Resistir


André González_ Perfil Casi literal«La capacidad de convicción de nuestra civilización es casi inexistente y se concentra en la capacidad de convencer a la gente de las bondades de sus cachivaches, que a cientos de millones se ofrecen en el mercado, sin tener en cuenta la basura que se acumula hora a hora, y que la tierra no puede asimilar».

La resistencia, Ernesto Sabato

Siento La resistencia como el deseo y las ganas que tenía Sabato de dejarnos más que un legado, un regalo a cada uno de sus lectores —los anteriores a este libro y los nuevos que llegarán a sus páginas—. Quizás es más una llamada de atención, el regaño del abuelo, un cuestionamiento: ¿qué estamos haciendo y adónde vamos? A los 89 años la muerte es una realidad con la cual se vive a diario, se le espera como una amiga con la cual se dará un largo y placentero paseo.

Leer La resistencia es una necesidad. Es de esos libros que nos arropan en las noches y madrugadas de mucho frío, cuando sopla un viento helado que nos congela los huesos. No es necesario vivir en un país donde las temperaturas sean adversas gran parte del año. En el trópico también experimenté ese frío. Existe el que la naturaleza proporciona, ese que va ligado a ciertas estaciones del año, pero me refiero al frío que provoca la desolación de ver cómo a diario nos empeñamos como sociedad en destruir el lugar que habitamos.

El ruido nos enloquece, además contamina tanto como las emisiones de gas que no tienen ninguna regulación. Uno de los días en que leía este libro eran las seis de la mañana del pasado invierno, aún noche cerrada y fría. La luz tardaría casi dos horas en aparecer, siempre y cuando las nubes o la niebla se lo permitieran. Viajaba hacia mi trabajo, un trayecto corto de casi 40 minutos. Algunas de las personas que abordan ese mismo tren se dan a la tarea de torturarnos a los demás pasajeros con su ruido musical. Utilizan audífonos, los cuales no cumplen su labor ya que todos estamos escuchando ese barullo.

¿Dónde está el límite del respeto? ¿Qué entendemos por él? ¿Qué necesidad tenemos los demás de saber su gusto musical? Es tal el grado de enajenación e individualismo que no se es capaz de ver que otros seres nos rodean.

Cada vez que me topo con una situación como esta pienso que en Guatemala es peor. Tengo ese recuerdo de cuando aún vivía allá. Los niveles de violencia, los cuales tienen muchas de sus raíces en el miedo, la discriminación, la estigmatización, un sálvese quien pueda y sobre todo, una de las cabezas de la gran bestia: el Estado con toda su podredumbre. Aún persisten en mi memoria, me cohíben. Pienso en cómo reaccionará la otra persona si externo mi molestia por su música. Lo hago y no pasa nada más que una mala cara y unos comentarios despectivos entre dientes.

Hay ruido en todos lados, comercios, iglesias evangélicas, buses haciendo competencia para agradar a los posibles clientes o fieles. Aquí en Suiza aún no se ha llegado a tal punto, se está encaminando a ello.

En este mundo absorbente de trabajo y trayectos en los diversos medios de transporte, ya quedan pocos espacios para respirar, dejar de lado las incomodidades cotidianas ocasionadas por el entorno laboral. La fatiga nos aísla de disfrutar una tarde de lluvia, nieve o soleada. Me acuesto y me despierto cada día diciéndome que lo anterior no lo deseo para mi vida ni las de las personas que están cerca de mí, en lo físico y en la distancia, que muchas veces llegamos a acortar con tan solo pensarnos.

Esta actualidad nuestra nos obliga a reunirnos en malos lugares, de empresas que tienen como lema la explotación. Donde es imprescindible no comunicarse con los demás siempre y cuando no sea estrictamente necesario, todos en coro pero contacto únicamente con el móvil. La gente ya no habla y si lo hace es para no escuchar a la otra persona. Las oportunidades de compra son tantas que ya no es posible decidir y casi la totalidad de esos productos en oferta son innecesarios. Adquirir da la sensación de satisfacción, además del estatus de tener las posibilidades. Otra de las cabezas del monstruo que nos come el cerebro y deposita mecanismos para enviar órdenes y para que las cumplamos sin un esbozo de reflexión.

La consigna es resistir al monstruo de mil cabezas y mil brazos que desea mantenernos en la inopia. Esa bestia maligna que busca succionarnos la sangre de la ideas y la imaginación. Mantenernos vivos frente a esa indiferencia que mata la existencia. Aún es posible, siempre que las flores nazcan y nos llenen de colores y aromas nos diremos que no hemos perdido esta batalla silenciosa contra la estupidez y la ignorancia.

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