Sentencia por Marco Antonio Molina Theissen


Jimena_ Perfil Casi literalNo es tras la muerte a lo que íbamos, es tras la vida.

Enrique Noriega

Algunas veces no necesitamos haber vivido la misma experiencia para entendernos y solidarizarnos. No es necesario haber sentido el impacto del golpe mortal para ser capaces de percibir el dolor.

La desaparición forzada es una de las más crueles y despiadadas formas —o como lo llaman ellos, estrategias— utilizadas en períodos de guerra para fragmentar las estructuras insurgentes. Guatemala tiene una lista de más de 45,000 detenidos y desaparecidos, víctimas del arma ideológica reaccionaria denominada anticomunismo, dirigida por los distintos gobiernos, apoyada por la élite empresarial y latifundista del país y por Estados Unidos, y ejecutada por el Ejército y la Policía Nacional.

Pero hoy no deseo apuntar a las instituciones que desde luego tienen toda la carga de responsabilidad por la vida e integridad de los guatemaltecos, sino a las personas que las integran, porque justamente son sujetos, entes que dentro de las circunstancias particulares de su crecimiento, formación, situación económica o social, tomaron decisiones y creyeron tener la potestad para decidir sobre la vida de otros.

Desde la experiencia de arropar a un hijo por la noche, de tocar su piel y sentir sus manos y mejillas, verlo crecer, jugar a imaginar cómo será su voz cuando crezca, la angustia que nace casi junto con él, la alegría que da a montones la vida… desde esa vivencia, desde ese espacio íntimo que nos conecta a otro ser humano de forma casi incomprensible, decidí cuestionar este día, no solamente a toda la maquinaria sistemática promovida por el Estado de Guatemala y desarrollada por las diferentes instituciones represivas y punitivas del país, sino también al individuo, al otro ser humano deshumanizado que desde su subjetividad pudo perpetuar actos de innombrable bajeza y crueldad. Hoy cuestiono a cada militar, cada policía, cada agente especial y a cada civil que pudo, desde cualquier posición, apoyar o callar ante la ignominia.

Hoy señalo a quienes saben, lo reconozcan o no, que fueron parte activa de una de las etapas más brutales que ha vivido Guatemala y casi toda América Latina. Cada victimario, cada miembro, elemento y persona en general que bajo la excusa majadera y raquítica de salvar a Guatemala de la amenaza comunista se prestó a llevar a cabo la desalmada y feroz tortura colectiva que representa la desaparición corpórea de otro ser humano: los señalo y los condeno a la prisión perpetua de sus propias conciencias. Si la justicia los alcanza seguramente tendrán miedo y vergüenza, lo negarán e intentarán esconderse y justificarse ante sus hijos, hijas, amistades y demás familia, sin embargo, los alcance o no la justicia, los justifiquen con todos los miserables argumentos que puedan usar, ahí dentro de la realidad personal de cada uno, aunque no nos guste, la verdad prevalece. Y esa es otra forma de condena.

El 6 de octubre de 1981, miembros del Ejército sacaron de forma violenta al niño de 14 años Marco Antonio Molina Theissen. Lo tiraron en la parte trasera de un pickup a pesar de los gritos y súplicas de su madre. Su familia jamás lo volvió a ver. Esto va más allá de las ideologías. Este tipo de terrorismo de Estado toca las fibras más profundas y cuestiona nuestra propia humanidad.

Este 30 y 31 de enero continúa la audiencia en el caso Molina Theissen, en donde cuatro militares retirados enfrentan cargos por desaparición forzada y deberes contra la humanidad.

Desde la experiencia de arropar a un hijo por la noche, de tocar su piel y sentir sus manos y mejillas, verlo crecer, jugar a imaginar cómo será su voz cuando crezca, la angustia que nace casi junto con él, la alegría que da a montones la vida… desde esa vivencia, desde ese espacio íntimo que nos conecta a otro ser humano de forma casi incomprensible, desde allí me solidarizo y abrazo a Emma por su coraje y valentía, porque no necesitamos conocernos para saber que ante un mundo lleno de ausencias nos reconforta la posibilidad de lograr que se haga justicia, y algún día, ver construida una Guatemala distinta.

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