¿Cuántas historias caben en un bus?


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalNo sé la respuesta exacta. Solo puedo decir que mientras voy en autobús rozando con decenas de personas que invaden mi espacio vital, a veces me dedico a observar. Entonces veo sus semblantes y noto que no hay tristeza ni alegría en sus miradas, solo indiferencia.

Cada mirada devela una historia distinta: la madre que sostiene un niño entre sus brazos mientras va de pie, una mujer víctima de las miradas llenas de lascivia de quienes pese a su edad tienen una distorsionada percepción de su propia sexualidad, decenas de trabajadores uniformados, estudiantes narcotizados en el mundo virtual y miserable al que acceden todos los días a través de un dispositivo “inteligente” para evadir la realidad, entre otras.

No obstante, hay un común denominador en cada una de ellas. Se trata de aquella sensación de renunciar a la vida misma, limitándonos a sobrevivir en esta jungla ornamentada con tecnología, edificios fastuosos, publicidad abrumadora con mensajes subliminales altamente destructivos… Esa jungla donde debemos competir con otros para ser “alguien” sin importar absolutamente nada más que las necesidades de nuestro estómago y nuestros egos.

Y todo este entorno nos enfrasca en una rutina triste, por lo cual perdemos poco a poco la capacidad de estar atentos al instante que transcurre hasta el punto de insensibilizarnos segundo a segundo, al ritmo de las agujas de un reloj.

Porque a veces parecemos autómatas, víctimas de aquello que nosotros hemos mal llamado “progreso tecnológico” o “crecimiento económico”. Y somos víctimas también de nuestra ceguera ante el dolor y la alegría, pues cada vez somos menos conscientes de nuestras emociones y de las ajenas, y al perder sensibilidad morimos, aunque nuestro corazón continúe latiendo.

¿Quién será responsable por ello? ¿Dios? ¿La humanidad entera? ¿Una sola persona? Tampoco tengo certeza alguna al respecto, sin embargo, la Tierra llora sangre ante los efectos de la desigualdad, de la miseria y de la doble moral, pues es posible que la naturaleza esté contaminada a tal grado que el alma humana sea una especie en peligro de extinción.

No obstante, cuando veo un ser rebelde que desafía la realidad misma con el simple hecho de admirar el paisaje mientras viaja en autobús en lugar de sostener un teléfono celular, una persona que se adentra en las páginas de un libro o un ser empático con aquel que es menos afortunado, pienso que quizás los males de este mundo tienen remedio. Y entonces vuelvo a creer que los hombres y las mujeres despertaremos del letargo que nos tiene bestializados y volveremos a ser humanos. Sencillamente humanos.

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