Las librerías como argumento social


Alejandro García_ Perfil Casi literal¿Por qué no comprar solo libros en formato digital? Es más sencillo, económico, práctico y ofrece una mayor accesibilidad para las personas que tienen algún tipo de discapacidad. Todas las razones anteriores no solo son válidas sino que se adaptan a este nuevo entorno social que hemos construido, en donde la información está al alcance de los dedos. Sin embargo, la respuesta a esta pregunta esconde un contexto mucho mayor: si lo hiciéramos ya no tendríamos que ir a la librería, y eso es tan importante como leer los libros mismos.

La reciente feria del libro en Costa Rica —o para cualquier efecto, cualquier feria del libro del mundo, sin importar su tamaño— sirve para visualizar la importancia de las librerías como algo más que albaceas de nuestros fetiches románticos. Más allá del sentimiento que emana al oler las páginas de un libro, acariciar su lomo o sentir la textura de sus páginas, estos eventos culturales le dan cara a un anexo necesario de la sociedad. Son lugares en donde convergen la curiosidad, la intelectualidad y, por supuesto, nuestros sentimientos concretos detrás de las historias que pueblan los anaqueles.

La dicotomía entre lo nuevo y lo viejo es vital para visualizar lo que hemos recorrido y los libros en formato electrónico son un nuevo actor a considerar dentro de esta sociedad cambiante. Sin embargo, a pesar de todo lo que se ha hablado sobre la batalla de ventas entre el formato antiguo y el nuevo, poco se habla del argumento social que poseen las librerías en nuestra vida y de cómo su hábitat es sensible a nuestros cambios. Su viva esencia se resguarda en el espacio que mantiene el libro y su lector, la complicidad entre ambos, así como con los libreros u otras personas que rondan estos microuniversos.

La mera circunstancia que nos lleva a comprar un libro significa toda una experiencia que se pierde si únicamente los descargamos en internet. El acto de buscar un libro que tenemos en mente y terminar comprando el que se encontraba al lado, o simplemente divagar entre los anaqueles, observando, soñando o abriendo sus páginas sin links intrusivos que roben nuestra atención, es un ritual íntimo y sublime que ejemplariza la comunión tan singular entre una persona y un objeto que puede pasar a ser parte de nosotros.

Una librería —y recorrerla junto a otras personas— nos brinda un espacio libre en el que podemos escoger, cambiar de parecer, discutir o simplemente representar en nuestra mente de forma vívida los libros que soñamos leer sin que nos distraiga otra cosa. Son espacios como estos los que dan vida a nuestra sociedad; son los cafés, parques, restaurantes, librerías o, en mayor escala, las ferias de distintos tipos las que nutren las arterias de la civilidad.

La libertad que se respira en estos centros sociales nos libra del ostracismo de Amazon, Twitter, Facebook, Goodreads, etcétera; la cual termina por reducirnos a un algoritmo.

Encontrar que nacen librerías y prosperan (aun en contra de la tendencia mundial que reduce estos espacios vitales bajo el puño del mercado) debe ser motivo de esperanza porque nos aleja un poco de la nostalgia que llegaríamos a sentir si desaparecieran y solo nos quedara la memoria, sabiendo que una parte importante de nuestra conciencia colectiva ha muerto.

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