Arquitectura fantástica


Diana Campos Ortiz_ perfil Casi literalDe pequeña, dibujaba casas. Grandes y pequeñas. Complejas y sencillas. Ultramodernas y antiguas. Las dibujaba a mano alzada, con escuadra y compás o en computadora. De todo tipo. Casas de dos pisos, de tres pisos, de solo una habitación, palacetes de formas raras, jardines con laberintos, ciudades con todo tipo de edificios.

De pequeña, también dibujada barcos, castillos, pirámides, cuevas con tesoros, bosques encantados, templos de civilizaciones extintas, carretas coloridas. No solo las dibujaba por fuera. También dibujaba los planos.

La casa donde vivía era (y es) mi principal inspiración. Era una casa sencilla de dibujar por fuera, la legítima casa de dibujo infantil: con techo de doble agua, puerta en el centro, ventanas a cada lado de la puerta, caminito hacia la entrada e incluso un árbol en el costado. Por esa casa aprendí a dibujar en perspectiva.

La historia que me contaba era que de grande iba a ser arquitecta como ellos: mi papá y mi mamá. Sin embargo, cuando tenía 15 años me descubrí enojada porque justo en ese momento, a inicios del siglo XXI, el paisaje de mi pueblo cambiaba drásticamente. Ahí donde solo había barro, ardillas, árboles, jocotes y café pasó a ser el epicentro de varios residenciales para la clase media y alta con casas diseñadas por ellos, los arquitectos. Así que de grande decidí no ser arquitecta.

Eso no me quitó la afición del diseño. Mis cuadernos del colegio, y sobre todo los de la universidad, se convirtieron en álbumes con planos de espacios diversos. Catálogos enormes de diseños en hojas de rayas entre apuntes sobre filosofía, literatura e historia universal y centroamericana, desde el neolítico hasta entrado el siglo XX.

En algún momento me di cuenta de que dibujaba los planos para imaginar mejor las historias, las propias y las ajenas. Historias vividas, inventadas, escuchadas, leídas… Por esa época, también a los 15, comencé a leer mucha literatura latinoamericana y me descubrí dibujando las casas de las novelas que iba leyendo. Para entender mejor, por ejemplo, aquello del castaño en el fondo del patio de Macondo o el baño de donde salían las mariposas amarillas de Mauricio Babilonio en Cien años de soledad, o aquello de la «Casa tomada» de Cortázar, o el árbol de naranja en La mujer habitada de Gioconda Belli. Y ni qué decir del paraíso de laberintos que me ofreció Borges. Pura arquitectura fantástica.

La casa en la que crecí, además de ser la típica casa que dibujan los niños (con un plus porque tiene una ventana con forma de estrella justo debajo de donde se juntan las dos aguas del techo) también es una legítima casa de novela latinoamericana. Con cosas viejas, ollas grandes para hacer tamales y frijoles, libros de masonería y ciencia, santos de varios siglos, historias de guerras, exilios, componendas políticas, familias numerosas, amores secretos, plantaciones de café y, por supuesto, fantasmas.

Siempre he sentido que nací en un lugar donde las historias, la Historia y la Arquitectura se interceptan de forma sorprendente, mágica, precisa. Y ese lugar en el mundo es la casa de mis abuelos, la Casa de la Estrella.

Así me he ido dando cuenta de que leer y escribir han sido mis formas de ejercer y disfrutar de la arquitectura. De llevar a la práctica el diseño que tanto disfruto. De imaginar otros mundos, los posibles y los paralelos, los pasados y los venideros, los que me gustarían y los que no.

Esta tarea de escribir me permite diseñar casas, pisos, naves y, sobre todo, personajes en espacios determinados. Algunos realistas, otros históricos, otros absurdos y algunos fantásticos.

A diferencia de la arquitectura estructural, yo sí puedo hacer lo que me da la gana con mis diseños. Por ejemplo, hacer casas sin cimientos, edificios de varios pisos de bambú, construcciones con paredes de hiedra en vez de varillas, escaleras que no llegan a ningún lugar, casas de árboles en medio de la ciudad y cosas por el estilo. Ejemplos varios de arquitectura fantástica.

Esto es «Arquitectura fantástica», mi columna en (Casi) literal compuesta de piezas diversas de la arquitectura contemporánea y posmoderna centroamericana. Inició hace cinco meses pero está en construcción perpetua. A veces se derrumba, a veces se remodela, a veces se reconstruye. A veces, a pesar de la arquitecta, se pone en cuarentena.

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