Todo y tanto más palabras


Eynard_ Perfil Casi literal

Los recuerdos se difuminan, así como la vida se difumina y a veces creo que siempre hablo de lo mismo. Un error cometido en la vida puede ser el más fatal de todos, el menos implorado, el más llorado porque bien que podría significar, puede contener y arrastra como una gran inundación lo más importante y sagrado que se conoce hasta el momento y que, apuesto, así será. Ese error puede ser el de los destinitos fatales de Caicedo, puede ser el que nos acompañe durante toda una existencia en una racha infalible de desastres junto con insolencias dentro de nosotros mismos, inoportunidades que se afianzaron a nuestro espíritu y nunca más nos soltarán, una voluntad invaluable pero destrozada en donde puede que ya no exista continuidad alguna. Ese es el problema: la reposición, el levantamiento después de una caída como nunca otra. Por lo que he escuchado, a veces, parece que esto es de lo más normal a la común vista de todos, algo que de seguro es necesario para los inescrutables designios del mundo y de la vida que se nos atraviesa. Pero el problema es que cuando ocurre es increíble, así, como es tal la palabra: in-creíble. El fin parece estar o, seguramente, está a la vuelta de la esquina, en cualquier momento, en cualquier día, a cualquier hora puede estallar todo y las palabras saldrán como un par de puñaladas directo al corazón, al fondo del pecho en donde no tendremos ocasión de librarnos de la muerte junto con esa carga de vergüenza por el error cometido que debió haber sido ni siquiera nombrado, ni siquiera soñado, ni siquiera pensado como forma de irrealidad, pues la debilidad nos absorbe y hacia dónde vamos a ir con eso. Ya es demasiado tarde cuando las cosas ocurren… parece que muchas cosas se acabaron y el desastre nos alcanzó.

Se sabe que es necesario respirar para vivir y muchas veces se quiere respirar pero el aire no llega, es demasiada la espesura del momento que se vive, ese aire que se necesita pesa millones, pesa la cantidad necesaria para destrozar nuestra garganta y para que nuestros pulmones exploten por alguna extraña razón para que, como deseáramos, todo, en verdad, pudiera cambiarse y terminarse de una vez por todas. La muerte a qué nos llevará y esta eterna jodedera del eterno retorno: ¿será verdad? En una novela de Juan Marsé un hombre se pregunta con desilusión y enfado por qué volver a nacer y peor aún si se hace bajo las mismas condiciones: la misma patria, la misma pobreza, la misma mujer… (todo esto depende hasta donde no más y obviamente hasta donde no sabremos nunca jamás nada de la vida).

El dolor y la vergüenza implacable, la realidad desnuda frente a nosotros que nos dice sí, aquí estamos y esto sos, ¿no te basta?, ¿es necesario seguir acrecentando tanta mierda más? No sé, porque para la vida y para este destino cruel en donde se termina siendo una mierda parece que no le basta, siempre se quiere más y más y más hasta terminar enterrado bajo los escombros de lo que cosechamos, de lo que creamos: un monstruo voraz que comerá y destruirá cuanto encuentre a su alcance. En fin, el mundo se carcome y se cae a pedazos y tantas veces nosotros con ellos de igual modo sin ofrecer resistencia, pensamos que lo éramos, pero somos demasiado débiles y la corriente nos lleva hasta traspasar el horizonte y ahí es donde se vislumbra que ya no habrá vuelta atrás a menos que nuestra capacidad de contracorriente sea excepcional. La esperanza de la diferencia y de esa resistencia para irse, acabarse, destrozarse y no queda otra cosa que un vacío que se siente hasta el final del mundo que podemos ver como el final del nuestro, la terminación culminada, la desgracia arremetida contra nuestra conciencia. Lo invaluable de la invaluabilidad dentro de un mecanismo, un proceso, un marco de razonamiento y valores fue traicionado y qué más queda que empezar de nuevo pero con una conciencia sucia y llena de traición involuntaria pero hecha al final de cuentas. No queda de otra: la regeneración después del incendio, si es posible, y cargar con esa piedra hasta el infinito, pobre Sísifo. Ahí está la universalidad de aquel que se levantó como cucaracha, como esta que hace unos segundos vi caminar a la par mía, la intimidad a secas, la identificación a secas de que a cualquiera, en cualquier momento y cualquier situación le puede ocurrir. Sentirse indefenso ante el mundo porque, esto ya es más cuestión de circunstancias, elegimos nuestra propia mentira hasta ser descubierto por esas mismas circunstancias, fuimos develados por el mundo y la vida que nos quitó ese velo que nos escondía para volvernos locos y desconfiar y ser desconfiados de nuestra propia integridad, con qué razón, cómo no.

¿Quién es Eynard Menéndez?

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