Luis de Lión


Eynard_ Perfil Casi literalEl domingo 15 de mayo de 2016, José Luis de León Díaz, mejor conocido como Luis de Lión –maestro, dirigente magisterial, integrante del PGT (Partido Guatemalteco del Trabajo), idealista, crítico, escritor y poeta oriundo de San Juan del Obispo, aldea de Antigua Guatemala– cumplió 32 años de haber sido secuestrado y luego asesinado (sabemos que fue el 5 de junio del 1984) bajo el gobierno de Óscar Humberto Mejía Víctores, después de haber derrocado al tirano Efraín Ríos Montt, aunque hablando con el corazón en la mano, toda esa retahíla de militares fueron unos tiranos de primerísimo nivel.

Luis de Lión nació el 19 de agosto de 1939 y apareció en el temible Diario Militar en 1999, cuando se dio a la luz la información de 183 personas asesinadas por el Estado entre 1983-1985 bajo el auspicio de Estados Unidos, el mismo Estados Unidos que apoyó la destitución de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti –nada más lo menciono para estar atentos–. Pues bien, en este horroroso Diario Militar, Luis de Lión se encontraba bajo el número 135, el seudónimo Gómez y perteneciente al Órgano Medio del PGT, indicando que lo capturaron a las 17:00 horas en la 2da. Avenida y 11 Calle de la zona 1 de la capital guatemalteca. Hasta la fecha su cuerpo nunca ha sido encontrado.

Luis de Lión, el inventor, el malabarista, el rey, el que habla de cielos, de pájaros, de volcanes, de ríos, de infiernos y vírgenes, de perros, de gallinas, de campanas, de borrachos, de fuego y viento («primero fue el viento…»), de niños y de poesía, y de amor y de amaneceres. Su obra, total, completa, lo que nos queda, lo que han publicado, a mi parecer y a pesar de que fue cortada de tajo en la madurez precisa y en esa edad –cortos 45 años– en donde parece que la palabra se adapta mejor a lo que dice nuestra cabeza, nuestra alma y nuestro corazón; a mi parecer es esencial y con la fuerza suficiente para estremecernos el alma.

Desde la crudeza de Los zopilotes y Su segunda muerte; el baile palabraresco, los juegos eróticos, la verbalidad campechana y coloquial, la sensualidad y el trasiego de la Virgen Concha (la-una-en-sí-misma) (la que tenía la «felicidad eterna con el cielo que traía en las piernas») y la otra, la Virgen de la iglesia, la Ladina, la que todos adoraban, querían y deseaban, «la que solo es madera estéril» de El tiempo principia en Xibalbá; el «Ojo del Universo» y el «Tarzán de los monos» de La puerta del cielo y otras puertas; del retorno a la niñez con su selva de animales, flores y plantas, y el amor a flor de piel de los Poemas del volcán de agua y Poemas del volcán de fuego; del simpático libro infantil El libro de José y el genialísimo experimento del taller de poesía infantil que se publicó bajo el título de Una experiencia poética. Estas obras son las que podemos tener de Luis de Lión a nuestro fácil alcance, podemos saborear sus juegos, divertirnos, consolarnos y conmovernos con sus versos, sentir su literatura, su ritmo cadencioso y su visión de mundo integral, complementaria y sabia para poder entender Guatemala, para poder entendernos como guatemaltecos, para comprender y luchar en contra de la injusticia, la explotación y la pobreza, y para poder entenderse él, como escritor y como poeta, como padre, como amante, como hijo, y además, después de todo, como individuo kakchiquel en un mundo ladino –ojo que aquí tenemos la visión de un escritor, poeta y ser humano kakchiquel, ser humano sincero que externiza su mundo y su visión como indígena que mágicamente había sido plasmada por Miguel Ángel Asturias; digo mágicamente, pues él hablo del mundo indígena a partir de eso, de la magia, del rito, de la religión, de la ceremonia, de su universo, entrecruzándolos con técnicas narrativas que se conjugaban perfectamente como forma-fondo-estilo. Pero a raíz de esto, no fue casualidad que Luis de Lión fuera quien proclamó que era la hora de matar a Asturias, leyéndolo y releyéndolo para poder entenderlo cada vez mejor y poco a poco crear contrapartes de su versión, la versión asturiana del mundo indígena, ahora era el momento para la versión del indio por un indio (como dijo Mario Roberto Morales), para que la voz indígena se proclamara como adalid y verdad de su propia voz, de su propio cuerpo, de su propia esencia.

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