Tiger King: de lo absurdo y lo necesario


Ricardo Corea_ Perfil Casi literalImagínense que alguien viene y les cuenta esta historia: un vaquero de la zona más rural de Estados Unidos —homosexual, casado con dos hombres heterosexuales, dueño de un zoológico con animales exóticos, entre los que se encuentran casi un millar de tigres, con peinado ochentero (mullet) y aficionado a las armas— es acusado de atentar contra la vida su principal rival, una mujer que, en esencia, hace lo mismo que él, pero falsamente habla en nombre de la protección animal. Ah, sí: esta mujer es señalada por la sociedad de asesinar a su millonario esposo y alimentar a sus propios tigres son su carne. El vaquero en cuestión fue, cómo no, candidato a la presidencia y luego candidato a gobernador.

A mí —como a cualquier otro ser humano en este planeta— me parecería falsa o, peor aún, inverosímil. Talvez algún ejercicio literario que salió mal o una historia sacada de la mente de algún escritorzuelo con pretensiones malditistas. Gratuitamente provocador, pero sin llegar a ningún lado. Y es que aún si intentara conciliar a base de ingenio las más salvajes contradicciones, el resultado seguiría siendo una historia simplemente absurda.

Bueno, sí, es absurda, pero no por las razones más evidentes: es absurda porque es real. Esto no es ficción. Esta es la historia detrás de la docuserie de Netflix King Tiger, uno de esos productos culturales sui géneris que solo podrían existir en este tiempo.

El vaquero en cuestión se hace llamar Joe Exotic. La otra persona es Carol Baskin, una mujer que esta docuserie sugiere como una perturbada villana. Y en el medio de estos dos polos dramáticos, un sinfín de personajes que rozan las más feroces fantasías de algún supremacista blanco adicto a las metanfetaminas: peinados horribles, dentaduras podridas, trata de personas, suicidios, felinos gigantes, jaulas, asesinatos, conspiraciones, estéticas de sicarios, farsantes, traficantes, amputaciones… No tendría suficiente espacio si me propusiera enunciarlo todo, pero creo que ya me captan la idea.

Tiger King es, sin duda, uno de los fenómenos de la cultura pop más extravagantes y exquisitos de lo que llevamos de siglo. En poco tiempo ha conseguido una trascendencia y un impacto global que, me atrevería a aventurar, la ha convertido en la docuserie más vista de la historia. Se estima que el 10 por ciento de la población estadounidense ya vio la serie (está a punto de desbancar a Stranger Things como la más vista de la plataforma, según algunos estudios).

Sin embargo, no todo es perfecto. A pesar estar construida de tal forma que con cada nuevo capítulo la tensión y la intriga van en aumento, por momentos se vuelve evidente que la historia naufraga entre la enorme cantidad de sucesos y personalidades estridentes.

Algunos dicen que la única razón por la que Tiger King ha cobrado tanta relevancia es porque la mayoría de nosotros nos encontramos en casa, guardándonos de una pandemia que nos tiene al borde de la locura y el colapso psicológico y económico. Creo que, aunque ese puede ser un factor importante, no podemos menospreciar el hecho de que las historias forman parte de nuestras necesidades más básicas y que también son formas de sobrevivir, como el alimento o la medicina.

En particular, creo que una historia como esta nos hace sentir bien porque, sin importar nuestras circunstancias, no hay manera de que nuestras vidas sean más absurdas y ridículas que las de Joe Exotic.

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