Las caras de la democracia en Costa Rica


Alejandro García_ Perfil Casi literalEn la más reciente clasificación del índice de democracia que realiza The Economist, Costa Rica figura dentro de las primeras veinte democracias plenas. Esta clasificación conlleva el cumplimiento de muchos parámetros, como el cumplimiento de las libertades civiles y políticas y su debido reforzamiento, así como un adecuado y eficiente sistema de pesos y contrapesos en un estado de gobierno.

Este logro de Costa Rica en tiempos tumultuosos es relevante ya que cada día, en distintas regiones del mundo (y principalmente en la zona centroamericana), los sistemas democráticos se ven atacados por discursos populistas de izquierda o de derecha que abogan por suprimir libertades y los pluralismos ideológicos que revitalizan la vida de una sociedad próspera.

Los anteriores casos coinciden dentro del proyecto de seguridad y conservación del Teatro Nacional. La situación de este monumento histórico considerado el más importante del país actualmente corre peligro. Las intervenciones que se necesitan son urgentes ya que requiere una modernización dentro de su sistema eléctrico y sistema contra incendios, para evitar una catástrofe como la que ocurrió recientemente con el Museo Nacional de Brasil.

Asimismo, la preservación de patrimonio histórico cultural necesita una adecuada modernización que se adecúe a los tiempos modernos y permita a las generaciones futuras gozar no solo de su estructura física, sino de un espacio dedicado al arte y la cultura que simbolice de la mejor manera la vena artística que debe nutrir a una nación que acoge la pluralidad de pensamientos y libertades.

La negativa por parte del sector ultraconservador al préstamo de $31 millones de dólares que pretende la modernización del Teatro, argumentando que es mucho dinero y que el país no puede contraer deudas por gastos «superfluos», constituye una vez más la relación intrínseca que existe entre los extremismos (ya sean políticos o religiosos, aunque más de una vez se valgan el uno del otro para exacerbar pasiones en la población) y la supresión cultural de una nación. Estos sectores radicales parecen alimentarse de una cosmovisión binaria en donde quienes no se ajustan a su línea de pensamiento pasan a ser considerados enemigos, y por ello es que el arte y sus diversas formas de manifestarse son habitualmente consideradas un peligro: porque la riqueza cultural y artística de un país propicia la crítica y multiplica las reflexiones de los ciudadanos arrojando como resultado una amenaza para quienes desean imponer una visión y no están interesados en admitir posiciones distintas.

La remodelación del Teatro Nacional, además de brindar oportunidades de trabajo en tiempos de contracción económica donde el Estado debe invertir en infraestructura, debe servir como una oportunidad para invertir en cultura y, por ende, en la misma democracia, pues ayuda a sentar un precedente en el que la cultura pueda verse como algo necesario y no un gasto «superfluo».

De tal manera, el extremismo que se ubica en la Asamblea Legislativa y que promueve agendas que buscan separar, encontrar enemigos y restar espacios para la pluralidad son parte de una Costa Rica considerada como una democracia plena, caras de una misma moneda. Al final queda un sector representado por diputados que surgen como una especie de recordatorio de que la democracia es algo frágil que nunca debemos dar por sentado, y al contrario, nos impone la obligación de resistir los embates continuos que la amenazan.

[Foto de portada: Alfonso Guido]

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