Los despistes de la humanidad


Mateo Benítez_ Perfil Casi literalUn mundo le es dado al hombre pero la satisfacción de este regalo dependerá de quien lo observe. Los griegos, por mencionar un ejemplo, concebían un mundo ordenado, creado para ser vivido y disfrutado, pero sobre todo, para ser comprendido. Comprender el mundo, el universo, la vida, el éter, lo incomprensible. No en vano ciertas palabras como cultura, civilización, ciencia, filosofía y ética, entre otras, se las debemos a esos seres barbudos y místicos que vemos en los museos. Miles de años después, Carl Sagan, reconocido divulgador científico, enfatizó que «nuestra especie necesita y merece una ciudadanía con la mente despierta y una comprensión básica de cómo funciona el mundo». Sin embargo, desde la cultura homérica hasta nosotros han sucedido tantas peripecias que la imagen de un mundo ordenado desaparece a pasos agigantados.

Un mundo incomprensible se nos presenta desde cualquier punto que lo queramos ver. Para el griego, su mundo era de carácter teleológico cuyo destino se dilataba, como lo expuso Aristóteles, hacia la causa primera, o sea, el Creador. Por su parte, el hombre medieval ―fuese rey, siervo o esclavo― vivía convencido de que la estadía en este mundo era pasajera; por los mismos años, al otro lado del Atlántico los diversos grupos indígenas afirmaban que cada movimiento de esta tierra era la manifestación de la voluntad de los dioses.

La ciencia occidental trajo a la humanidad la potestad de describir los mecanismos físicos que mueven al mundo (la ley de la gravedad, la ley de la relatividad, etcétera) mientras que la filosofía (Platón, Aristóteles, Kant, etcétera), por otro lado, introdujo la descripción de los eventos espirituales de nuestra cultura, sin embargo, a medida que se descubren nuevas teorías y leyes, el mundo nos parece más ofuscado. Y ¿acaso no es paradójico que un ser minúsculo con un promedio de vida de 60 años pueda comprender los misterios de un universo con millones de años de antigüedad? Los descubrimientos y la aparición de nuevos pensamientos pro-marginales propios de las ciencias sociales trajeron renovadas perspectivas difíciles de describir y unificar. Al ético de nuestros días se le devanan las conjeturas cuando por casualidad es testigo de campañas de protección para los caninos domésticos y en la siguiente calle presencia una marcha a favor del aborto, y luego, en otro lugar ve marchar a un grupo LGBT mientras al unísono gritan “Dios es gay”; entonces surge la pregunta moralista: ¿Qué ha sido de ese mundo ordenado?

La humanidad, en palabras de Fernando Savater, ha recibido tres reveses que aún no supera. El primero vino de las observaciones hechas por Galileo Galilei, cuya sentencia “no somos el centro del universo” fue el despertar de un muy dulce sueño. El segundo se desprende de las investigaciones hechas por Charles Darwin; a partir de sus conclusiones, el hombre no es un ser creado perfectamente «a imagen y semejanza de Dios» sino un ser imperfecto resultado de una lucha por la supervivencia llevada a cabo por miles de millones de años. Cuando las teorías son comprobadas se les llama ley; la ley de la conservación de la energía, la ley de la gravedad, las leyes de la termodinámica, las leyes de la conservación de la materia y otras tantas primero fueron teorías, pero sus respectivas demostraciones ya fueron expuestas; entonces ¿por qué seguimos llamando teoría a las investigaciones de Darwin cuando son tantas la evidencias que la comprueban? Teoría de la evolución es el eufemismo con el que asignamos nuestro origen, desde la primera célula aparecida en los antiguos océanos hasta nosotros. El tercer revés vino de los estudios clínicos de Sigmund Freud, para quien las acciones del hombre son guiadas por el inconsciente: nuestros sueños, así como nuestros impulsos, son las manifestaciones de nuestra libido; con Freud, el hombre no es dueño de sí mismo. De ser la creación perfecta y centro del universo, nos convertimos en un ser insignificante abandonado a las orillas del océano cósmico, como diría Sagan.

Entonces ¿qué podemos concluir acerca de este regalo que se nos ha dado? Con su arte, su ecología, su historia, su atmósfera, sus problemas… Un mundo le es dado al hombre y su misión consiste en mejorarlo mediante la creación de otros y nuevos universos.

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