Mejor nos reímos


Ricardo Corea_ Perfil Casi literalMi primer acercamiento al stand-up —y aquí talvez debería darme un poco de vergüenza, pero la verdad es que no tengo ganas— fue con los monólogos de Adal Ramones, en aquel mítico programa de la televisión mexicana (a.k.a.: latinoamericana) llamado Otro Rollo. Por aquel entonces pensaba que Adal era un puto genio sin comparación. Luego supe que lo que hacía, más allá de lo bueno o malo que pudiera ser, no lo inventó él. Si acaso lo logró mexicanizar y darle su propio toque, pero no lo inventó. Everything is a remix. Y yo sufrí una pequeña decepción.

Pero desde entonces soy fan del stand-up, ese formato de hacer reír a un montón de gente a fuerza de observaciones ingeniosas, chistes torcidos y un micrófono como único catalizador. Netflix ha sido un gran aliado en este hobby. He visto mucho y de todas partes. Me he repetido algunos y he dejado a media a otros tantos.

Pero hay dos a los que he regresado con cierta asiduidad: Homecoming King, de Hasan Minhaj, y Nanette, de Hannah Gadsby.

El rey vuelve

El especial de Minhaj es una montaña rusa sin frenos: sube, baja, te hace reír, te zampa un nudo en la garganta y cuando pensás que estás a punto de soltar la lágrima irrumpe un nuevo chiste y todo vuelve a la calma. Diría que es catártico, pero lo cierto es que la velocidad que imprime Hasan no lo permite: es una línea caótica de acontecimientos, un larguísimo chiste que por ratos se pone bravo. Como la vida misma.

Pero lo que más me toca de este monólogo es la temática general: la migración. Minhaj es estadounidense de primera generación. Sus papás migraron para tener mejores oportunidades. La diferencia de perspectiva generacional sobre lo que significa no ser blanco en una sociedad como la gringa o las sutiles muestras de racismo a las que ha estado expuesto en su vida. Minhaj lo presenta de forma inteligente en una hora de anécdotas bien elaboradas (y ensayadas), una producción poderosa y un mensaje que hoy está más vigente que nunca: la igualdad de derechos.

Nanette

Me costó trabajo terminar este especial. Lo abandoné un par de veces, pero finalmente lo pude ver completo de un tirón. Lo abandoné por la misma razón que hoy los visito cada tanto: porque eso ya no es comedia, carajo.

Al igual que Minhaj, Gadsby estira el concepto de comedia hasta el punto de dudar de si lo que se está viendo es o no comedia. El show es incómodo, doloroso y muy personal.

Lo más poderoso de este especial ocurre cuando Hannah explica el «secreto» para hacer reír al público: insuflar tensión, mucha tensión, para luego liberarla de golpe con alguna observación graciosa o un giro inesperado. Pero ese formato no admite contar todo. El chiste termina cuando se consigue el punch, la risa, pero las historias (verdaderas salvadoras, de acuerdo con Gadsby) necesitan un final, una consecuencia de las acciones que a veces son dolorosísimas.

No se guarda nada: ataca de frente el poderío de los hombres blancos heterosexuales, la sistemática intolerancia contra comunidad LGBTI, la romantización de las enfermedades mentales (especialmente cuando se habla de artistas), sus sufrimientos personales, los estereotipos de género y un etcétera en mayúscula.

Minhaj y Gadsby me enseñaron que, contrario a lo que creí al inicio, eso sí es comedia; una muy distinta a la que estaba acostumbrado, una que responde directamente a los tiempos que vivimos. Me enseñaron que la comedia siempre ha sido un territorio profundamente humano: hacer visibles y digeribles, los temas complejos, esos que laceran tanto que ya mejor nos reímos.

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