, al mismo tiempo que esta línea llega a su aparente fin.

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