Berlín desde la ventana


André González_ Perfil Casi literalLas ciudades grandes y caóticas me abruman y perturban. No logro ubicarme en ningún lugar y la sensación de estar perdido aún la siento incluso algunos días después de haberlas dejado.

He visitado varias capitales o grandes ciudades. Muchas me han provocado un sentimiento de asfixia, siento que me absorben. De esas urbes con varios millones de seres en constante movimiento, además de los turistas. La Habana y Berlín son las dos en que he llegado a sentirme ligero, sin angustia, sin estrés. Quizás la intranquilidad radica también dentro de mí.

Prefiero una ciudad pequeña o mediana que no me obligue a pasar varias horas al día en transportes públicos. Que sea posible hacer mucho caminando o que el uso de la bicicleta no sea un riesgo para mi integridad en cada pedaleada. Puede ser que vivir en una ciudad pequeña y apacible en todos los aspectos me saque de la realidad y ya no sea capaz de afrontar el reto de una gran metrópoli.

Hace un par de semanas pasé varios días en Berlín, una gran ciudad que me parece relajada y sin prisas. Ese enredo de calles, avenidas, metro, bus y tranvía no me provoca desconcierto, como me ha sucedido en otras grandes capitales. Desde niño la ciudad me interesaba enormemente. Aún era la época de las dos Alemanias, los dos Berlines. Me fascinaba la idea de una ciudad dividida por un muro y que de esto surgieran dos ciudades, y que cada una perteneciera a un país diferente.

Lo que sigue es sabido: cae el muro y los dos países se hacen uno. Berlín de muchas maneras sigue siendo dos ciudades. Es cada vez menos evidente en los sectores más invadidos por el turismo de masa. Es una de las ciudades de moda y gran parte de los visitantes reducen su estancia a ciertas partes. Lamentablemente van acaparando cada vez más espacios. Me agrada andar sin rumbo, notar que se cruza del este al oeste, del distrito de Neukölln en el oeste a Treptow-Köpenich en el este, apreciar los cambios quizás insignificantes, la arquitectura. Las escuelas, los bares típicos donde llega la gente del barrio, las tiendas de los turcos o curdos, las calles amplias, las plazas de juegos, los espacios verdes.

Berlín está llena de historia, se respira en su aire y lo muestra su cielo. Es la segunda vez que estoy dentro de ella. Siempre tengo el deseo muy claro de regresar, me quedo con la impresión de que tengo algo pendiente. Es amplia, invita a caminar durante horas, siempre tiene algo que mostrar.

Tiene muchos parques, me hubiese gustado tener más tiempo y poder sentarme mínimo en una banca de cada uno que vi. No sabría llamarlos por su nombre, no sé cuantos me faltan. En ocasiones es necesario sentarse en una banca de cualquier parque, desear que el tiempo se detenga y levantarse cuando todo esté en su lugar.

En ella me reencuentro. Pareciera que nos conocemos de siempre. Sus calles aún siéndome extrañas me dan la impresión de que las he recorrido muchas veces. Logré llegar a todos los lugares que deseé sin mayor problema, la mayoría de las veces andando grandes distancias.

Disfruté varias noches, escuchando los silencios de Berlín desde la ventana de mi habitación. En otras madrugadas fue desde el balcón, irme a dormir cuando los pájaros se despiertan, llenando mis ojos de luz y la mente de recuerdos. Puede ser que Berlín me llama, siempre ha sido así, antes de verla por primera vez en vivo sentía que ya éramos viejos conocidos. Esa extra y agradable sensación de estar en algún lugar y estar convencido de que en una vida pasada estuve también allí. Puede serlo y no, muchas veces las emociones juegan con nuestra mente y llegamos a grandes invenciones. Siempre volveré a Berlín, es el lugar donde me reencuentro con el pasado y de cierta manera lo hago con mi presente.

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