La tienda del barrio


Jimena_ Perfil Casi literal“(…) No entendía cómo podía haber gente que quisiera comprar en un sitio así. No entendía por qué la gente había dejado de ir a las tiendas del barrio para acudir al centro en tropel; en las tiendas del barrio sabían cómo te llamabas y te preguntaban por la familia”.

Catherine O’Flynn

Las tiendas del barrio son puntos clave de reunión. En ellas es posible comprar al menudeo varios productos de primera necesidad que en otros lugares solo se pueden obtener en presentaciones jumbo. La tienda es algo que caracteriza a los barrios, un lugar de visita constante y de encuentro.

Muchos crecimos en los viejos barrios de la ciudad de Guatemala o sus alrededores con un parecido carácter semi nómada por el trabajo o por la frecuencia como área de paso. Podría mencionar, dentro de los que mi experiencia han marcado, el barrio Moderno, barrio de Jocotenango, el barrio de San Sebastián, el barrio de La Candelaria,  el barrio Gerona y el barrio de La Recolección, conformados en diferentes momentos de la historia de la Nueva Guatemala de la Asunción. Ya sea como producto original del traslado capitalino o por necesidad de expansión de la ciudad, cada uno cuenta con la misma experiencia social  generadora de identidad y una afinidad hacia sus rincones y sitios peculiares. En ellos se encuentran  lugares característicos de la memoria histórica del país.

En mi adolescencia una pregunta constante era “¿en qué colonia vivís?”. “No, no vivo en ninguna porque vivo en un barrio”, esa era la respuesta. No son cerrados, no hay garitas que separen el modo de vida. Con el paso del tiempo muchas colonias han transformado su carácter distintivo y han adquirido características más similares a la de los barrios de la ciudad. Actualmente quien busca la llamada exclusividad en vivienda se ubica o traslada a los residenciales o condominios, en los que las abarroterías no figuran como elemento.

Son muchas las tiendas ubicadas en los cada barrio. Se encuentran varias en la misma cuadra, algunas de estas se caracterizan por ser casi exclusivas de quienes buscan un espacio para calmar la sed y convivir con otros después de una chamusca refrescando la garganta con una cerveza. Hay otras en las que la orientación religiosa de sus propietarios o arrendatarios no les permite vender productos como licores o cigarros.

Pero al margen del aspecto romántico que pueda tener el párrafo anterior, la tienda de barrio actualmente es una unidad en la que se ve reflejada la realidad nacional. En ella se puede llegar a comprar la margarina por medias barras, el jabón por cuartos, los huevos y verduras por unidad, el shampoo por sobrecito y demás elementos de la vida cotidiana en pequeñas raciones que se acomodan a la necesidad y al bolsillo, muchas veces contraponiéndose a las realidades de algunos nuevos residenciales o guetos del país caracteriados por casas uniformadas de ambientes medidos a la perfección, con áreas que contienen parques con juegos prefabricados y con jardines de diseñador; casas dentro de las que se encuentran alacenas llenas, cargadas de cuantas mercancías ofrecen los supermercados del país, casi como si fuera cuestión de almacenar todo lo humanamente posible para sobrevivir semanas después de un cataclismo o, en su defecto, para no verse en la necesidad de subir al auto e ir hasta el centro comercial más cercano a deshoras en búsqueda de algo para preparar la cena, pues resulta impensable la existencia de una tienda: eso queda fuera de lo permitido por los reglamentos que han de garantizar el mantenimiento de la apariencia del condominio o residencial para mantener y aumentar su plusvalía.

Por poco más de un año tuve la experiencia de vivir dentro de un condominio. Era un lugar tranquilo, casi no se escuchaba nada que perturbara el descanso. Una de las principales dificultades para mi familia era la distancia entre el lugar al que íbamos a dormir y los sitios de trabajo y estudio; otro gran problema, en especial para mí, era el alejamiento del bullicio, de las vecinas impertinentes, de los vicios, de calles manchadas con grafiti, la ausencia de historia, tradiciones.

A pesar de no haberse tornado como la mejor experiencia, me sirvió de mucho. Supe con claridad que si bien ante la falta de espacios inmobiliarios accesibles nos vemos en la necesidad de ubicarnos en los nuevos proyectos habitacionales y de buscar lo que consideramos mejor para nuestro desenvolvimiento y el de nuestros seres queridos, no debo caer en las propagandas de mercado ni en la falsa construcción de sentido común que dictamina dónde y cómo deberíamos sentirnos realizados.

Al menos por allí, cerca de ese residencial, aún subsistía sobre la carretera frontal una enorme tienda que no le envidiaba nada a las de los bellos y llenos de vida barrios viejos de la capital.

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