Golondrinos y haters: el fanatismo en tiempos de Twitter


Ricardo Corea_ Perfil Casi literalEl fanatismo tuitero salvadoreño se ha desbordado desde que Nayib Bukele asumió la presidencia de esta diz que República el 1 de junio del 2019. Bukele comenzó a hacer las cosas distintas desde el inicio. Ojo con el adjetivo: distintas. La primera cosa distinta fue el uso de su cuenta de Twitter para dar órdenes a sus ministros, contestar tuits, bromear con youtubers internacionales y, en general, informar a la población sobre lo que hace o deja de hacer.

De entrada la idea de usar Twitter para una comunicación aparentemente menos «mediada» me parece potable. No necesito que los periódicos tengan un corresponsal en la presidencia para enterarme de las cuestiones básicas. Eso no quiere decir, sin embargo, que apoyo esa moción que anda circulando por ahí de que «el periodismo ya no es necesario».

El nuevo presidente —¿todavía podemos decirle «nuevo»? ¿Hasta cuándo?—, como cualquier otro político popular del mundo, despierta fanatismos por todos lados y creo que sobre eso deberíamos estar hablando más seriamente y más constantemente. No solo fanatismos a su favor, sino también en su contra.

Porque yo sé que (Casi) literal la leen fuera de El Salvador, voy a ponerme en modo pedagógico y a intentar explicarles estas dos antípodas del fanatismo hacia Bukele.

Por un lado encontramos a los golondrinos. Estos son los que aplauden todo, sin importar ninguna consecuencia. Los que justifican todo a ojos cerrados. Los que van a dejarse el pellejo intentando defender lo indefendible. Y no meto en esta categoría a los trolls o a los bots, que de esos hay muchísimos. Me refiero únicamente a gente que existe, de carne y hueso.

En el otro rincón están los haters. A diferencia de los golondrinos, estos no se arropan bajo un mismo nombre común, por eso los llamo solo haters. Curiosamente, da la impresión de que la mayoría de cuentas que entran en esta categoría son personas que trabajan más de cerca con los medios de comunicación o que están más enterados del acontecer político-social. Digo que es curioso, pero en realidad quiero decir chistoso: en este grupo entran los que tienen la misma pasión desbordada que los del primer grupo, nada más que en un sentido contrario. Detestan a muerte todo lo que el Hombre hace o deja de hacer. Les enoja lo que dice, cómo lo dice y si usa corbata o no cuando lo dice. Atacan todo sin demasiado análisis. O con mucho análisis. O con análisis a medias. El punto no es el análisis, sino atacar. Fanáticos, a fin de cuentas, qué se puede esperar.

Ambos grupos son igual de ingenuos. Ambos grupos son igual de arrogantes. Ambos grupos se escudan bajo una falaz idea de ser poseedores de la verdad. Ambos grupos son producto de años y años de un sistema educativo jodido. Pero si me ponen una pistola en la sien y me preguntan cuál de los dos es peor, me quedaría con el segundo, el de los haters.

No es que piense que los fanáticos seguidores sean menos dañinos. En Twitter, por ejemplo, se comportan como jaurías (o como pandillas), atacando en masas a cualquiera que opine mal o que simplemente cuestione al presidente. Pero es que del otro lado —del de los haters—, hay muchas personas que trabajan en medios de comunicación digitales o tradicionales y por esa misma razón sus opiniones gozan de mejor eco en la red.

La principal paranoia de los haters es que Bukele se termine perpetuando en el poder, convertido en un dictador. Está bien. Aceptemos que esas son las intenciones del ciudadano presidente. Digamos que esas sean sus verdaderas intenciones. Ok. Cada vez que ustedes lanzan una crítica visceral están pavimentando el camino para que eso suceda. Si ustedes, periodistas o personas de medios de comunicación, terminan perdiendo su credibilidad, y son los únicos que pueden advertirnos con tiempo sobre las pretensiones dictatoriales, ¿cómo vamos a hacer para que la gente nos crea cuando se lo advirtamos?

Por supuesto que —y me veo obligado a recalcarlo porque la lectura comprensiva y el fanatismo casi nunca vienen de la mano— no estoy diciendo que no debamos criticar, señalar y denunciar los errores de la administración de Bukele. Estoy diciendo que, ya que estamos viviendo un momento de fanatismo exacerbado, no caigamos en ese juego porque vamos a perderlo.

En una entrevista concedida al medio digital El Faro, Bertha María Deleón deja el mejor ejemplo de lo que intento decir: critica abiertamente algunas decisiones del actual gobierno. Celebra algunas otras. Opina sin que le tiemble el pulso. «Una de las virtudes que yo identificaba en Nayib es su audacia. Es decir, tener la capacidad de pensar distinto y decirlo de manera distinta. Al menos en seguridad no lo he visto», dice en algún momento. Ella, además de activista de derechos humanos, fue abogada de confianza del actual presidente, con quien, como ella misma dice, mantienen hasta la fecha una relación de cordialidad y respeto.

Deleón fue una de las voces que más apoyaron a Bukele cuando todavía era candidato. Sostiene todavía que era el mejor candidato de las pasadas elecciones y tiene esperanzas de que haga bien este gobierno. Eso no le impide señalar lo que, en su opinión, va por mal camino. Esa, para mí, no solo es la mejor forma de ser disidentes, sino quizás la única.

Señalemos, denunciemos, investiguemos, expongamos, pero siempre con rigor. Que el pensamiento crítico y la investigación seria son la última frontera contra el fanatismo y la ideologización tuitera.

«Que la verdad nunca es una idea fija… Lo que define la inteligencia y el pensamiento es la fluidez. Que la fijeza es lo propio de la ideología», dice Antonio Escohotado.

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